Caídos
Ese día me bastó con saber que, cuando caemos, no estamos solos
Esto pasó hace tiempo. Miro a Diego, el hombre con quien vivo desde hace años, atravesar el césped del cementerio cargando a N. sobre las espaldas. A N. le duele la pierna, no puede caminar, de modo que Diego lo carga. Delante de él, detrás, alrededor, van los demás, vamos todos. Hace años, cuando yo era una chica desabrigada y sin dinero, alguien que no podía tomar taxis ni comprar champúes caros, cuando andaba como un fantasma urgente por la ciudad, bailé y me emborraché con esta gente, bebí en sótanos húmedos, me congelé en medio del campo en fiestas casi medievales, anduve por playas desiertas, tuve frío y hambre y sed. Pero Diego, el hombre con quien vivo, los conoce desde hace más de 30 años. Son su gente. Su guardia pretoriana. Han navegado y volado y trepado montañas, y se han salvado la vida, no pocas veces, los unos a los otros de manera literal. Ahora, el padre de dos de ellos acaba de morir y todos vinimos en la burbuja triste de nuestros autos hasta un sitio lejano, un cementerio judío de la provincia donde se lleva a cabo la ceremonia llena de ritos bellos y rudos. Hace unos minutos, el rabino rasgó la camisa de los hijos del hombre fallecido, siguiendo la tradición, y la tela se rompió como si se rompiera la mañana. Por una grieta del cielo pesado de nubes como montañas se coló la pena del mundo. Cuando la ceremonia y su coreografía del dolor terminan, todos se retiran y, en torno a la tumba, sólo quedan ellos: los hijos del hombre y sus amigos. Las mujeres nos mantenemos alejadas, cuidándoles la espalda, porque haciendo corro, en torno a la tumba, nuestros chicos fuman en honor del caído y arrojan flores en la tierra recién cavada. Siempre es difícil ser feliz. Ese día me bastó con saber que, cuando caemos, no estamos solos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.