‘Grandeur’
La forma de celebrar una victoria política entre Francia y España: dos planetas distintos
París tiene la pirámide del Louvre, Madrid tiene el Templo de Debod. París tiene los Campos Elíseos, Madrid tiene la Castellana. París tiene el Sena, Madrid tiene el Manzanares. París tiene eso tan descriptible que se tiene o no se tiene y que se llama grandeur. Madrid, tampoco. Oye, tiene cosas fantásticas. Grandeur, no. Un poco como gemía Jane Birkin, orgásmica y felina, a las órdenes de Gainsbourg: te quiero, yo tampoco (je t’aime, moi non plus).
Me acordé de Rajoy botando en el balcón de Génova cuando vi a Macron entrando en la explanada del Louvre. Debió de ser algo inconsciente, debió de ser porque cuando sorbes un gevrey-chambertin del 2008 a veces te oyes a ti mismo pensando que, coño, también existe el Don Simón. El gevrey-chambertin de las leves lomas de Borgoña era el vino favorito de Napoléon Bonaparte. Del Don Simón no tenemos datos.
Me acordé de los gloriosos himnos del pueblo —“¡socialista el que no bote!”, “¡que bote Mariano!”, “¡Pujol, enano, habla en castellano!” o “¡yo soy españoool, españoool, españoool!”— y, qué demonios, henchido de patriotismo y chovinismo ibérico escuché esa tontuna con música llamada La Marsellesa y que dice: “A las armas, ciudadanos, formad vuestros batallones, marchemos, marchemos, que una sangre impura inunde nuestros surcos”. Y vi avanzar a Macron y a su sombra, solos en la inmensidad de la Cour du Louvre, en unas imágenes para la Historia: un señor de 39 años, taimado, listo, guapo y sin partido político detrás, convertido en presidente de la República, olé sus mariachis. Y volví al balcón. Allí botaban, porque les votaban, Ana Mato y Esperanza Aguirre.
Je t’aime, moi non plus.
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