Los tres secretos de uno de los centros más premiados de México
El instituto de San Miguel Tzinacapan (Puebla) tiene un sistema innovador e imparte clases en nahuat, la lengua indígena de la zona
Es la una de la tarde del 14 de febrero y los alumnos de la secundaria Tetsijtsilin salen de sus aulas al patio central. Hoy la época de lluvias ha dado un respiro y el sol brilla. Como es el día del amor se ha organizado una lotería en la que se pueden ganar enormes osos de peluche. Acabado el sorteo, llegan varios habitantes del pueblo de San Miguel Tzinacapan, de donde son la inmensa mayoría de sus 349 estudiantes. Se distribuyen por el instituto y comienzan los talleres que dan una vez a la semana. Telar de cintura, talla de madera, escultura en cera, ebanistería, bambú... Con los chavales que son vecinos hablan en su variante de náhuatl. Con los pocos que vienen de Cuetzalan, la cabecera municipal, en español.
Estos talleres son uno de los motivos que ha convertido este centro educativo de la sierra al norte del Estado mexicano de Puebla, junto a la frontera con Veracruz, en uno de los más premiados de México por un modelo educativo innovador en el que funciona el aprendizaje en la lengua indígena de la zona. El otro, el taller de nahuat, que tienen los jueves, también impartido por dos vecinos. El tercer pilar, no menos importante, es el compromiso de la propia comunidad con el centro.
Daniela Díaz e Itzel González, sentadas juntas a la salida de su aula, muestran cada tipo de alumno. “Mis padres me mandaron a estudiar aquí desde Cuetzalan. Allí hice la primaria y no nos daban nahuat, pero aquí ya he ido aprendiendo un poco aunque es difícil la pronunciación”, dice la primera, de 14 años. “Yo lo sabía porque mis abuelos me hablan en nahuat y aprendí de ellos. En la primaria nunca nos enseñaron. Aquí lo que he aprendido es a escribirlo”, explica la segunda, de 13.
“Antes eso era imposible que viniesen chicos desde Cuetzalan, ya que nuestra idea de educación es completamente antagónica a lo que se hace allí, está enfocada en que los niños se olvidasen de sus orígenes”, comenta orgullosa la directora del centro, María del Coral Morales. “Éramos como los apestados y ahora nos mandan alumnos”. Sonriente y de pelo corto, con una camisa blanca en la que hay bordados unos patitos de colores, dirigen desde 1994 este instituto, hoy con 12 profesores.
Hay tres claves para el éxito de este instituto: los talleres, la enseñanza del nahuat y el compromiso de la propia comunidad con el centro
Tetsijtsilin está en un solar alargado, en cuesta, en plena sierra, con suelo de tierra y con el verde como color predominante. El centro lo forman diez casas alargadas de piedra y techo de teja a doble agua, del mismo estilo de construcción que las viviendas de la zona, por las que se distribuyen las 12 aulas, los talleres, la biblioteca, el comedor y el centro administrativo. Hay un campo de deportes, bajando la ladera, además de un invernadero, una colmena, un par de herbarios... En las paredes decoran murales con dibujos y escritos en castellano y nahuat. Los alumnos se comunican entre ellos mucho más en la segunda.
“Tenemos un taller en lengua materna que está muy estructurado en primer y segundo grado, que lo imparten maestros de la comunidad, como don Pedro Cortes, un campesino que fue de los primeros intelectuales de San Miguel que aprendió a leer y escribir en su lengua, y Eliseo Zamora, poeta y compositor musical”, explica Morales. “Y el tercer año esos mismos maestros invitan a gente de la comunidad para que hagan seminarios con saberes del pueblo, como la medicina tradicional o los cargos públicos, enseñándoles la lengua desde la cultura”, continúa.
De los 12 profesores regulares, solo dos son indígenas de la zona y dominan el idioma local. Morales, que lleva en la comunidad más de 20 años, lo entiende bastante bien. “El fortalecimiento de su identidad cultural no puede venir de los maestros, sino del pueblo, a los que vinculamos siempre que podemos”, razona. Una muestra fue cuando reformularon las clases de Tecnología y Arte. En la primera materia dedican las sesiones que marca el currículo a que los niños aprendan a cultivar café con el proyecto Kajfenstin Taachtiloyan —traducido como Cafecito de la Escuela—, a criar hongos en Tatoknanakatsin —sembrando honguitos—, a reciclar papel y hacer adornos con Toyankuikamauj —nuestro papel nuevo—, a criar insectos en Papalomey papatani —mariposas que vuelan—.
Lo mismo con Arte, cuyos talleres son justamente los que están dando hoy durante dos horas y media largas. Un ejemplo es doña Cecilia, de 61 años, que viste una blusa típica, blanca con una cenefa bordada en colores vivos. A su alrededor, varias niñas se colocan su telar de cintura y empiezan a practicar esta forma tradicional de tejer, que usa una correa de cuero y cuerda que la mujer se pone en su espalda. Ella va dando instrucciones, unas veces en nahuat , otras en español, corrigiendo su postura y técnica. ¿Se aplican las alumnas? “Pueden aprender, pero a veces como que parece que no les gusta mucho trabajar”, bromea con una risa de pocos dientes.
Todo esto hace que Anastasio Tacho Aguilar defina como un oasis en el proceso escolar la educación que recibió en Tetsijtsilin, debido a los elementos educativos que tienen que ver con su identidad. “En la primaria nunca nos enseñaron nahuat, que para mí es mi lengua social, y cuando llegué aquí pude usarla escolarmente. Y cuando salí de aquí volví a la realidad del sistema educativo mexicano, que es desindializarte, como dijo un secretario de Educación, dejar de ser de calzón para ser un hombre de razón”, rememora este antiguo alumno de 31 años que ahora ayuda a los nuevos estudiantes a filmar y montar vídeos.
“En la preparatoria de Cuetzalan, tenían la idea de que solo lograrías ser algo si olvidabas de dónde venías, donde tenía que pelear con los profesores para que me dejasen hablar en nahuat, también tratando de convencer a los jóvenes de otras comunidades que tenían miedo de hablarlo mientras que en sus escuelas les habían convencido de que no era importante, en Tetsijtsilin la lógica del taller de lengua, la agricultura o las plantas medicinales nos ayudan a legitimar nuestra forma de vivir”, continua Aguilar.
San Miguel Tzinacapan es una comunidad fuerte, que en 2010 llegó a la prensa nacional tras echar a Televisa de malos modos por tratar de grabar una tradición religiosa. La mayoría indígena de sus 6.000 habitantes se autodenominan maseual y su variante dialectal del nahuatl se caracteriza por eliminar gramática y fonéticamente la /l/ cuando va acompañada de la letra /t/. Tienen más de diez danzas tradicionales, en las que los jóvenes participan.
Morales marca otra diferencia de su instituto respecto al resto, ya que ellos dan a los chavales que bailan en la fiesta patronal de finales de septiembre tres días de asueto para que puedan realizar todo el proceso, mientras las otras escuelas como mucho le dan uno. “En realidad, somos un pequeño espacio de tres años, donde toda la convivencia es en nahuat y donde no les decimos que no lo tienen que hablar, como en la mayoría de las escuelas. Nuestra lógica no funciona en el resto de centros, ni hacia arriba ni hacia abajo, hay muy pocos que hagan lo que hacemos aquí”, continua Aguilar.
Datos duros
En México hay unos 15,9 millones de indígenas, más del 10% de la población total. De estos, más de nueve millones ya no hablan ninguno de los 68 grupos de lenguas indígenas. Entre los 6,6 millones que aún las conocen, la más común es el náhuatl y sus variantes, con un 23%, seguida por el maya y su 11,7%, las mixecas del 7,1%, el 6,7% de las zapotecas y el tzeltal. Con 364 variantes, todas se enfrentan a la posibilidad de desaparecer, estando más de 100 en riesgo muy alto o alto. Y en esto tiene una gran responsabilidad la Administración mexicana.
El interés por la educación rural y de los pueblos indígenas nace con la Revolución Mexicana, motivado quizá por el tinte campesino del levantamiento. La secretaría de Educación Pública, creada durante la presidencia de Álvaro Obregón, puso en marcha una política pública castellanizadora que dura hasta los años setenta del siglo pasado. Es en esta década cuando se funda la Dirección General de Educación Indígena, que crea una serie de políticas biculturales y bilingües. Hoy es responsable de más de 9.000 centros de preescolar y más de 10.000 de primaria, con unos 100.000 alumnos en total. Son el 7% de la matrícula total y 9 de cada 10 están en zonas de alta exclusión social.
“Es a partir de entonces cuando México comienza a preocuparse por una política pública educativa en lenguas indígenas, que deberían tener la misma consideración en las escuelas indígenas, pero eso no ocurre en absoluto ya que 'de facto' se sigue dando un proceso de castellanización. Hay pequeños ejemplos donde ha funcionado la educación en lenguas indígenas, pero a nivel global no se ha logrado”, asegura al teléfono Yolanda Jiménez-Naranjo, antropóloga especializada en esta problemática,
En México hay unos 15,9 millones de indígenas, más del 10% de la población total. De estos, más de nueve millones ya no hablan ninguno de los 68 grupos de lenguas indígenas
Según su artículo La educación indígena en México: una evaluación de política pública integral, cualitativa y participativa la “distancia entre el diseño de la política, su implementación y sus resultados es aún muy notoria”, siendo “los logros de una política bilingüe en las escuelas aún muy escasos”. De acuerdo con un estudio realizado en unas 60 escuelas mayas en Yucatán, un tercio de los docentes domina el maya, otro solo de forma parcial y el resto no lo controla. De estos, el 55% dijo usar el español principalmente para impartir sus clases y solo el 8% usa el maya como única lengua.
Jiménez-Naranjo, que concede que es un escenario muy complejo, adjudica la responsabilidad a la política pública y la DGEI. “Tiene problemas como toda institución que tiene a su cargo una tarea de semejante dimensión en un contexto nada fácil”. ¿Qué opina de Rosalinda Morales, directora de la DGEI desde 2008? “Ella ha roto una inercia de no hacer gran cosa y ha creado una política nacional, que se puede cuestionar o no, pero es un camino”.
En la Ciudad de México, en su despacho de la DGEI, Morales enseña las cifras y logros de los casi diez años que lleva al frente de la institución. En un expediente, señala que la tasa de suspenso ha bajado del 9% en 2008 a menos del 3%, que el abandono escolar lo hemos reducido del 4% al 1% y que la eficiencia terminal ha subido desde menos del 80% hasta el 95%. En el campo educativo, donde los cambios son lentos y se dan en el medio-largo plazo, son buenas estadísticas.
"En más del 60% de las escuelas se da un uso escolar de la lengua indígena, lo que significa que los profesores hablan la lengua, tienen materiales en lengua indígena y la comunidad conserva su uso social", asegura Morales. "El otro 40% no quiere decir que no usen la lengua indígena, sino que seguramente la usan como segunda opción". En su opinión, esto puede deberse a decisiones de la comunidad. Según el estudio realizado en Yucatán, solo el 18% de las familias prefiere que a sus hijos se les hable en maya todo el tiempo o más en maya que en español. Otra posibilidad es la falta de transmisión generacional.
Preguntada por cuantos de los profesores de las primarias indígenas hablan la misma lengua que sus alumnos, la DGEI hace llegar unos datos que se contradicen. Por un lado, Edgar Yesid Sierra, director para la Formación y Desarrollo Profesional de Docentes de Educación Indígena, asegura en un texto que es el 76%. En el informe Panorama Educativo de México 2014 Indicadores del Sistema Educativo Nacional, se dice: "en las primarias indígenas multigrado, el 92.2% de los docentes se comunican en la lengua de la comunidad, 90.6% la lee y 90% la escribe". Finalmente, en Directrices para mejorar la atención educativa de niñas, niños y adolescentes indígenas, publicado en 2016, se explica que 53 de cada 100 docentes no hablan una lengua originaria.
Además del avance en los indicadores, a Morales se la ve muy orgullosa de los libros de texto y materiales en lenguas indígenas que se han desarrollado bajo su guardia, que han pasado de 250 a más de 600. Distribuidos en una mesa circular hay algunos ejemplos, como un volumen que recoge historias de la Revolución Mexicana en las comunidades indígenas. Contadas por abuelos de alumnos, están escritas en la lengua original y castellano, ilustradas por los propios chavales. Los tirajes son altos para que lleguen a todas las escuelas, siendo “la única instancia dentro del Gobierno federal que hace un programa editorial en más de 53 lenguas”.
¿Existe el peligro de que estas lenguas desaparezcan? “Por supuesto, hay una serie de transformaciones y hay amenazas derivadas de la migración, la falta de transmisión oral o la discriminación. Por eso buscamos que en lo que hacemos se destaque todo lo positivo de las lenguas indígenas, buscamos crear ciudadanía, como con la asignatura de lengua indígena, a la que dedican 6 sesiones y media y que antes de 2011 no existía”, contesta.
De vuelta en San Miguel Tzinacapan y la secundaria Tetsijtsilin, la directora María del Coral Morales concluye que su gran mérito ha sido vincularse fuertemente con el pueblo y también crear esa ciudadanía local. “Nosotros hemos conseguido salirnos de lo establecido poniendo mucha resistencia, con el respaldo de la academia, que valida lo que hacemos, y el convencimiento de los padres de los alumnos que nos defendían y decían que les gustaba lo que hacíamos”.
Ese optimismo de la secundaria Tetsijtsilin se contagia hasta al conserje. Alberto Hernández lleva 11 años en el centro. “Es única, todos nos sentimos muy orgullos de ella y yo personalmente me siento parte de sus logros”, dice. Antes trabajó en otro instituto, pero no tenía nada que ver. “Cuando entré aquí, con sus cabañas, pensé que había retrocedido en el tiempo y poco a poco me fui sintiendo parte de la comunidad”, rememora, “antes yo era un ignorante y hasta a veces me reía al oír la lengua nahuat”. ¿Y ahora? “Ahora ya no lo soy”.
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