Cómo la serie más devastadora convirtió en estrella al marido de Jennifer Aniston
Justin Theroux era un actor desconocido hasta que interpretó la apasionante ‘The leftovers’ y se casó con la protagonista de 'Friends'
“Una de las cosas más interesantes de las series de televisión es que cuando actores que no te resultan familiares, como James Gandolfini o Jon Hamm, consiguen papeles principales como los de Tony Soprano y Don Draper, se convierten en esos personajes. Y ya solo los ves así”. Lo dice Damon Lindelof, creador de la serie de HBO The leftovers, que acaba de estrenar su tercera y última temporada (en España, en Movistar+ y HBO).
Para repicar lo que sucedió con los protagonistas de Los Soprano y Mad Men, dos de las ficciones más exitosas de los últimos tiempos, debían darle el papel estelar a un desconocido, pero fueron mucho más allá: se lo dieron al marido de Jennifer Aniston. Si puede parecer una tarea complicada convertir a un orondo secundario italoamericano en estrella global (Gandolfini) y en icono de estilo a un tipo cuyo mayor éxito hasta entonces había sido su papel de “Joven Piloto Número 2” en Space cowboys, imagine lograr que el marido de una de las mayores celebridades de Hollywood se convierta en una estrella por su trabajo. “Conocía a Justin más como escritor que como actor”, cuenta Lindelof. “Además, soy un gran fan de David Lynch, lo había visto actuar en Mulholland drive. Y poco más. Cuando hizo la prueba para el papel de Kevin lo primero que pensé fue: ‘¿Quién es ese tío?”.
Ese tío es Justin Theroux (Washington DC, 1971), que se presenta puntual a la sesión de fotos para ICON en un almacén abandonado del Arts District, un nombre demasiado molón para lo que es un polígono industrial de Los Ángeles. Arrastra una maleta y lleva pantalones negros, una camiseta sin mangas y las llaves colgando de un mosquetón. Conecta el iPhone y pone una lista que ha hecho con lo que considera “el mejor mix del mundo. Contiene lo mejor del hip hop de los ochenta y noventa”. Dura 17 horas y suena a lo largo de las tres que estamos en el estudio. Al terminar decide que vayamos a almorzar a Di Alba, un restaurante que acaba de abrir un amigo suyo. Pide “proteinas”. Es muy habitual en Los Ángeles pedir algo así. Se sienta a la entrevista con una ensalada de lentejas y una pechuga de pollo de la que comerá la mitad.
"Mi matrimonio con Jennifer Aniston es como cualquier otro. Te levantas por la mañana, tu mujer hace café… No hay unas hadas para famosos que vienen y te visten”
El actor ha terminado de rodar la tercera y última temporada de The leftovers, una serie cuya premisa es sencilla e inquietante. Un día, el 2 % de la población mundial desaparece. Se desvanece sin explicación. El resto, los leftovers del título (“los sobrantes”), intenta comprender lo que ha pasado (¿Dios? ¿aliens?) y, sobre todo, qué se supone que debe hacer. Kevin Garvey, el personaje de Theroux, es padre de dos hijos y jefe de policía de pueblo. Su falsa normalidad es truncada por sectas apocalípticas, visiones y dilemas.
El secreto de lo que pasará con Kevin y los suyos, supervivientes de un mundo consumido por el desconcierto, se guarda bajo llave. Pero Lindelof, cocreador de Perdidos, parece estar en The leftovers corrigiendo los errores de aquella serie. Por ejemplo, Perdidos se alargó demasiado y Leftovers es una historia en tres temporadas improrrogables. Le queda un último obstáculo: nadie olvida que el final de Perdidos fue el más esperado e insatisfactorio de la historia reciente.
“Diré esto. Algunas de las cuestiones en las que se fija la serie, como qué hacemos aquí, qué significa todo, por qué seguir luchando o qué es la pena, están presentes en el final”, cuenta, críptico, Theroux. “Sigue girando sobre el sentido de la vida. Y aunque nadie lo puede explicar, la serie hace un último intento”.
The leftovers es un relato que parece más empeñado en crear confusión que en aportar respuestas. Al final de la segunda temporada un personaje le dice a Kevin (Theroux): “No sé lo que está pasando”. Y este responde: “Yo tampoco”. Para miles de espectadores es un alivio saber que los propios protagonistas están igual de desconcertados que ellos. “Es que es así como se siente la gente a la que le importa esta serie”, dice consciente de que estamos ante un producto del que se seguirá hablando años después de su final. “Yo también quiero saber el significado de las cosas, qué es esto, qué es aquello. La serie imita a la vida. No sabemos qué significa nada. Si un coche, de repente, se empotra contra un escaparate, no sabremos cómo ha sucedido o si hay algún simbolismo. Nadie sabe qué significa la vida o la muerte de una persona. En realidad, somos fieles a la vida real. Son los espectadores los que dan significado a las cosas”. La serie, aclara, no tiene una intención religiosa. “Creo que hay una lectura agnóstica. La felicidad, la familia, el duelo… esas son las preguntas que se hace. Y no intenta contestarlas”.
Theroux viene de un ambiente intelectual. Madre escritora, tío escritor, primos escritores, periodistas, documentalistas… Él parece un poco el macarra de la familia y se considera, en todos los sentidos, de Nueva York. “Washington no es una buena ciudad para crecer. No sé cómo describirlo, pero no me fue bien, ni en el colegio ni en nada. Sabía que me tenía que ir. Me sigue sin gustar”.
Se instaló en Nueva York con 17 años. Pasó la primera mitad de los noventa con un grupo de colegas entre los que estaban Billy Crudup, Sam Rockwell o Philip Seymour Hoffman. “Teníamos todos veintipocos y hacíamos teatro”. Del cine, le interesaban películas extranjeras. “Así entraba a la sala sin tener ni idea de qué iba ni quiénes eran los actores”.
“Diré esto [del final de 'The leftovers']. Algunas de las cuestiones en las que se fija la serie, como qué hacemos aquí, qué significa todo, por qué seguir luchando o qué es la pena, están presentes en el final”
Para explicar cómo entró en el cine se remonta a una anécdota. Retrocede a mediados de los noventa: “Cuando era muy joven, vine a Los Ángeles tres meses para ser becario de asistente de producción. Mientras intentaba decidir si me quedaba aquí a vivir o no, un productor me sugirió que me mudara a Nueva York, donde la competencia era mayor y los golpes serían más duros. Y me dio un consejo que no olvidaré: ‘Una vez allí, nunca compres tu propio billete a Los Ángeles. Si llegas sin tener trabajo es deprimente. Otra cosa muy distinta es si alguien te llama’. Finalmente, me instalé a Nueva York, donde hice teatro, y nunca tuve que volar por mi cuenta a Los Ángeles”.
El billete se lo compró David Lynch. El año era 1999. La película, Mulholland Drive. “Grabé una cinta para él en Nueva York. No había texto, solo hablé con la persona al otro lado de la cámara. Me olvidé de aquella prueba y al par de meses recibí una llamada: ‘David quiere conocerte en Los Ángeles. Hoy. Haz la maleta’. Ni pasé por el hotel. Fui a su casa y hablamos un par de horas sobre pintura y fotografía”.
Theroux consiguió así el papel principal de una de las películas más raras de Lynch, lo que, de algún modo, debe haberle servido para encarnar al protagonista de una de las series más raras de la historia, The leftovers. Entre una cosa y otra, el hombre lleva la mitad de su carrera dando explicaciones sobre qué significan los proyectos en los que trabaja. “¿Pero... para qué decirle a la gente lo que tiene que pensar?”, cavila.
Mulholland Drive fue un éxito gracias a Cannes. Pero Theroux ya tenía una carrera paralela como guionista de comedia. Por aquel entonces, su amigo Ben Stiller le reclamó para un pequeño papel (Evil DJ) en Zoolander. Más tarde escribirían juntos Tropic thunder. “Le dije: ‘Oye, si hacéis Zoolander 2 me encantaría aportar. Y ocurrió”. La suya es, pues, una carrera, como poco, sorprendente. Por un lado, poner cara a dramas profundos a los que buena parte del público atribuye un significado cuasirreligioso. Por otro, escribir comedias descerebradas.
A todo esto, ¿finalmente se mudó usted a Los Ángeles? “No. Me casé con alguien en Los Ángeles”, contesta, ayudándonos a que no parezca una agresiva intrusión en su vida privada preguntarle por su célebre esposa, Jennifer Aniston (California, 1969). Queremos saber, pues, cómo es esta vida en la que se ha metido.
“¿Está usted casado?”, nos pregunta. “Pues es así, tal cual. Te levantas por la mañana, tu mujer hace café… No hay unas hadas para famosos que vienen y te visten”, se ríe. El actor es testigo en su casa de un nivel de fama disparatado. “Antinatural” es el adjetivo que él utiliza. Por ejemplo, su mujer no podría estar aquí sentada comiendo ensalada frente a un ventanal, ¿no? “Sí, sí podría”, protesta, pero a continuación pone cara de no estar seguro.
¿Siente él que le empieza a pasar algo similar? “No. No puedes anticipar cuándo te va a suceder. Mira a los de Friends. Lo único que hicieron fue pillar un trabajo y rodar un piloto. No se podían imaginar que se estaban atando a un cohete espacial”. Si hay algo intrigante en Justin Theroux es que lleve de una forma tan relajada haberse atado él mismo a ese cohete. “Igual soy más célebre de lo que era. Pero todas las tonterías que van con eso de que la gente te conozca o crea que te conoce… No sé, creo que es mejor que no te centres en eso. Hay gente que lo que quiere es ser famosa, eso es distinto. Pero yo siempre quise ser actor o escritor. Lo demás son distracciones. Mientras pongas la atención en tu trabajo, estás bien, no sufres los altibajos de la fama. Concéntrate en lo que haces y te irá bien”.
“Me he caído hacia arriba en las escaleras”, añade Justin sobre su carrera, que es larga pero acaba de empezar, que es brillante pero oscura y que le ha hecho famoso pero no tanto. “He tenido mucha suerte. Ha habido gente que me ha invitado a subir a bordo de aventuras increíbles. Pero ha ocurrido de forma desordenada. No ha habido un plan. Siempre he hecho un poco lo que quería hacer, escribir o actuar. Nunca me he puesto mucha presión. No es que no fuera ambicioso, pero no me he puesto objetivos. Nunca he sentido el rechazo, como ir a una prueba y sentirme fatal. Nunca. Siempre ha sido: ‘Voy a probar’. A veces no hay que buscar otra explicación”.
Días después de la entrevista vuelvo a ver a Theroux en un encuentro con la prensa internacional. Siete periodistas de distintos países han venido para hablar de The leftovers. Antes de su llegada empiezan a hablar nerviosos. No sobre el actor ni sobre la serie: sobre Jennifer Aniston. Siempre es así. Una redactora europea confiesa que si no consigue de Theroux una declaración que tenga que ver con su matrimonio, su editor no querrá la historia. Ese es el huracán en el que se metió este tipo voluntariamente en 2011, cuando se hizo pública su relación (se casaron en 2015). Para buena parte del público aún es el marido de una de las mujeres más observadas del mundo. Él parece ser consciente. Menciona a Aniston y la periodista obtiene la frase. La única posibilidad de hablar de The leftovers en los medios es que el protagonista de la serie hable de su esposa. Por el momento.
Sesión de fotos. Maquillaje: Natlia Bruschi. Peluquería: Chris McMillan (Solo Artists). Asistente de fotografía: Phil Sánchez y Jimmy Nyeango. Técnico digital: Suzaine Aguirre (Industrial Color). Asistente de estilismo: Alice Maiolini. Atrezzo: Danny Diamond. Productor: Eleonora Giammello. Productor ‘on site’: Daniele Gruberger.
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