Wiki-intimidad
Actuamos conforme a lo que es viable tecnológicamente sin entrar en complicaciones morales


Recientemente, la soldado Manning, icono transexual y exanalista militar filtradora de secretos de Estado, salía de prisión por la gracia presidencial de Obama. La noticia no vino acompañada, sin embargo, de una reflexión sobre la sacudida que provocaron sus acciones. Fueron Manning y Snowden quienes nos permitieron vislumbrar las operaciones de vigilancia masiva de los Estados —en connivencia con grandes corporaciones digitales— que posibilitaban las nuevas sociedades online.
Lejos de la visión tecnológica imaginada por el mundo cypherpunk de Assange, el poder de Internet avanza en un único sentido. Descubrimos con ello que la libertad, magno logro de la modernidad, estaba amenazada. Pero seguimos sin dar la voz de alarma ante el ataque. El control es tan perfecto que permanece invisible, o tal vez la libertad es un bien inmaterial tan difícil de valorar que puede diluirse sin percatarnos. Nuestra celebrada racionalidad no impide que participemos como un rebaño entregando intimidades. Más bien, nos complace volcarlas en la Red sabiendo que nuestras vidas son ya de consumo público para único beneficio de los nuevos imperios digitales.
La revolución tecnológica ha cambiado la dicotomía público/privado, erosionando la autonomía del individuo y rompiendo con la obligación de los Estados de proteger la propiedad de los ciudadanos sobre sus datos personales. La peculiar lógica capitalista quiebra cuando cedemos un bien sabiendo que no obtenemos ninguna ganancia. Se ha trastocado nuestro orden de prioridades: exhibimos nuestra reluciente (y falsa) leyenda épica para lograr abrazos digitales. Ya no es lo que hacemos, sino lo que inventamos.
Se cumple, así, el dictum de Bauman: “Vivimos en una realidad de posibilidades, no de dilemas”. Actuamos conforme a lo que es viable tecnológicamente sin entrar en complicaciones morales. Valga tal premisa para la supuesta ética de WikiLeaks, donde se espía y se filtra porque puede hacerse, aunque no esté claro el fin que se persigue: ¿el puro impacto global? Quizás haya algo de esa pérdida de sensibilidad en el incontenible deseo por regalar la propia intimidad. @MariamMartinezB
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