La segunda oportunidad de Sánchez
Se echó en falta una defensa razonada de la abstención por parte de la candidata
Hasta el último momento Pedro Sánchez ha mantenido como eje principal de su discurso la acusación de que la abstención en la investidura de Rajoy convirtió al PSOE en aliado objetivo del PP. “Es el peor error que hemos cometido, y sin nada a cambio”, dijo, por ejemplo, en el debate entre los tres candidatos. Por eso, se echó en falta que quienes habían apoyado la abstención, empezando por Susana Díaz, explicaran las razones que les movieron a hacerlo. Aducir que ella era una ganadora y Sánchez un perdedor no es un argumento.
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Sí lo fue, en cambio, lo que dijo Javier Fernández, presidente de la gestora, en el comité federal de enero: “El día siguiente a las elecciones de junio la inmensa mayoría de los dirigentes de este partido sabíamos lo que había que hacer. Lo que no sabíamos es cómo ganar el congreso después de hacerlo”. La tan citada frase no es invención de Fernández sino adaptación a la realidad del momento de lo que había declarado años atrás el entonces primer ministro de Luxemburgo y luego presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker: “Sabemos lo que hay que hacer pero no cómo ser reelegidos después de hacerlo”, según traduce J. I. Torreblanca en ¿Quién gobierna en Europa?, libro publicado en 2014.
Ambas versiones plantean un dilema: la obligación de hacer lo que hay que hacer ¿queda suspendida si afecta a legítimos intereses electorales u orgánicos del partido? Fernández introduce una circunstancia temporal: tras las elecciones de junio, es decir, después de que se repitiera y ampliase la mayoría relativa del PP, sin que hubiera sobre la mesa ninguna alternativa viable de Gobierno.
Sánchez ha demostrado que es capaz de ganar primarias; ahora tendrá la oportunidad de probar que también es un líder capaz de practicar una “oposición útil” como vía para ganar las elecciones
En la tradición del PSOE se considera que, en situaciones excepcionales, el interés del partido debe supeditarse al del sistema democrático si este se ve amenazado. Excepcional era que tras medio año con un Ejecutivo en funciones estuviéramos abocados a unas terceras elecciones. Lo que había que hacer era desbloquear esa situación sin salida, que amenazaba con hacerse crónica, dejando gobernar al partido más votado.
Un dilema en el fondo similar se le planteó a Felipe González en las elecciones de 1993, cuando defendió el criterio de que, en ausencia de mayoría absoluta, se reconociera a la lista más votada la primogenitura en la investidura. Y se comprometió por adelantado a que solo si su partido era el primero competiría por forjar una alianza mayoritaria.
Los de Sánchez añadieron a la acusación de sometimiento al PP la consideración de que se hacía “a cambio de nada”. No es exacto porque Rajoy admitió reclamaciones de los socialistas, como una subida considerable del salario mínimo. Javier Fernández advirtió en su momento que el acuerdo era solo para la investidura y que otros posibles pactos, como el de los Presupuestos, “tendrá que ganárselos”. Pero no garantizar su apoyo no significa obligación de desestabilizar al Gobierno.
Sánchez ya ha demostrado que es capaz de ganar primarias; ahora tendrá la oportunidad de probar que también es un líder capaz de aglutinar la pluralidad que aquellas han evidenciado; y de practicar una “oposición útil” como vía para ganar las elecciones.
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