La odisea de Maloma, una española retenida en el Sáhara
UNA MUJER está a punto de llegar. Los hombres de la familia, como ha sido acordado, abandonan el salón de paredes blancas cubierto con una alfombra y asientos tapizados. Muchas casas saharauis disponen del mismo tipo de estancia para tomar el té, comer y recibir a las visitas. Desde fuera llega el murmullo de unos susurros. Recortada por la luz del desierto argelino, una chica de 23 años cubierta por una melfa azul, naranja y amarilla aparece por el marco de la puerta. Es Maloma Morales de Matos, la española de origen saharaui secuestrada por su familia biológica en esta casa del campamento de refugiados de Smara, en Tinduf, desde el 12 de diciembre de 2015. Tras una última negociación con una prima que siempre le acompaña, nos quedamos a solas.
Durante media hora, Maloma repite la versión de sus dos hermanos y su tío: está en Smara por su propia voluntad. Pero confirma que aquella noche de diciembre, alrededor de las ocho de la tarde y justo antes de salir hacia el aeropuerto de Tinduf de regreso a Sevilla, fue golpeada y metida a la fuerza en un coche por su hermano mayor y dos de sus primos. “Es la misma historia que ha contado mi padre adoptivo. No lo desmiento”, dice con marcado deje andaluz. Numerosas grabaciones de llamadas telefónicas de los Morales de Matos, la familia con la que ha vivido más de diez años en Mairena del Aljarafe (Sevilla), confirman que está retenida desde entonces. Terminada la entrevista y después de una foto con la familia, Maloma desaparece junto a su prima.
Sin teléfono móvil propio y acompañada en todo momento por familiares saharauis que hablan y entienden español, la comunicación con los Morales de Matos en esas llamadas se basa en sobreentendidos. Esta es parte de una conversación entre Maloma y sus padres adoptivos, Pepe Morales y Mari Carmen de Matos, tras la publicación de un vídeo en el que negaba estar secuestrada:
Mari Carmen: Bueno, ya parece que vas para actriz, tú. Me parece, ¿no? Que en vez de policía vas a estudiar tú teatro, ¿no?, o algo así, ¿no?
Maloma: Arte dramático.
Mari Carmen: Eso es.
Pepe: Arte dramático es lo suyo.
Mari Carmen: Se te da muy bien actuar, ¿no?
Maloma: Sí, ¿no?
Mari Carmen: ¿A que sí?
Maloma: Bueno, escúchame, que…
Pepe: No, pero ¿sí o no?, ¿se te da bien o no?
Mari Carmen: Pero que… se te da bien actuar, ¿no?
Maloma: Sí.
Cerca de 50 mujeres saharauis permanecen en los campamentos de Argelia en contra de su voluntad tras haber residido en España. De ellas, Maloma es la única ciudadana española. Hay otro caso de un hombre, Azman Mohamed Yahya, también español, que ya ha podido regresar a España.
“Rechazamos el enfoque del Frente Polisario de que son problemas entre familias. Se están vulnerando derechos. Argelia debe intervenir”.
Koria Badbad Hafed, de 24 años, fue secuestrada de la misma forma que Maloma en enero de 2011. Estuvo desaparecida hasta 2015, cuando la delegada del Frente Polisario en España, Jira Bulahi, confirmó a su madre de acogida que vive en Mijek, población en los llamados territorios liberados, una franja de terreno desértico al este del muro construido por Marruecos. Padece una dolencia cardiaca grave que requiere atención médica. Lleva más de seis años aislada e incomunicada. Su madre de acogida, Bienvenida Campillo, pide una prueba de vida: “Queremos hablar con ella, pero todavía no lo hemos conseguido”. En el momento de su secuestro, Koria era menor de edad y su tutela correspondía a la Consejería de Bienestar Social de la Comunidad Valenciana.
Otros casos denunciados por sus familias de acogida son los de Nadjiba Mohamed Belkacem, en Smara desde diciembre de 2013, y Darya Embarek Selma, en el campo de Auserd desde enero de 2014.
A 21 kilómetros al noreste de Smara está Auserd. Pasado el control de acceso, el paisaje habitual: una luz densa, polvorienta, casas de adobe, Mercedes de cuarta mano, cabras que pastorean entre plásticos y arena, un grupo de mujeres y sus coloridas melfas. La madre de Darya Embarek Selma espera en la puerta de su jaima. Invita al interior, y el padre saluda antes de ir a rezar a la mezquita. Darya, de 28 años, está en su habitación y tardará unos minutos en aparecer. Finalmente, entra en la jaima. Habla muy rápido, conserva el acento canario. Ni su madre ni sus hermanas, presentes en la tienda, entienden o hablan español. Empieza a preparar el té:
–¿Te gustaría volver?
–Claro que sí, es mi sueño. Espero que algún día.
–¿Qué crees que tiene que pasar?
–Que me den la documentación, es la única forma.
–¿Cuándo se te acaban los papeles?
–Ahora en mayo.
Darya se refiere a la tarjeta de residencia en España que su padre le quitó en enero de 2014 y sin la que no puede volver a Tenerife y a la familia de acogida con la que vivió 13 años. Iba a estudiar Empresariales, pero le pidieron que volviera a los campamentos porque su padre estaba muy enfermo. Pocos días después de regresar a España, su padre le dijo que no volvería. “Echo de menos todo, a mi familia, a mis amigos, todo. Siempre le decía a mi madre [de acogida] que cuando tuviera un trabajo me iría del pueblo pequeño donde vivíamos a la ciudad. Ahora no lo cambiaría por nada del mundo”.
La vida de Darya parece más relajada. Se mueve con cierta libertad dentro del campo, pero tiene que limpiar la casa, hacer la comida y cuidar de la familia, como la mayoría de mujeres aquí. Ayer mismo quedó con otra chica que está en su misma situación. ¿De qué hablaron? De sus vidas en España, de si podrán volver algún día. Dice que la historia de Maloma se comenta en los campamentos, pero que la situación familiar es muy diferente: “La suya es muy cerrada y desconfiada”. Toma el té, cuenta que le gusta mucho el reguetón y que sigue en contacto con sus amigos canarios. Tienen Internet en casa, algo impensable en los campamentos hace apenas unos años. “No sé, la suerte, lo que depare el destino”, dice a modo de despedida.
“Estamos convencidos de que Darya y Nadjiba quieren irse lo antes posible porque nos lo han comunicado personalmente. En el caso de Maloma y Koria no sabemos qué quieren porque no hemos podido hablar con ellas”, dice Eric Goldstein, subdirector de Human Rights Watch para el Norte de África y Oriente Próximo, la única ONG que se ha interesado por estos casos. “Rechazamos el enfoque del Frente Polisario de que se trate de problemas entre familias. Creemos que no puede o no quiere garantizar los derechos de estas mujeres y que Argelia debería intervenir”.
En su informe anual sobre el Sáhara Occidental, y después de visitar hace un año los campamentos de Tinduf, el ex secretario general de Naciones Unidas Ban Ki-moon dedicó un párrafo a la situación de Maloma, Darya y Nadjiba en el epígrafe de derechos humanos: “Durante mi encuentro con el señor Abdelaziz, le pregunté por los casos de tres mujeres jóvenes que, según se ha informado, están retenidas en contra de su voluntad por sus familias en los campos de refugiados por diferentes periodos. El señor Abdelaziz prometió prestar especial atención para resolver estos casos, al mismo tiempo que recordó que ya se habían iniciado las medidas adecuadas”. La muerte de Mohamed Abdelaziz, presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), apenas dos meses después de la visita de Ban Ki-moon truncó el presunto plan para liberarlas.
En la austera sede presidencial de Rabuni, capital administrativa de los campamentos, Brahim Gali, el sustituto de Abdelaziz y, como él, líder histórico y fundador del Frente Polisario, recibe un premio honoris causa de una institución mexicana. Suena Pompa y circunstancia. Gali viste birrete y toga sobre la tradicional darrá hasta los tobillos. Su jefe de protocolo avisa a los periodistas que le esperan de que el presidente, aunque sepa hablarlo, no hará declaraciones en español. Preguntado por Maloma, accede con una media sonrisa: “¿La has visto?, ¿está secuestrada? Es un problema un poco delicado porque se trata de relaciones entre una familia de acogida y una familia biológica. Espero que culmine con lo que la chica quiere”.
El Gobierno español negocia con el Frente Polisario y Argelia, país que acoge los campamentos, una solución para que Maloma pueda expresarse en libertad en España o en otro lugar neutral. Presidencia del Gobierno envió una carta a las familias españolas con este párrafo concreto sobre Maloma: “Permítanos recordarle que desde el 12 de diciembre de 2015 la señorita Morales no pudo regresar a España, el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación trabaja activamente para ejercer la asistencia y la protección consular a la que, como ciudadana española, tiene derecho”. Su pasaporte está en la Embajada de Argel, listo para un eventual viaje. La rápida actuación de las autoridades españolas para repatriar a la española Jimena Rico y su novia, la egipcia Shaza Ismail, escapadas de Dubái y detenidas en Estambul, ha reactivado las esperanzas de las familias afectadas, que piden un trato similar para sus casos.
Las historias de Maloma, Darya, Koria y Nadjiba empiezan igual: niñas que viajaron a España por primera vez con el programa solidario Vacaciones en Paz, iniciado a finales de los setenta para dar a los niños un respiro de la guerra entre el Polisario y Marruecos. Desde entonces, familias españolas acogen a menores saharauis durante el verano y les atienden en lo necesario, ya sean intervenciones médicas o la simple evasión de la durísima vida en el desierto en los meses más calurosos. En 2016 llegaron 4.570 niños y más de 100.000 han disfrutado de la iniciativa en toda su historia.
Vacaciones en Paz se aprueba anualmente en Consejo de Ministros y está gestionado por delegaciones de Gobierno, asociaciones de apoyo al pueblo saharaui y representantes del Frente Polisario de cada comunidad. El plazo de “residencia temporal” de los menores es de 91 días y las familias de acogida deben aportar un escrito en el que expresen su conocimiento de que “el programa no tiene por objeto la adopción”. La única excepción es el tratamiento de alguna enfermedad, en cuyo caso se prorroga la estancia del menor por “el tiempo necesario”. Este criterio médico y las penosas condiciones sanitarias de los campos hacen que muchos niños se queden más tiempo. A veces años, según el acuerdo al que lleguen la familia saharaui y la de acogida.
En los casos en los que así ocurre, el Frente Polisario está obligado a informar a las autoridades españolas, facilitar la documentación necesaria del menor y hacer un seguimiento hasta el retorno a los campamentos. No siempre sucede. España no sabe cuántos niños se quedan. Y el Polisario tampoco. La responsabilidad compartida en este desorden ha propiciado casos graves como el de Saltana Saleck Bardi. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó a España en 2011 por haber dado a una familia española la tutela de Saltana, una niña saharaui, sin el consentimiento de su madre, a la que tuvo que pagar una indemnización de 30.000 euros. La niña, ahora mayor de edad, nunca volvió a los campamentos. Otro que llegó a los tribunales fue el de Maimouna Bachir, secuestrada en Córdoba por su padre en agosto de 2008 y obligada a embarcar en un ferri con dirección a Orán. Tras 16 meses en los campamentos de Tinduf, la imputación de su padre en España por detención ilegal propició que Maimouna hiciera el viaje de vuelta hasta el puerto de Alicante. En el muelle se encontró con su novio español y volvieron a Córdoba.
La historia de Maloma es diferente. Nunca se quedó por motivos médicos. Su familia biológica estuvo de acuerdo en que estudiara en España, facilitando los documentos para que se nacionalizara cuando así lo pidió ella, ya mayor de edad, a los Morales de Matos. Fue la adopción de sus apellidos y una unión como pareja de hecho con un español lo que enturbió la situación, según reconoce la familia biológica. Darya, Nadjiba y Koria sí prolongaron su estancia en España por cuestiones médicas. Ahora, retenidas en los campos de Tinduf y en Mijek, no reciben los tratamientos adecuados.
La pesadilla de Maloma Morales comenzó el 12 de diciembre de 2015. La joven y Pepe, su padre adoptivo, se preparan para salir de Smara y se despiden de la familia. Es el fin a su primer viaje en 10 años a los campamentos. A pesar de algunas advertencias y de los demás casos conocidos, Maloma es ya ciudadana española y no teme por su regreso. Fue una decisión voluntaria la de visitar a su familia y a su madre enferma. “Por la mañana había llegado un coche diferente, un Mercedes de un primo suyo, soldado del Polisario”, cuenta Pepe Morales. “No me gustó”. Están en casa de una de las tías, a pocos metros de la vivienda familiar. “Ella le cogía del brazo. Parecía una broma, como para que no se fuera”, dice Pepe. Uno de los hermanos de Maloma le pide que las dejen solas y que ellos vuelvan a la casa para preparar algo de comer antes del viaje. Entran en el salón blanco, de alfombra y asientos tapizados. Afuera, Maloma grita: “¡Papá, papá! ¡Que me llevan!”. Pepe sale al camino y ve las luces rojas del Mercedes que se aleja. ¿Qué más? “Nada. No había luna y no se veía nada. Entonces no había luz eléctrica en Smara”.
Morales se quedó con los pasaportes y billetes de avión de regreso a Sevilla en la mano. Fue a Protocolo, una oficina administrativa del Polisario en cada campo, a explicar lo ocurrido. Le dijeron que estaba con su familia biológica y que no se podía hacer nada. Llamó por teléfono a Abidin Bucharaya, delegado del Polisario en Andalucía, y este le dijo que no denunciara nada y que se buscaría una solución. Bucharaya confirma esta conversación, pero no de lo que hablaron. Pepe Morales se subió al avión en Tinduf y durante la escala en Argel recibió una llamada de Maloma. “Me han traído de vuelta a la casa”. El 25 de diciembre volvieron a hablar. “A ella le gustaba mucho la Navidad. Dice que se tiró todo el día llorando para que la dejaran llamar”, cuenta Morales.
Luego, el silencio. Pasan los meses sin poder hablar con ella. Los hermanos se la han llevado a Mijek, el mismo lugar donde todavía sigue Koria. No hay cobertura telefónica ni electricidad. La madre biológica de Maloma está también con ellos. El 21 de abril de 2016, el fiscal general saharaui ordena la liberación de Maloma. El Ministerio español de Exteriores anuncia su inminente liberación. En una intervención militar del Polisario, negada por su presidente, Brahim Gali, pero confirmada por otras fuentes, Mohamed Lamine, el hermano mayor que secuestró a Maloma, y su otro hermano, Jaled, son detenidos y enviados a una comisaría de Rabuni. En una entrevista al diario digital Futuro Saharaui poco después, Mohamed Lamine contó lo ocurrido. El Polisario llegó a tener a Maloma. Viajaron durante horas hasta la comisaría de Rabuni. Fuera del recinto empezó a congregarse una multitud. Otro grupo de personas rodeó la casa del fiscal general. Exigían la liberación de los hermanos y que Maloma volviera a Smara con su familia. Y eso fue lo que ocurrió.
Los Erguibat, la tribu a la que pertenece Maloma, es la más numerosa entre los saharauis. Los Erguibat ya habían vivido una situación idéntica: la de Mayuba Mohamed Handidaf, española liberada por el Polisario en 2014, después de tres meses de retención y de que la Diputación de Valencia anunciara el fin de las ayudas que prestaba al pueblo saharaui. Considerado como una afrenta al honor de la tribu, hubo levantamientos en varios campamentos.
“Me preocupa esa coraza que se ha creado en torno a la mujer saharaui de que es la más liberada del mundo árabe-musulmán”.
En el regreso de Maloma al campamento de Smara, algunas mujeres de los ulad musa gritaban y saludaban la valentía de sus hermanos por haberla traído de vuelta. El vídeo del momento acompañaba al citado artículo de Futuro Saharaui y luego fue eliminado de su página web. “Estos casos son solo la punta del iceberg”, dice Lehdía Mohamed Dafa, ciudadana española de origen saharaui y médico de familia en un centro público de salud. Es una de las llamadas cubarauis, jóvenes saharauis que estudiaron en Cuba. Llegó en 1986 a La Habana con 12 años y regresó a los campamentos con 26 y el título de Medicina. “El caso de la mujer saharaui no es nada del otro mundo. Es algo muy parecido a lo que pasa en Afganistán, en Arabia Saudí, en Argelia mismo”. El activismo de Lehdía en favor de la igualdad de la mujer le ha costado enfrentamientos con figuras de la élite saharaui. “Me preocupa esa coraza que se ha creado en torno a la mujer saharaui de que es la más liberada y la más culta del mundo árabe-musulmán. Que haya una élite que viaja y estudia no significa nada. Yo, por ejemplo, no soy el prototipo de la mujer saharaui. La mujer saharaui son mis seis hermanas, que no han tenido ninguna oportunidad de salir de los campamentos, condicionadas por unas costumbres y tabúes que una parte del movimiento solidario defiende como cultura. Eso no es cultura, al menos tal y como yo la entiendo”.
En octubre de 2016, Pepe Morales y Mari Carmen de Matos viajaron a Smara para intentar llegar a un acuerdo con la familia de Maloma. Durante tres días, y con la presencia de representantes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y de la Embajada española en Argel, se acordó que Maloma volvería a España en el plazo de 45 días, que tendría móvil propio y que en ningún caso se casaría en los campamentos.
El pasado 4 de marzo, Maloma se casó en el campamento de Smara. Los Morales de Matos denuncian que ni siquiera conocía a su ahora esposo y que es una forma de subyugarla definitivamente. Otras personas, mujeres saharauis que viven en los campamentos o han vividos en ellos, creen que puede ser una estrategia de Maloma para deshacerse del control familiar que pesa sobre ella –ejercido por hermanos, tío y tribu desde la muerte de su padre a los cuatro años–, que primero tiene que demostrar que es una buena saharaui y luego quizá pueda irse. Su caso es ya una cuestión de orgullo para muchos en los campamentos.
“Maloma lleva 17 meses secuestrada. Espero que no haya recibido maltrato físico como el día del secuestro, pero no dudo de que sufre maltrato psicológico desde que se levanta hasta que se acuesta”, dice Pepe Morales, que se queja a su vez de la inacción del Polisario, “culpable y responsable de lo que le ocurre a mi hija. No aplican en los campamentos las leyes que tienen. Desde el principio tendrían que haber rescatado a Maloma y haberla puesto en un avión hacia España”. En algunas llamadas, Maloma pregunta por los resultados del Betis; por el bar que solía frecuentar, el Tajo, y por su perra Lala. Esta es una de las últimas conversaciones con Pepe y Mari Carmen de Matos, tres días antes de la entrevista con El País Semanal y una semana antes de su boda:
Mari Carmen: Ya está bien de estar aquí sin ti.
Maloma: No hay mal que por bien no venga. Así nos damos cuenta de las cosas.
Mari Carmen: ¿No hay mal que por bien no venga? Qué día más malo aquél [el del secuestro].
Maloma: Lo sé, lo sé.
Mari Carmen: ¿Y te acuerdas que hablamos unos días antes? Y te decía: “No te vayas”.
Maloma: Sí, y con la Cris.
Mari Carmen: Y me decías: “No, no pasa nada”.
Maloma: Todos nos creíamos otras cosas, pero por eso te digo: “No hay mal que por bien no venga”. Te das cuenta de otras cosas.
Paula Montero (amiga de Maloma): Anda que vas a ir más… Lo próximo, una postal cuando estés aquí.
Maloma: De lejos, ¿no? Y ni eso.
Mari Carmen: Bueno, hija, esperemos que no tarde.
Maloma: Sí, no te preocupes.
Mari Carmen: ¿Lo dices de verdad?
Maloma: Sí, de verdad.
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