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Anna Dimitrova, del 'grafitti' a la galería de arte

Anna Dimitrova, retratada en la galería Montana de Barcelona.

ANNA DIMITROVA tiene por lo menos tres países de origen –Bulgaria, donde nació; Marruecos, donde se crio, y España, donde vive desde 1996– y dos casas, en París y en Barcelona. Sus dos empresas, Nobulo y Adda, con las que gestiona eventos de arte urbano en todo el mundo, carecen de sede física y sus miembros se reparten entre Londres, París, México DF y Santander. “Carles Pedrissa, de La Fura dels Baus, me dijo un día que soy como los nenúfares, que no tienen raíz, y me pareció muy acertado”, resume.

Desde 2010 su campamento base se encuentra en la galería Montana en Barcelona, el espacio expositivo que comanda. La sala nació como un complemento a la tienda del mismo nombre, que vende aerosoles y otros materiales para grafiteros y fue el germen de un miniimperio que se extiende de Bangkok a São Paulo. A la comisaria le gusta que los artistas pongan el espacio patas arriba: “Aryz, que tiene una técnica impresionante, hizo aquí su primera exposición en 2011. Había cola para entrar. El valenciano Escif tachó las paredes, trajo un montón de plantas raras y lo colocó todo en horizontal. Ebok, que es canadiense, hizo tortitas para los invitados. Aquí no montamos las típicas inauguraciones”. Sus números tampoco son los de una galería tradicional: el 95% de las ventas se hacen a clientes extranjeros y a través de la tienda online.

Obras del dúo Jamer y Sive, actualmente en exposición.

Dimitrova, de 38 años, proviene del mundo del marketing y la publicidad, y gran parte de su trabajo consiste en ejercer de traductora entre dos colectivos que hablan lenguas distintas, los artistas urbanos y las marcas. “Las empresas muchas veces llegan con ideas equivocadas. Les presentas algo cuadrado y azul y te dicen que lo quieren redondo y rojo. Entonces tienes que explicar que un artista no es un diseñador, no se le puede pedir algo a medida. Pero su papel es esencial. Al fin y al cabo, apoyan el trabajo de los creadores”. Algunos grafiteros que se mueven en la clandestinidad por sus destrozos al mobiliario urbano siguen negándose a colaborar con empresas y galerías. “Me pasa muy a menudo. Me dicen: ‘Anna, no puedo estar en la calle pintando trenes y llamarme antisistema y luego venir aquí a exponer”.

La galerista ha detectado un cambio generacional en el street art. “Hace 15 años era un círculo muy cerrado. Se pintaba por pasión. Ahora algunos quieren ser famosos en dos días. He tenido artistas que pretendían vender sus piezas a 10.000 euros en su primera exposición. Yo les digo que construyan poco a poco porque, si no, la casa se derrumbará. Las redes sociales han sido clave para conocer el trabajo que se hace en todo el mundo, pero también han traído mucha pose”.

Rastreando en Instagram y Facebook encuentra nuevos talentos. Entre los que van camino de consolidarse y que ella vio despuntar, destaca al leonés Sebas Velasco, “el Rembrandt del arte urbano”; al catalán Enric Sant y al francés Levalet. Y dada la hipermascu­linidad del mundo del arte urbano, Dimitrova se esfuerza en promocionar la obra de mujeres como Núria Mora o Fefe Talavera. Ella, por cierto, todavía tiene que oír de vez en cuando: “¿Puedo hablar con tu jefe?”.

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