¡Silencio!
Cada día vamos a menos mucho más, y es por el ruido
Cada día vamos a menos mucho más, y es por el ruido. Bueno, también por otras cosas como la mera posibilidad de que un cuatrero con gomina vaya a escapar de la cárcel de Tucson ¿o era Alcalá Meco? O que Lydia Lozano y Kiko Matamoros sigan saliendo en la tele porque es lo que pide la gente… ¿o era al revés? ¿qué era antes, el huevo o la gallina, signore Vasile? O que triunfe Trump.
No le hace falta sonido incorporado, ni siquiera estruendo. Al ruido, queremos decir, no a Trump, él lo lleva de serie. Hay ruidos sordos. El narcisismo sin remedio e ignorante (siempre inconsciente, ellos creen que son Kant) de tanto pelagatos en las redes. La sonrisa idiota de la actriz Miren Gaztañaga diciendo que los españoles son culturalmente atrasados en ese programa de la televisión vasca cuyos primeros avergonzados son los vascos normales. El ruido callado de todo dios a bordo de un móvil en el vagón de metro. El de los nenes quitándote el iPhone para ver vídeos en cuanto vas a mear… ¡perdón!, quería decir quitándote la tablet.
Somos ruido, así lo hemos querido, y nuestra misión es decir, decir, decir. De escuchar ya se encargarán otros. Pero nunca es tarde. ¿Han leído los poemas de Karmelo Iribarren? Harían bien. En uno de ellos, El protocolo del cinismo, escribe: “Un silencio/ vulgar/ sin contenido”. Eso presupone lo contrario y obvio: que hay silencios plagados de deseo, razón y refugio. Todos juntos, a la de tres y con exclamaciones: ¡Silencio!
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