Cataluña no es un ‘Titanic’
Si no se la tratase como a tal, si no se comportase como si lo fuese, podría dar aún mucho más de sí. En beneficio de todos
El president Carles Puigdemont acude hoy a Madrid en acto de propaganda, como otras veces Mariano Rajoy en el trayecto inverso. Lástima que nunca sea en son de diálogo estructurado.
Así que cuando reclame negociar, se sabrá para qué cosa. Todos lo conocerán de antemano al leer en este diario su proyecto de ley de ruptura o desconexión.
Hasta hoy, y pese a todos los pesares (centralistas) y pesadillas (secesionistas), Cataluña seguía siendo entre otras cosas locomotora económica de España. El saldo de la crisis iniciada en 2008 (y de la globalización) ha favorecido a Madrid. Pero esta permanece en segunda posición, en términos de PIB, si bien encabeza rankings tan poderosos como el de la inversión exterior (casi la mitad) o el de la recaudación fiscal. Así que los catalanes no habitan un Titanic.
El cálculo de la dimensión no agota el de la potencia. La capacidad de innovación y de apertura económica —de integración en los mercados globales— es tan significativa o más que el tamaño. Y ahí el virtual empate parece desempatarse.
Veamos algunos datos relevantes. En 2015, las startups catalanas atrajeron tantos recursos financieros como las de toda España. Las inversiones de gran volumen (superiores a 10 millones de euros) para las nuevas empresas tecnológicas supusieron el 63% de las españolas en los últimos siete años y el 71% del capital riesgo internacional.
Cinco universidades de Cataluña se sitúan entre las seis primeras españolas, según la reciente clasificación de la Fundación CyD que encabeza la presidenta del Banco Santander. El número de patentes presentadas al registro europeo supone el 33,8% del total español (por un 23,6% Madrid). Y las exportaciones oscilan en torno al 25%, por el 11% de sus seguidoras madrileñas y valencianas.
Hay datos peores, como la fuga de empresas a Madrid, por su laxitud fiscal y/o por incertidumbre ante el secesionismo.
Cataluña venía siendo una nación económica seria. A respetar por los demás. Y por sí misma. Si se condujese políticamente como tal, podría dar aún mucho más de sí, en beneficio de los catalanes y de todos. De momento no es un Titanic. Pero si se entrega al disparate, corre grave peligro de serlo.
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