Cuando Europa ha extraviado el rumbo
La torpe gestión de las oleadas de inmigrantes está erosionando los valores que sostienen la Unión
Tiempos de celebración, pero parece que no hay mucho que celebrar. Cuando llegue la comitiva de la fiesta con la tarta para soplar las velas de los 60 años del Tratado de Roma se va a encontrar a unos europeos más bien mustios. Europa está rota, perdida, con el ánimo hecho hilachas, los objetivos desenfocados, y a punto de padecer un ataque de vergüenza por su torpeza a la hora de enfrentarse a los problemas que la atenazan.
¿Qué diablos es Europa? ¿Un montón de pueblos diversos que han convivido —o se han peleado— a lo largo de los siglos en un mismo territorio? ¿Un cuarteto de Schubert, la pintura de Poussin, la prosa de Joseph Conrad? ¿Los mineros de Asturias, los obreros de Newcastle, los trabajadores de Nowa Huta? ¿O es simplemente la burocracia de Bruselas, que sigue afanándose para que funcione ese selecto club que ha incluido hasta ahora a 28 países?
En Elogio del olvido, David Rieff se mete también en el charco europeo. Historiador por Princeton, el hijo de Susan Sontag estuvo como reportero de guerra en Bosnia —y en otros muchos países— y sabe de primera mano que la memoria histórica colectiva “ha conducido con demasiada frecuencia a la guerra más que a la paz, al rencor y al resentimiento (que parece cada vez más la emoción que caracteriza nuestra época) más que a la reconciliación, y a la determinación de vengarse en lugar de comprometerse con la ardua labor del perdón”.
En su ensayo, y al abordar las complicaciones del viejo continente, recoge una observación de Timothy Garton Ash, que alguna vez dijo que “la memoria es un componente esencial en la construcción de la identidad europea”. Si se piensa en la cultura de la memoria que Alemania se ocupó de construir tras la II Guerra Mundial es posible que tenga razón, pues fue uno de sus grandes logros “morales, políticos y sociales”, según el historiador Horst Möller. Aceptó la verdad de los horrores del nazismo, supo pedir perdón, se volcó en la construcción de la paz y la tolerancia”.
En estos momentos, sin embargo, existe una hostilidad brutal en los países de la Europa central y oriental contra los refugiados que llegan de Siria e Irak y de tantos otros países. Así que Rieff comenta que “a pesar de que resulte políticamente incorrecto señalarlo, si la memoria es un componente esencial en la construcción de la identidad europea, la llegada de multitudes que no comparten ninguno de dichos recuerdos y, para ser más precisos, traen consigo recuerdos propios ajenos a Europa, sin duda dificultará enormemente, a corto y medio plazo, el proyecto que Garton Ash defiende, y tal vez los europeos, además, se vean obligados a replantearse de forma radical el papel de la memoria en la definición de lo que significa ser europeo en el siglo XXI”.
Igual no es la memoria lo que debe definir el proyecto europeo. Ahora que la vocación humanitaria de Europa anda crujiendo, han empezado a sonar las trompetas: toca reinventarse.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.