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Columna
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Un anuncio desde el pasado

Los vascos y el resto de los españoles hace más de cinco años que disfrutamos de una paz conquistada cuando derrotamos a ETA

La Guardia Civil examina un zulo de ETA en Irún (Guipúzcoa).
La Guardia Civil examina un zulo de ETA en Irún (Guipúzcoa).JAVIER ETXEZARRETA (EFE)

Hace más de cinco años que ETA anunció su decisión de abandonar definitivamente la violencia. Lo hizo porque ya no podía seguir. Aislada social y políticamente, acosada por las fuerzas de seguridad, la banda terrorista optó por poner a fin a décadas de horror, de crímenes, de extorsión y de chantajes. Hoy, alguien en su nombre nos ha informado de que los terroristas van a entregar las armas, las que les quedan. Tiempo habrá de comprobar la veracidad de esa entrega. Algunos episodios recientes nos aconsejan ser cautelosos hasta conocer si esta vez va en serio, o se trata de una pantomima más de una banda necesitada de presencia pública, que se resiste a desaparecer.

 Cuando escribo estas líneas recuerdo el estupor que los presos que se acogieron a la denominada vía Nanclares manifestaban invariablemente al volver a la cárcel, después de algún permiso de fin de semana. Su extrañeza ante la relevancia social y política de las instituciones vascas, la sorpresa que les producía la normalidad con que los ciudadanos de Euskadi vivían en democracia, hablaban su lengua y veían sus símbolos respetados. No conocían cómo pensaban los vascos, cómo vivían, cuáles eran sus anhelos y sus aspiraciones. No sabían nada del pueblo al que pretendían liberar.

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En eso, los actuales dirigentes no han cambiado. No se han dado cuenta de que viven en un mundo que no existe. Intentarán convertir su entrega de armas en un gran acontecimiento. Dirán que es una decisión unilateral para contribuir al final de conflicto. No han comprendido que los vascos y el resto de los españoles hace más de cinco años que disfrutamos de una paz que conquistamos cuando les derrotamos.

Hoy anuncian lo que debieron hacer hace cinco años. Pero se resisten a desaparecer. Sin duda, es mejor que entreguen las armas a que las conserven, que se disuelvan a que sigan existiendo. Pero lo relevante es que, como hicimos después de noviembre del 2011, no les vamos a esperar. Seguiremos conviviendo en libertad, acompañando a las víctimas de su barbarie, trabajando para cerrar definitivamente las heridas que sus crímenes infligieron a la sociedad vasca, orgullosos de la fortaleza de una democracia que supo vencer al terror.

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