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El aguardiente de Steven Soderbergh

El cineasta Steven Soderbergh, en las instalaciones de Casa Real, la bodega que produce
su singani.
El cineasta Steven Soderbergh, en las instalaciones de Casa Real, la bodega que produce su singani. Patricio Crooker

LA PRIMERA vez que visité los valles de la Andalucía boliviana, en Tarija, me topé con un sinfín de personajes surrealistas. Había un paleontólogo llamado Willer que pensaba que el aroma de las uvas de la zona estaba relacionado con los fósiles que salpicaban el suelo. “En mis caminatas he observado que los fósiles se atomizan poco a poco y se fragmentan hasta convertirse en polvo. Y ese polvo rico en sales y minerales alimenta las parras. Por eso los vinos de acá tienen un sabor exquisito”, explicaba. Había un señor llamado Jesús que aseguraba que en su hospedería él y sus “discípulos” bebían más vino que el Papa y su curia en el Vaticano. “Allí consumen alrededor de 62 litros por persona al año. Nosotros aquí tomamos 72”, bromeaba. Había una bodega que ofrecía unas uvas maceradas capaces de tumbar a un elefante, y también un pastor evangélico que encabezaba una cruzada sin demasiado éxito en contra de los aguardientes y el vino. El fracaso de aquel mensajero de la ira de Dios era predecible: en Tarija, los vinos son casi un credo y uno de sus aguardientes es patrimonio nacional y se ha transformado en una eficaz ganzúa capaz de abrir las puertas hasta del star system de Estados Unidos.

El singani es un destilado elaborado con la uva moscatel de Alejandría a alturas superiores a los 1. 800 metros.

El aguardiente más conocido de esta región de clima primaveral y gente sencilla es el singani, un destilado elaborado con la uva moscatel de Alejandría a alturas superiores a los 1.800 metros. Se cree que los primeros productores fueron unos misioneros agustinos que lo utilizaban para combatir el frío. Según los lugareños, se popularizó como ingrediente para preparar cócteles a finales del siglo XIX, después de que unos trabajadores ingleses lo mezclaran con ­ginger ale mientras construían una vía férrea. Y su embajador más conocido fuera de Bolivia es el cineasta estado­unidense Steven Soderbergh, un tipo alto y discreto con gafas de pasta y el aire informal y tranquilo de los curas de provincia.

El director de Traffic, Erin Brocko­vich y Ocean’s Eleven lo descubrió en España de la mano de Rodrigo Bellott, un colega boliviano que lo ayudó en los castings para sus cintas más latinoamericanas. Poco después, Soderbergh voló a La Paz para rodar algunas escenas de su segundo largometraje sobre el Che Guevara y renovó sus votos en favor de este trago de fragancia fuerte que se parece al brandi y al pisco. Y su experiencia cuasi religiosa culminó con el lanzamiento del Singani 63, una marca propia en honor al año de su nacimiento que se ofrece en los clubes de moda de Los Ángeles, Nueva York y Washington.

Hace unas semanas, el cineasta volvió a Tarija con dos expertos en coctelería. Participó en la vendimia. Filmó algunas escenas con su teléfono iPhone. Quedó encantado con un combinado de singani y mocochinchi –melocotón pelado y deshidratado– que le sirvieron con una pajita en una bolsa de plástico. Y comentó que Bolivia es un lugar donde se siente “a salvo”. En el país donde mataron a Ernesto Guevara y sus guerrilleros, él ha hallado un trago revolucionario.

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