Al joven que yo era
HOLA. SUPONGO QUE leerás esta carta en tu cuarto. Te imagino delante de la Olivetti con un papel de calco entre dos folios y fumando tu tabaco favorito. Aquí es impensable fumar en casa, salvo que vivas solo, y casi nadie utiliza ya máquinas de escribir. Aquí usamos ordenador. Ya sé que para ti un ordenador es un cacharro enorme y carísimo, que sólo tienen tus compañeros más ricos, pero los nuestros son mil veces más baratos, mil veces más potentes y mil veces más pequeños; se pueden llevar en el bolsillo y están interconectados, lo que nos permite leer en cualquier momento cualquier documento en cualquier lugar del mundo. La gente va en los transportes públicos, leyendo o escribiendo con los pulgares en un teclado minúsculo, mucho más pequeño que el de tu Olivetti. Nunca se ha escrito y se ha leído tanto como ahora. Claro que no son los textos que tú imaginas. Aquí no se lee a Borges, ni a Cortázar, que tanto te gusta, ni a García Márquez, el colombiano que acabas de descubrir. Aquí los chicos de tu edad ya no sienten curiosidad por las lecturas que a ti te interesan.
No es que tú hayas leído mucho, pero lo sabes y te avergüenzan tus lagunas. Eso te honra. .
Y no es que tú hayas leído mucho, pero lo sabes y te avergüenzan tus lagunas. Eso te honra. Alguien te preguntó un día si habías leído a Kafka, y tú bajaste la vista y acto seguido fuiste a la biblioteca y pediste sus obras completas. Aquí esa vergüenza, la vergüenza de la ignorancia, ha desaparecido. Bueno, no es que haya desaparecido; es que nadie se considera ignorante por no haber leído a Kafka, que es diferente.
Tú, que idealizas a los autores, debes saber que aquí la autoría está de capa caída; los autores han perdido el peso y el prestigio social que todavía tienen allí. Tú piensas que publicar una novela es lo más grandioso que puede hacer un ser humano, pero aquí una novela la puede publicar cualquiera. En una editorial o por sus propios medios. Hay miles de novelas disponibles. Poca gente las lee, pero se publican, y es muy difícil saber cuál de ellas merece la pena porque ya nadie se fía del juicio de nadie, y nadie está dispuesto a reconocer magisterio alguno. Hay una quiebra del crédito y la confianza, una pérdida de inocencia, una rebelión contra las élites, sean estas políticas, económicas o culturales. Las librerías además están cerrando, como los cines; quedan algunas, las más grandes o las más especializadas, pero la mayoría se han marchitado.
¿Sigues queriendo venir? ¿Sigues queriendo ser escritor en un lugar y en un tiempo en el que la literatura se ha convertido en algo residual?
Una cosa sí es cierta: la revolución tecnológica que ha arrinconado los libros todavía no ha conseguido satisfacer el viejo anhelo de viajar en el tiempo. Eso por el momento sólo es posible con los libros: tu admirado Kafka aparece en tu cuarto cada vez que abres sus obras. Y esto que estoy haciendo yo —regresar a 1980 y escribirle una carta al joven que yo era entonces—, eso sólo puede hacerse con literatura, a través de un género tan antiguo y tan humilde como la carta.
En fin, tú decides, Toñín.
Un abrazo.
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