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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Trump, en su línea

El presidente insiste en su polémico programa ante el Congreso de EEUU

Donald Trump, en un  momento de su discurso.
Donald Trump, en un momento de su discurso.JIM LO SCALZO (EPA)

En su primera alocución ante el Congreso de Estados Unidos ha quedado claro que el presidente Donald Trump no se ha movido un centímetro de los postulados populistas con los que se alzó con la victoria en las elecciones de noviembre del año pasado. No hay que engañarse: el que rebajara ligeramente la estridencia verbal de sus postulados y no tuviera ninguna salida de tono —a las que ha acostumbrado a todo el mundo desde que llegó a la Casa Blanca el 20 de enero— no significa que haya modificado en modo alguno sus planes. Al contrario. El firme respaldo público —en contraste con sus bajos índices de popularidad— que le otorgó el Partido Republicano en el Capitolio, con sus congresistas y senadores aplaudiendo en pie, pone de manifiesto la luz verde legislativa con la que cuenta el mandatario para llevar a cabo sus proyectos por controvertidos o irrealizables que puedan parecer.

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Aunque más presidencial que en las últimas semanas, Trump no renunció al personaje que lleva interpretando desde que inició su carrera política, y no pudo evitar caer en su particular retórica anunciando que lidera “una rebelión y un terremoto”. Pero más grave es que insista en su obsesión con la inmigración ilegal, asegurando que su desaparición —supuestamente gracias a las medidas que está poniendo en marcha— significará automáticamente cosas como aumento de salarios, descenso del desempleo o mayor seguridad ciudadana. Trump ignora que la tribuna del Congreso de EE UU no es el atril de un mitin político y que esas ecuaciones de inverosímil cumplimiento son sencillamente indefendibles desde la dignidad presidencial.

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Llama además la atención que la persona que basó su discurso político en la denuncia del gigantismo estatal como forma de control del individuo diseñe ahora su estrategia de recuperación económica y social a partir de descomunales inversiones del Gobierno federal, tanto en infraestructuras como en gasto militar.

Trump utilizó ante el Congreso una peligrosa conexión para ligar el billón de dólares prometidos en nuevas infraestructuras —habrá que ver de dónde es posible sacar semejante cantidad de dinero— con una reforma migratoria que tiene como objetivo proteger a los trabajadores estadounidenses. Suena simple y llanamente a chantaje.

No menos peligrosa es la propuesta, hecha días antes, de un aumento en el gasto militar para este año de 54.000 millones de dólares. No se trata solo del estímulo armamentístico (en el caso de que dicho incremento se haga realmente efectivo, algo ya preocupante de por sí). Su simple enunciado respalda a quienes en las administraciones de otros países —por citar dos ejemplos, Rusia y China— claman por una subida importante de los gastos militares. De nuevo Trump debería ser consciente del cargo que ocupa y saber que el simple anuncio de ciertas medidas —independientemente de que se pongan en marcha o no— desencadenan efectos difíciles de controlar.

En definitiva, la intervención de Trump arroja dos conclusiones: el presidente sigue adelante con sus planes, y el Partido Republicano le respalda.

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