Los hombres buenos
Algunos no seremos extraordinarios, pero nuestro paso por la vida no dejará detrás ninguna mujer golpeada, ningún niño violado
Esta noticia de Jan Martínez Ahrens en el periódico. “Al juez Thomas Low le tembló la voz. Al borde del llanto, el magistrado se dirigió al condenado por violación y abusos sexuales, el obispo mormón Keith Robert Vallejo, y desde el estrado le dijo: ‘Esta corte no tiene dudas de que usted es un hombre bueno y extraordinario, pero los grandes hombres, a veces, hacen cosas malas”. Los hombres buenos: he aquí el gran problema de los niños y las mujeres. Tan aceptados en la comunidad que ni siquiera la destrucción que emprenden de la propia comunidad les despoja de su bondad. Por eso la declaración llorosa del juez funciona como exageración del mundo que late debajo de los crímenes: la exculpación general que se produce cuando el coro de íntimos dice que era un hombre bueno. Especialmente agravada cuando el coro de íntimos es un coro de jueces.
Siguiendo el rastro de la adversativa del magistrado puede deducirse algo seguro en el condenado: “Keith Robert Vallejo era un hombre malo y monstruoso, pero a veces los hombres malos hacen cosas buenas”. De este modo se conserva la integridad de otros hombres que no aspiramos a ser buenos y extraordinarios, pero cuyo paso por la vida no dejará detrás ninguna mujer golpeada, ningún niño violado, ningún crimen que nos convierta a ojos de nuestros juzgadores en hombres buenos con un mal día. Preferimos tenerlos todos regular. Así nos libramos de las valoraciones subjetivas del juez, asiduas también en alguna sentencia española a raíz de la libertad de expresión: cuando más allá de si es delito o no, que es su trabajo y parece un trabajo importante, el juez se dedica a decir lo que le parece de buen o mal gusto como si lo hubiese encontrado en la Constitución.
“Steve es un buen tipo. Fue amable y amoroso conmigo y con mis hijos”, dice la mujer por la que un hombre mató a un ciudadano al azar en EE UU y colgó el crimen en Facebook. La red social convierte en famoso al asesino, no a la víctima, y la primera valoración de su entorno es que es “amable y amoroso”. Después del crimen la prensa recurre a quien lo conoció, y quien lo conoció recurre a la persona que parecía ser antes del crimen. Ese juicio tiene tanta importancia como el que se le hubiese hecho a Mohamed Atta en su papel de padre o hijo. Pero ahí está con cada crimen la valoración de testigos de parte como voces de autoridad. Si quieren saber cómo era en la intimidad un violador, no le pregunten a su padre: pregúntenle a la violada.
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