La maestra indígena que revoluciona las aulas rurales
Lucinda Mamani ha sido finalista del Global Teacher Prize con un proyecto de empoderamiento de adolescentes en el campo boliviano
En la escuela de Calería, una comunidad indígena aimara a 70 kilómetros de la ciudad de La Paz (Bolivia), los libros se cuentan con los dedos de una mano, la pizarra es analógica y los pupitres de madera se agolpan en aulas estrechas. Los dos niveles de la unidad educativa acogen a más de un centenar de estudiantes que, en muchos casos, caminan durante horas con el único objetivo de aprender. La comunidad, en la que viven alrededor de 150 familias dedicadas a la producción de leche, papa y quinoa, tiene electricidad y agua potable desde hace algunos años, pero sus habitantes todavía no conocen de primera mano lo que es un retrete, a pesar de que recientemente instalaron la antena que les abrirá las ventanas infinitas de Internet.
Lucinda Mamani —30 años, moño de bailarina y ojos de gato— es maestra de 80 alumnos de secundaria en Calería y hasta la fecha la única profesora boliviana en estar nominada al premio Global Teacher Prize 2016, que dota con un millón de dólares al docente que haya realizado una contribución extraordinaria a la profesión. En su caso, lograr la participación y el empoderamiento escolar de niñas y adolescentes del área rural, ha resultado ser toda una proeza.
Cada mañana desde hace siete años alista sus libros, se abriga para combatir el frío de Los Andes y sale de su casa en la ciudad de El Alto, colindante con La Paz, rumbo a Calería. Para hacer el trayecto de casi dos horas, por donde no pasa ningún medio de transporte público, levanta el dedo y se sube en uno de los camiones que llevan toneladas de piedra caliza hasta la ciudad y retornan al campo. “Ya me conocen”, dice con confianza.
En 2013, Lucinda fue testigo de un hecho que cambió su forma de entender la educación. “En el acto de elección de representantes de alumnos de la escuela me di cuenta que no existía apenas participación de las mujeres, solo estaban en las secretarías de deportes y danza. Empecé a hablar con las chicas y me dijeron que tenían temor de ofrecerse, que no se veían capaces de dirigir el colegio”.
A pesar de que Bolivia ha dado grandes pasos en el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, todavía persisten altos índices de discriminación y violencia hacia mujeres y niñas que se agravan en el ámbito rural. Ser niña, pobre, indígena y campesina es una de las mayores exclusiones sociales que perduran en el país. Un niño no indígena de una zona urbana perteneciente a una familia de ingresos altos completa en promedio 14,4 años de su escolarización, mientras que una niña indígena de una zona rural perteneciente a una familia de ingresos bajos completa solo dos años, según Unicef.
Bajo ese contexto nació el proyecto de esta maestra para la búsqueda de la igualdad de género en la escuela rural empezando por los estudiantes, pasando a las madres y padres y extendiéndose a los 30 colegios del municipio de Pucarani y a otras escuelas de la región. Primero, con clases de teatro en las que los alumnos se ponían en la piel de sus compañeras y sentían los efectos del rechazo y la discriminación. Después, con información y talleres sobre los derechos de las mujeres, como las 16 formas de violencia que pueden denunciarse gracias a la ley que garantiza una vida libre de violencia. Y, finalmente, incluyendo de manera transversal en todas las asignaturas la temática de mujeres, violencia y equidad de género.
“En historia vamos analizando el pasado, cómo han sido vulnerados los derechos de las mujeres. En matemáticas, en lugar de trabajar con números fríos, utilizamos estadísticas como que somos el 52% de la población del país o el número de mujeres que sufre violencia”, cuenta. La mitad de las mujeres en Bolivia asegura haber sido víctima de violencia psicológica, sexual o física en algún momento de su vida, cifra muy por encima de la media en la región, según la Encuesta Nacional sobre Exclusión Social y Discriminación de la Mujer elaborada por la Coordinadora de la Mujer en 2015 con apoyo de la cooperación española.
Cada día, 16 niñas, niños o adolescentes sufren algún tipo de violencia sexual en el país pero sólo denuncia el 5% de los casos ya que en la mayoría de ellos el agresor es un familiar o del entorno cercano de la víctima. “En la escuela no se ven tanto estas agresiones, pero la violencia también está en las miradas de desprecio o en la ignorancia”, apunta la maestra, que insiste en que algo está cambiando en Calería. “Ahora las chicas no tienen miedo de participar. Se están dando pasos poco a poco”.
El nueve de diciembre de 2015 todos los medios de comunicación en Bolivia se hicieron eco de la nominación de Lucinda al conocido como el premio Nobel de la enseñanza. Ese día su familia, aimara de clase humilde, lo celebró con un plato de trucha del lago Titicaca y un panettone, clásico bizcocho italiano integrado a las tradiciones navideñas bolivianas. “Estaba llegando de Calamarca de una comunidad, yo trabajo por ese lado, y no me lo creí. Entré a Internet y ya había una noticia: una profe alteña es una de las 50 finalistas del mundo entre ocho mil maestros”, relata con orgullo Alejandro Mamani, padre de Lucinda.
Mamani narra tiempos pasados en los que la familia tuvo que abandonar su comunidad de origen a orillas del lago Titicaca para desplazarse a El Alto en busca de un futuro. Lucinda, la mayor de tres hermanos, recuerda su infancia entre el trajín de llevar baldes de agua del río a su casa y las horas que pasaba en la biblioteca de su colegio.
A pesar de su afán por leer y aprender, llegó al mundo de la enseñanza de casualidad. Quería ser enfermera, pero se inscribió, sin apenas meditarlo, en la escuela normal de formación de maestros de Warisata —primera universidad indígena rural del país— y su nombre apareció en las listas, cuenta su padre, que también es maestro, al igual que uno de sus hermanos.“Yo le dije 'si aquí has venido tienes que regresar maestra pero bien formada, una vez que salgas tienes que revolucionar, te esperan centenares de niños en las escuelas'”.
El premio Global Teacher Prize dota con un millón de dólares al docente que haya realizado una contribución extraordinaria a la profesión
La primera vez que Lucinda subió a un avión y salió del país fue en abril de 2014. Los dirigentes de Calería decidieron apostar por su trabajo y le pagaron un viaje a Ecuador para que mostrara los logros alcanzados en su comunidad. Lucinda no solo ganó el primer premio de excelencia educativa otorgado por la Fundación para la Integración y Desarrollo de América Latina sino que además conoció a otros colegas de profesión que la animaron a presentarse al Global Teacher Prize.
Aunque no ha quedado entre los 10 finalistas del premio, ser una de las 50 mejores docentes entre ocho mil nominados de 148 países del mundo no solo es un éxito a nivel numérico sino, como admite ella, es un homenaje a las maestras rurales de Bolivia, tan invisibles pero a la vez tan necesarias.
Gracias a la nominación y al impacto mediático, las autoridades políticas han prometido dotar a Calería de algunos insumos necesarios. El ministro de Educación, Roberto Aguilar, aseguró que el Gobierno donará un lote importante de libros y documentos para crear una biblioteca modelo para la región. “Mi sueño es que en la escuela podamos tener un hermoso espacio repleto de libros y un comedor para los estudiantes. También me gustaría instalar carpas solares para producir nuestros propios alimentos y una emisora de radio en la comunidad para difundir la voz de los maestros rurales a todo el país", dice esperanzada.
En el despacho del presidente del concejo municipal de Pucarani, un cuadro con la imagen de Evo Morales gobierna el espacio desde lo alto de una pared. David Flores, antiguo director de la escuela de Calería y hoy máxima autoridad del órgano legislativo local, alaba el trabajo de Lucinda. “Realmente han sido fortalecidas las mujeres, ahora las jóvenes ya no se sienten menos que los varones. Están atreviéndose a tomar cargos importantes en los consejos estudiantiles, antes no se veía, siempre manejaba varón como presidente”.
Lucinda sostiene el premio de Ecuador entre las manos y pierde la mirada entre las mesetas y cordilleras donde se gestaron las primeras escuelas indígenas en la primera mitad del siglo XX. Y allí, precisamente donde los pueblos originarios lucharon para acceder a la educación en su lengua materna después de siglos de exclusión, la revolución continúa. “Ya no puedo dejar esto. Quiero que este sueño se extienda a todo el país”.
Artículo publicado en colaboración con la UN Foundation.
Una niña indígena de una zona rural y de familia de ingresos bajos completa solo dos años de su formación
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