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MIRADOR
Columna
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Perdidos

Nuestras hablas y formas siguen conviviendo con lo anglo como agua y aceite

Aula de un colegio público bilingüe de Madrid.
Aula de un colegio público bilingüe de Madrid. Samuel Sánchez

La frase más citada del poeta Robert Frost es: “La poesía es lo que se pierde en la traducción”. Pero si el Sr. Frost hubiera vivido en Harlem (por ejemplo), y no en una granja de New Hampshire, su frase más citada sería: “Los hispanos en Estados Unidos son lo que se perdió en traducción”.

Sin duda, los hispanos aquí estamos perdidos entre traducciones. A pesar de los siglos de historia compartida, y por más pocho, chicano, spic, cholo, pachuco, mojado o boricua, las corrientes de nuestras hablas y formas siguen conviviendo con lo anglo como agua y aceite.

El otro día, estaba yo en un pueblo algo terrorífico de Pensilvania: todos güeros, grandotes, con derecho constitucional a portar armas de fuego. Estaba en un restorán, en una sobremesa lenta (descafeinado, pastelitos), cuando alguien preguntó sobre los orígenes de los comensales, y una joven dijo que su ciudad natal —Scranton, Pensilvania— era conocida como “el sobaco de los Estados Unidos”. Todos se rieron e hicieron una u otra mueca desaprobatoria. A mí se me quedó flotando la imagen del sobaco, tan erótica. Dije: qué rico.

Pensé que nomás lo había pensado. ¡Pero lo había dicho en voz alta! (Y aún a través de la sordina políticamente correctora del inglés, mi comentario había sonado demasiado carnal, peludo y salado para ser aceptable en una mesa de Pensilvania). Me arrepentí, segura de que había lanzado una bomba de silencio al centro de la mesa. Pero no. Había estado tan fuera de tono mi comentario, que nadie ni acusó recibo. Fui intraducible. La señora en capotavola me flasheó una sonrisa prístina, y luego dijo, meneando la cabeza como si regañara a un perrito: “Sí, ya sé. Estos pastelitos, tan ricos. Son mi pecado. Sobre todo los de pistache”.

Los hispanos en Los United estamos perdidos en la traducción —perdidos entre el sobaco y el pistache de las sobremesas—. La pregunta que me obsesiona es ¿desde cuándo? Llevo años leyendo, tratando de juntar las piezas y armar el rompecabezas: los naufragios de Cabeza de Vaca, el Batallón de San Patricio, las crónicas de José Martí, el año 1898, los poemas de Lorca y Owen del Harlem de 1920, Bahía de Cochinos, César Chávez, los ensayos brillantes de Gloria Anzaldúa. ¿En qué momento se abrió la brecha de nuestra intraducibilidad?

Sospecho que la brecha no la abrimos nosotros —los de sobacos ricos— sino los que creen que el pastel de pistache es pecado.

Dear Mr. Frost: escuche, desde su tumba, a Hector Lavoe (y de paso la última de Kendrick Lamar) y busque un bello sobaco, y luego denos una nueva sentencia sobre lo que se pierde y se gana en la traducción.

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