Vuelven las amazonas
Wonder Woman renueva el interés por las legendarias mujeres guerreras
Con Wonder Woman, que está a la vuelta de la esquina, regresan las amazonas y a los hombres se nos encoge todo un poco. La superheroína de cómic hecha carne de celuloide es una de esas legendarias mujeres guerreras acuñadas por los antiguos griegos, un colectivo que incluye personajes tan variopintos como Pentesilea y la televisiva Xena. Nacida Diana, princesa de Temiscira (acreditada en la antigüedad como el principal bastión del reino de las amazonas), Wonder Woman, según su biografía de tebeo y en la espectacular película que se estrena el día 23, es hija de otra gran amazona de los viejos mitos, Hipólita, a la que Hércules le birló su cinturón (que es un inicio). Nació para enfrentarse en las viñetas a los nazis pero ahora se la retrotrae para pelear a lo grande contra las fuerzas malignas del Káiser en la I Guerra Mundial y amar a un sosias del piloto Biggles, que queda lejos de un Teseo o un Aquiles.
En su nueva epifanía, la Mujer Maravillosa conserva el corselete, las botas y otros atributos pero ha perdido las bragas con estrellas (¿bragas y estrellas era demasiada alusión a Trump?), lo que le imprime más seriedad. Carga un escudo redondo en vez de la pelta en forma de creciente lunar que les acredita a las amazonas la tradición y espada y no la sagaris, su hacha de guerra. Pero es una amazona, sin duda: valiente, bella y musculada. Conserva, y muy bien, si se me permite, los dos pechos: precisamente la especie de que se mutilaban el derecho para manejar mejor el arco la contesta (como lo de la doncellez) un libro indispensable que llega en sincronía con Wonder Woman: Amazonas, guerreras del mundo antiguo, de Adrienne Meyer (Desperta Ferro, 2017), que revisa el mito y sostiene que está basado en la existencia real de mujeres guerreras entre los nómadas de los estepas, algo que fascinó a los griegos. Recordemos que a Alejandro Magno se le acredita haber mantenido sexo con una de ellas, la reina Talestris, que quería un hijo suyo.
Regresan las amazonas, pues, y esta vez parece que no vienen a darnos guerra a los hombres o a tullirnos (“el hombre cojo resulta el mejor amante”, decía de esa costumbre Mimnermo de Esmirna). Se limitan a no dejarnos entrar en los cines (en EE UU se han organizado proyecciones solo para mujeres). Algo hemos avanzado, digo.
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