Realismo mágico
La habilidad destructiva de Nicolás Maduro se ha cobrado una nueva víctima
La habilidad destructiva de Nicolás Maduro se ha cobrado una nueva víctima: el realismo mágico. En estas tierras americanas, donde una mariposa amarilla bate las alas y surgen mil historias, el cuento se acabó. El presidente de Venezuela habla a las vacas a falta de adeptos. Mientras tanto, los autores del boom se retuercen en sus tumbas y en sus casas.
“¿Ustedes quieren muerte? ¿Ustedes quieren violencia? Pues voten la Constituyente”, les dice Maduro a los animales con esa sonrisa maligna que ni siquiera su profuso bigote puede contrarrestar. La Constituyente con la que amenaza es su último invento para fulminar a la oposición.
Las vacas con la mirada triste que le confieren sus largas pestañas alicaídas siguen rumiando la comida. Del estómago a la boca y de la boca al estómago. Del ordeño al prado y del prado al ordeño. Así cada día hasta que llame el matadero. El votante perfecto para la revolución madurista.
Por suerte, en Venezuela quedan más ciudadanos que vacas. Son los que desde hace semanas faltan al trabajo, al colegio, a la universidad, a sus tareas para salir a la calle a protestar. La llamada del matadero ya no les da miedo. No tienen comida. No tienen medicamentos. No tienen seguridad. Así que no temen a Maduro, tampoco a la policía y al Ejército armados hasta los dientes. Ni siquiera a las milicias que aceptan las armas en nombre de un recuerdo revolucionario que cada vez tiene menos de realismo mágico y más de necesidad realista. De hambre.
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