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Daniel Tammet, un talento incalculable

Daniel Tammet.
Silvia Hernando

TRES, UNO, cuatro, uno, cinco, nueve, dos, seis, cinco, tres, cinco, ocho, nueve, siete, nueve, tres, dos, tres, ocho… No muchos podrían continuar enumerando sin que se les cayeran los ojos del sueño, pero hubo un día en que Daniel Tammet se pasó así más de cinco horas: 309 minutos para pronunciar una tras otra hasta 22.514 cifras del número pi. Entonces era 2004, y aquel chaval de 25 años decidió aprenderse una parte de esa sucesión infinita de dígitos para entonarla de memoria, visionada en el ojo de su mente. “Para mí, pi empezó a convertirse en un poema después de los primeros cientos o miles de números. Si no hubiera llegado hasta ahí, no habría podido apreciar su belleza”, explica el británico sobre aquella experiencia “casi religiosa”.

“Tengo una vida y una mente inusuales, pero hay muchos escritores con existencias insólitas”, dice el británico.

“La idea de un número que es más grande que el universo es increíble y muy hermosa”, asegura este “enamorado de las nociones matemáticas”. Para él, una cifra no es solo una idea representada con una grafía: por medio de la sinestesia (la capacidad de cruzar sentidos), sus imágenes mentales se presentan como formas y colores que “van asociados muchas veces a un significado”, apunta. “Por ejemplo: el del número 4 es la timidez”. Volcado en contar (en todas las acepciones de la palabra) lo que pasa por —y en— su cabeza, aquel joven encontró su vocación de narrador precisamente aquel día en que declamó su particular oda a pi. Ahora acaba de presentar en España la traducción de uno de los tres libros de ensayos que ha publicado en inglés: La conquista del cerebro (que se une al título editado en 2015, La poesía de los números, ambos de Blackie Books). En ellos recoge y amplifica su relato vital, marcado por un diagnóstico: Tammet tiene Asperger (un trastorno del espectro autista que condiciona las aptitudes sociales y comunicativas), y a la vez muestra un talento matemático y lingüístico sobresaliente cuyos mecanismos mentales es capaz de transmitir oralmente y por escrito con todo lujo de detalles. Es esta última cualidad la que ha llevado a especialistas como Darold A. Treffert, psiquiatra creador de la tesis del síndrome del sabio, a definirle como un “savant prodigioso”, una persona que, más allá de sus discapacidades intelectuales, atesora competencias extraordinarias. Un ejemplo paradigmático de esta definición sería el de Kim Peek, el hombre que inspiró el filme Rain Man por su inteligencia memorística casi superhumana. Pero mientras Peek no podía abordar tareas cotidianas, Tammet goza de los dones de la independencia motora y de la palabra.

Utiliza la escritura para desarrollar su visión artística, como ya hizo el neerlandés M. C. Escher con las matemáticas.

Cuando el británico habla, la cadencia de sus frases reverbera en un arrullo, una suerte de nana. Pelirrojo y espigado, muy amable y elocuente, el escritor pasea absorto, quizás algo cohibido, ante la sucesión de grabados imposibles de M. C. Escher dispuestos en el palacio de Gaviria de Madrid, donde tiene lugar la entrevista. “Supongo que lo que tengo en común con Escher es que no soy matemático, sino que llego a las matemáticas como amateur en el más noble sentido de la palabra: como alguien que ama”, reflexiona. No se trata de su única habilidad: en 2005 protagonizó el documental El chico con el cerebro increíble, para el que —según se asegura en la pe­lícula— aprendió islandés en una semana. “Nadie, ni siquiera yo, puede aprender un idioma en ese tiempo”, puntualiza. “Pero supongo que lo que pude demostrar fue que, si tienes pasión —y, como en mi caso, si tienes la habilidad de generar conexiones entre palabras en tu cabeza—, es posible aprender lo suficiente para mantener una conversación”.

Nacido como Daniel Paul Corney en Londres, el miércoles de 1979 en que vio la luz por primera vez Dios debía de llevar puestas unas gafas de cristales azules. De ese color se muestra en su cabeza ese día de la semana, a diferencia por ejemplo de los martes, en los que la realidad se torna anaranjada. “Eso es así en inglés porque Tuesday (martes) empieza por t, y la t es naranja. En español, martes tira más al morado por la m, porque la primera letra influye en cómo veo el resto de la palabra”, detalla sobre su otra singularidad, la sinestesia. Si en su cotidianidad los días transcurren en distintas tonalidades, los números se presentan acompañados de fogonazos que cobran apariencias diversas. “El 1 es una luz, así que no es exactamente una forma. El 11 son dos luces, pero en cambio el 111 no son tres luces, sino luz que forma un círculo”, describe pacientemente.

Cada vez más popular internacionalmente, Tammet ha despertado también cierta controversia. El reputado periodista estadounidense ­Joshua Foer, en su best seller Los desafíos de la memoria (Seix Barral), en el que recopila testimonios de personas con memorias extraordinarias, se ha preguntado por la naturaleza de sus logros intelectuales. Con un currículo en el que figuran, además del islandés y su inglés materno, idiomas como el mänti (inventado por él), el francés, esperanto, finés, alemán, lituano, rumano, galés y español, cabe subrayar que este último, escuchado en persona, no parece dominado. “Encontrado”, dice al saludar. “Perdón, encantado”.

Foer arguye que la mnemotecnia ha ayudado a concluir gestas mayores que las suyas: de hecho, él solo ocupa el puesto 58º en el ranking de personas que más cifras del número pi han retenido (el récord está en 70.000). ¿Cómo saber si el escritor no está simplemente recurriendo a estas técnicas? “El hecho de que use o no métodos mnemónicos es irrelevante. Es un savant prodigioso. Si no fuera por las limitaciones de su enfermedad subyacente [el Asperger], sería considerado un genio”, responde por correo Treffert, el creador de la tesis del síndrome del sabio (que, aunque no está reconocido como ­enfermedad mental, afecta en mayor o menor medida, según el psiquiatra, a uno de cada 10 autistas y a una de cada 2.000 personas con discapacidad intelectual o daños cerebrales). En el Centro para la Investigación del Autismo de Cambridge elaboraron un informe en 2007 en el que certifican la realización de diferentes test a Tammet que corroboran su sines­tesia, Asperger y savantismo, al tiempo que recogen el historial de esquizofrenia y epilepsia que recorre su familia y subrayan que casos como el suyo “invalidan la suposición de que todos los humanos comparten similares experiencias conscientes”. Para Treffert, que le evaluó en 2005, Tammet es uno entre un billón: una luz que refulge en una sucesión de cifras incoloras. “Yo no tengo ninguna dificultad en definir quién soy: soy escritor, esa es mi vocación”, zanja el aludido. “Tengo una vida y una mente inusuales, pero hay un montón de escritores con existencias insólitas”.

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Sobre la firma

Silvia Hernando
Redactora en BABELIA, especializada en temas culturales. Antes de llegar al suplemento pasó por la sección de Cultura y El País Semanal. Previamente trabajó en InfoLibre. Estudió Historia del Arte y Traducción e Interpretación en la Universidad de Salamanca y tiene dos másteres: uno en Mercado del Arte y el otro en Periodismo (UAM/EL PAÍS).

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