Historietas
Les debo aquellos días soñando que, como el Corto Maltés, yo también podía labrarme el destino con una navaja en la palma de la mano


Aunque lo entiendan cuatro gatos, esto quiero decir: gracias. Gracias por José Luis Salinas, por Muñoz y Sampayo, por Horacio Altuna, por Carlos Gimenez, por Alberto Breccia, por Hugo Pratt, por Lucho Olivera, por Francisco Solano López, por Oesterheld, por Carlos Trillo, por Juan Zanotto, por Ricardo Barreiro, por Mandrafina. Hace poco, editorial Salamandra me envió la primera edición completa en castellano de Alack Sinner, el cómic dibujado por José Muñoz y guionado por Carlos Sampayo. Les dije: “Fue como recibir la Biblia con un pedazo de Dios adentro”. El cómic es mi primera lengua: mi lengua madre. Soy devota de Art Spiegelman y su Maus, de Alison Bechdel y su Fun Home, y si menciono a Venexiana Stevenson y un desconocido me hace un guiño de reconocimiento sé que tenemos algo en común. Pero estoy hablando de otra cosa. De cuando era chica y no conocía la expresión “novela gráfica”. De cuando vivía en una casa donde había pilas de eso que en la Argentina llamamos historietas: revistas como D’Artagnan, El Tony, Pif Paf, Tit Bits, Skorpio, Rayo Rojo, Fierro,en las que aquellos hombres mentados arriba, y muchos otros, me educaron y me hicieron hervir la imaginación. Por ellos supe qué cosa eran un cosaco o la legión extranjera, cómo se vivía en la Nueva York de los ochenta y en la Buenos Aires de los veinte. Parecían saberlo todo acerca de la historia, la literatura, la amistad, la traición. En tiempos en los que había tantas cosas que me hacían sangrar, estos gurúes de los márgenes, entregados a un arte que se tomaba —¿se toma?— por un arte menor, fueron mi guardia pretoriana. Una pandilla salvaje que aún cabalga a mi lado. Les debo aquellos días soñando que, como el Corto Maltés, yo también podía labrarme el destino con una navaja en la palma de la mano. En eso estamos, tantos años después y todavía.
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