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CARTA DESDE EUROPA
Tribuna
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Sombríamente felices

Las cosas pintan bien para Suiza. Un estudio estadounidense la declara “el mejor país del mundo”

Quien tenga que abrirse paso por la mañana temprano entre las masas de personas que van de su casa al trabajo en la estación central de Zúrich, seguramente supondría lo contrario. Pero las cosas son como son: estas personas de aspecto sombrío que se apresuran de acá para allá se cuentan entre las más felices del mundo. Al fin y al cabo, viven en Suiza.

En los cinco informes sobre la felicidad que la ONU ha publicado hasta ahora, Suiza ha ocupado siempre uno de los puestos punteros. En 2015 encabezaba la lista y en 2017 tenía el cuarto lugar, como se supo la semana pasada. Las distancias entre los primeros cinco países (Dinamarca, Noruega, Islandia, Finlandia y Suiza), notoriamente destacados, siguen reduciéndose de forma muy acusada.

Las cosas pintan bien para Suiza. Hace dos semanas, un estudio estadounidense la declaraba “el mejor país del mundo”. De igual modo, ciudades suizas como Zúrich y Ginebra siempre ocupan un puesto de primera fila en las encuestas sobre calidad de vida. Así que no es del todo inoportuno preguntarse qué es exactamente lo que hacen bien Suiza y los demás países bendecidos por la felicidad.

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Si se comparan los países que figuran en los cinco primeros puestos en el informe sobre la felicidad, parece que son su pequeñez y aislamiento lo que la potencian. Ninguno de los mejor situados cuenta con más de diez millones de habitantes. Noruega, Islandia y Suiza no forman parte de la Unión Europea, Dinamarca ha renunciado al euro. El estudio se presta a elevar a ideal la pequeña nación independiente y respondona, lo que será una satisfacción para los partidos derechistas partidarios del aislacionismo.

Al mismo tiempo, los resultados parecen una confirmación de los programas socialdemócratas. Los amos de la felicidad pertenecen en su totalidad al club de los países más ricos, y aunque en todos hay un amplio porcentaje de paro, solo con el éxito económico no se sube al podio. Tan importante como este es una redistribución equitativa del bienestar. Todos los países más ricos ostentan un coeficiente de Gini —que mide la desigualdad económica— muy bajo. Estados Unidos y China pueden servir de contraejemplo. La felicidad de los estadounidenses ha caído en los últimos diez años, a pesar del aumento de la renta media. Tampoco los chinos se sienten ostensiblemente mejor que en 1990, a pesar de que su salario se ha multiplicado varias veces desde entonces.

Las naciones con regímenes no democráticos no pueden optar a ser campeonas de la felicidad

Jeffrey Sachs, economista estadounidense y coautor del estudio, explica la decreciente felicidad de sus compatriotas por su fijación con el crecimiento económico. Al mismo tiempo, su sociedad se descompone.

Para hacer feliz a la población, afirman los autores, se requieren sistemas de bienestar estables que garanticen un futuro libre de preocupaciones existenciales. Los ciudadanos han de tener confianza mutua y apoyarse recíprocamente, y al mismo tiempo al individuo debe quedarle la suficiente libertad para realizarse. El sistema político tiene que evitar la corrupción y atender al equilibrio entre de los diversos grupos.

¿Aislacionismo, crecimiento económico o redistribución? No es posible deducir de los rankings una receta para construir el país perfecto. Los resultados siguen siendo demasiado difusos, las condiciones en los distintos países se diferencian demasiado entre sí.

A pesar de todo, hacen falta clasificaciones como la de este informe sobre la felicidad. Según la ONU, los políticos tienen que ocuparse con más afán de la felicidad de los ciudadanos. Este enfoque es convincente, aun cuando el concepto de felicidad y su materialización sigan siendo evanescentes. Es un punto de partida convincente porque descarta de raíz recurrir a determinados males como instrumentos políticos. Los países en los que ruge la guerra ocupan puestos muy a la zaga. Las ansias de influir y las manías de grandeza contribuyen poco al bienestar de la ciudadanía. Las naciones con regímenes no democráticos, totalitarios, no pueden optar a ser campeonas de la felicidad. Así que sí hay un consenso sólido sobre todo aquello a lo que debería renunciar la política.

De un informe sobre la felicidad tampoco cabe esperar que ilustre sobre el estado de ánimo de cualquier noruega o cualquier suizo. No se han tenido en cuenta las tasas de suicidio ni el porcentaje de enfermedades psíquicas. Los autores solo identifican los fundamentos de la felicidad.

No es ninguna contradicción, pues, correr por las mañanas con gesto sombrío por la estación central de Zúrich.

Beat Metzler escribe en Opinión del Tages-Anzeiger.

Traducción de Jesús Alborés Rey.

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