_
_
_
_
África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado
_

‘Afrotrap’ para coser las fronteras

El joven rapero francés MHD sorprende con sus temas de raíces guineanas y senegalesas

Analía Iglesias
MHD durante un concierto en el festival Mawazine, en Rabat.
MHD durante un concierto en el festival Mawazine, en Rabat.Wahid Tajani

África no es un país, ni siquiera solo un continente. África es también sus muchas vertientes extracontinentales, con sus primeras generaciones de emigrantes, sus segundas, sus terceras, y lo que les pase a sus hijos en la banlieue de París, en Marsella toda, en los suburbios de Estrasburgo, en el paso de Calais y en Niza. Lo sabemos: los inmigrantes sufren la discriminación de los márgenes, pero la vida le escapa a la mezquindad y casi siempre se impone. Por eso, en la periferia francesa crecen mestizajes fértiles y nuevas comprensiones que alimentan la expresión artística callejera, mucha música e invenciones felices como el afrotrap.Su máximo exponente actual: MHD, que es la abreviatura de Mohamed y el nombre artístico de este cultor del trap de reconocibles raíces africanas pero siempre con el fraseo del rap.

Ida y vuelta, MHD (Mohammed Sylla) sabe que viene de Guinea Conakry, por parte de padre, y de Senegal, por parte de madre, pero es francés y en su barrio aprendió a convivir con los vecinos magrebíes (con quienes comparte la espiritualidad del islam y la pasión por el fútbol, entre otras afinidades). En la esquina de su casa empezó a hacer música, cuando era casi un niño. Arrancó con el colectivo 19 reseaux (19 redes), cuyo nombre viene del distrito 19º de París donde vivía, pero ya desde el año pasado rueda solo. Dicen que su rap hibridado con la música dance está inspirado en los nigerianos Davido y P-Square.

Más información
El ‘phonk’, el sonido futurista del ‘hip hop’, triunfa en Internet
Cóctel tropical y experimental: esto es lo que pincha La Mala Rodríguez como DJ

Tiene apenas 22 años y es casi sinónimo de Champions League, el nombre de una de sus canciones más conocidas y la que todos esperaban el sábado pasado, cuando se presentó en un inmenso escenario a orillas del río Bouregreg, en Rabat, en el marco del ya instalado Festival Mawazine (a la sazón, el mismo escenario que ha pisado, en estos días, Lauryn Hill y desde el que el célebre marfileño Alpha Blondy, despedirá el megafestival el próximo fin de semana).

Llegó MHD al continente de sus padres y los chicos marroquíes se sintieron inmediatamente parte del asunto. Seguramente tienen horas y horas de Youtube sobre sus espaldas, tarareando La Moula, aprendiéndose las coreografías de esas nutridas bandas de niños y adolescentes de caritas subsaharianas o magrebíes que bailan en sus vídeos (flow, bang bang bang, ruido de vidrios rotos al final de cada tema y coros futboleros en las calles de algún extramuros). Su público es europeo y africano, tiene su edad y ha ido viendo cómo se engrandecía –a la velocidad de la luz– la figura del antiguo telonero de Booba: sin ir más lejos, MHD participó, el año pasado, en la presentación de la equipación del Real Madrid.

“Como ahora el afrotrap es famoso, yo hablo de esto: París es la Champions League /esto es París/la nevera vacía/ los chicos se matan con droga mala/ la atmósfera es densa como en la transacción de un kilo/ ¿no sabes que no se les pega a los maestros?” son algunos de los versos del rapero que da cuenta de su cotidianidad, de la vida de un repartidor de pizza que se queja con su madre, pero que también honra sus raíces primeras, celebra a sus hermanos, a los maestros Salif Keita o Youssou N’Dour y a la vida familiar que se cultiva allí donde no hay secretos. Entonces, va a cantar y bailar a las calles africanas, como en Kele N ta.

La escena del hip hop francés es la más nutrida y prolífica después de la de Estados Unidos. Sus protagonistas son muy jóvenes, casi niños. No es raro que comiencen a rapear con 12 o 13 años y muy pronto ya están haciendo videoclips rodeados de sus hermanitos menores, en barrios de bloques, sobre canchas de cemento, en camisetas de fútbol, con bicis y skates. Reclaman sus derechos a la vez que muestran La puissance (“la potencia”) de la que son capaces.

Hablábamos de MHD pero podéis rastrear a los otros franceses del movimiento: he ahí a Salif, descendiente de padres de Mali y de la isla de Guadalupe, que también comenzó en la pubertad a hablar de la juventud del ghetto. O a Mysa, que irónicamente pide perdón “por ser francés” y vivir en el territorio en el que nació, en la canción Je m’excuse. En general, en los clips del hip hop no falta la presencia de Dios –o la mención de su feligresía– ni los músculos que ilustran gestos ultraviriles de gangsta francófonos. Como los de Booba, hijo de madre marroquí y padre senegalés, quien también ha tocado en esta edición de Mawazine y que insiste en que Dios (Alá) “facilita” y es él el que mete la pata.

Le cuesta al rap (y sus derivados) desembarazarse de la exhibición de trofeos hechos de esta mezcla de legítima denuncia por lo vivido, burlas a los ‘envidiosos’ y la celebración de los logros nuevos: relojes, coches y/o la chicas blancas –en modo cheerleaders– a sus pies. A esta altura de la Historia, todos pecados veniales frente a las inmensa deuda de empatía de las sociedades en las que les ha tocado vivir a sus protagonistas. Hay excepciones, por supuesto, como la rapera marsellesa-argentina Keny Arkana (nacida en 1982), que hizo popular La rage (La rabia), una alegoría altermundista en cuyo video se alternan imágenes de la represión policial en Argentina con postales suburbanas francesas, por donde se cuela algún Inchallah, en árabe, el de la calle.

De algún modo, también MHD es una excepción de ternura en un mundo de duros. En sus vídeos hay chicas de ascendencia africana, en el rol de las amigas, divirtiéndose con ellos, y en su presentación de Rabat hizo subir al escenario a niña y niño para que bailaran allí la canción Fais le mouv. Él, como el resto de los adolescentes, sin parar de grabar desde el escenario con su propio móvil, ayudando con cada gesto a suturar esa cisura que suele haber entre los chicos subsaharianos y los que vienen del ámbito árabe-magrebí.

Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_