Erica Jong: “Las mujeres pueden ser terribles con las mujeres”
EL SEXO SIN ataduras (zipless, literalmente sin cremalleras) tuvo un sonado bautizo literario en 1973 con la novela Miedo a volar, de Erica Jong (Nueva York, 1942). Aaron Asher, el editor de Saul Bellow, Philip Roth y Arthur Miller, entre otros, se animó a publicar a la entonces desconocida poeta judía. No esperaba vender más de 3.000 ejemplares de aquella obra de ficción en la que Isadora Wing, una veinteañera casada con un psicoanalista, mantiene una aventura con otro hombre y habla con sinceridad y humor de las dudas, deseos e inseguridades que la consumen. Jong descubría la inquieta mente femenina en una Bildungsroman en la que el sexo se mostraba sin tapujos.
Aquel libro desató una memorable tormenta, fue traducido a 40 idiomas y ha vendido cerca de 23 millones de ejemplares en todo el mundo. “Fue atacado con violencia desde el principio y luego me convertí en un icono, o lo que demonios signifique eso”, explica Jong en el salón de su casa en el Upper East Side, en el que se exponen obras de Botero, Calder y Larry Rivers. La vista del apartamento sobrevuela Central Park, demostrando, quizá irónicamente, que la escritora ha superado con creces cualquier miedo a las alturas, si es que alguna vez lo tuvo. Ha escrito tres libros de memorias, cinco poemarios y ocho novelas. La sombra de Miedo a volar sin duda la ha perseguido, y la polémica volvió a despegar en 2008 cuando su hermana denunció en un congreso literario que Jong se había inspirado en ella y su esposo.
“PARA LAS MUJERES ES MÁS DURO ENVEJECER PORQUE NUESTRO PODER SE DESPRENDE DE NUESTRO GRADO DE ATRACTIVO PARA LOS HOMBRES”.
El pasado año, la escritora hizo un guiño a su pasado y sacó en Estados Unidos No más miedo, la peculiar secuela de su primera novela, que en marzo publica Alfaguara en España. Si su escandaloso debut fue defendido por John Updike y Henry Miller, el nuevo libro ha contado con la bendición de Woody Allen. Esta vez, Isadora Wing desempeña un papel secundario como amiga consejera de la protagonista, Vanessa, una actriz que ha superado los 60, se enfrenta a las enfermedades de sus padres y cuida de su esposo, pero no renuncia a reivindicar su pulsión sexual, que, con resultados bastante cómicos, trata de satisfacer a través de Internet. En los setenta, cuando arreciaba la revolución sexual, Jong se rebeló contra el estereotipo de la decente casada, y ahora que las estadísticas muestran el aumento de la esperanza de vida carga contra la idea de que las mayores pierdan el deseo.
Coqueta, habladora y vivaz, Jong, perfectamente peinada y maquillada (por su peluquero y maquillador de confianza), dice sentirse derrotada tras la victoria de Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Se declara acérrima defensora de su compañera de generación Hillary Clinton, en cuya campaña colaboró activamente, y clama contra el magnate neoyorquino, un tema sobre el que vuelve con agitada furia. La asistente de Jong despliega quesos, fruta y galletitas saladas, y Jong muestra orgullosa a sus dos caniches negros gigantes, Colette y Simone, y la terraza invernadero repleta de plantas y especias, aunque aclara con desparpajo que ella no cocina.
Su libro Miedo a volar quedó asociado a la segunda ola de feminismo. ¿Dónde cree que se encuentra este movimiento ahora? Las jóvenes en todo el mundo esperan ser tratadas como iguales porque sienten que lo merecen, pero a menudo no entienden cuán lejos estamos de la verdadera igualdad. Cargar contra otras no ayuda. Las mujeres pueden ser terribles con las mujeres. En Europa, la mayoría de los países tienen permisos de maternidad y paternidad, tienen cubiertos los servicios sanitarios para las mujeres. Pero no es así en EE UU. ¿Por qué es tan complicado cambiar las cosas? Yo pensaba que al fin íbamos a tener una mujer presidente. Ha ocurrido en docenas de países desde India hasta Israel. ¿Qué pasa en EE UU? No se fían, aunque nosotras somos mucho más fiables.
¿El machismo ha desempeñado un papel en el resultado de las elecciones de EE UU? Estoy segura. Hillary ha padecido una caza de brujas, no consigo aceptar el odio brutal contra ella. Cuando empezó la campaña era una de las mujeres más admiradas del mundo y comenzaron los ataques. Me parece impensable el voto femenino por Trump.
¿Piensa que ese odio a Hillary Clinton está relacionado con su esposo, Bill? Mira, las mujeres siempre reciben todas las culpas. Es horrible. He recibido e-mails de millennials que han leído lo que he escrito sobre Hillary y me dicen que no entienden cómo ha sido calumniada. Pero eso son chicas que leen. Otros muchos ignoran la persecución que ha padecido, y si un número suficiente de gente te quiere machacar, lo consiguen. Siempre me he identificado con Hillary, es mejor que los hombres que la rodean. ¿Cómo pueden culparla de las aventuras de su esposo?
¿Y qué opina de las mujeres del círculo del nuevo presidente? Yo a Melania la llamo melanoma. Los hombres ricos siempre tienen a mujeres a su alrededor. Mira Berlusconi. Es triste. Pensaba que habíamos llegado a un punto en la historia en el que las mujeres no teníamos que llegar al poder a través de los hombres.
Han surgido nuevas voces, como la de Sheryl Sandberg con su libro Lean In, o Anne-Marie Slaughter, que analizaba por qué las mujeres no pueden tenerlo todo. ¿Cuál es su visión? Muchas jóvenes no se hacen idea de cuán duro y cuánto se ha luchado antes de que nacieran, no se dan cuenta de la lucha, no se enteran. Como ocurre con la democracia, en el minuto en que dejas de pelear, los logros son barridos. No puedes tener democracia si no luchas constantemente por ella, y tampoco feminismo. Estados Unidos es un país muy particular: por un lado, muy puritano y muy masculino (piensa en las pistolas), hay una cultura extraña.
Los estudios de género y la literatura feminista tienen una amplia aceptación en EE UU, pero al mismo tiempo muchas mujeres sienten presión por casarse. ¿Cómo entiende esto? Hasta que no haya igualdad salarial y representación paritaria en el Gobierno, un hombre es el camino para llegar al poder. Comprendo a las que se quieren casar, porque el matrimonio te da una cierta estabilidad, tristemente. Mira, yo he estado casada cuatro veces –desde hace 28 años, con Ken– y aún no puedo creer que quisiera hacerlo. Es que ni siquiera me lo pensé. Una mujer sola tiene mucho menos poder.
¿También en el siglo XXI? Sí. De una manera inconsciente, una mujer que quiere salir adelante intenta encontrar un hombre que le permita ser ella misma y que sea un tipo inteligente. Oigo cómo mi hija le dice a mi nieta: “Tendrás una gran carrera y te casarás con un hombre rico”. La niña, de ocho años, tiene dos hermanos. ¿Qué hará? ¿Tendrá agallas para estar sola? Lo dudo. Es muy duro. Cuando repaso mi vida, creo que el periodo en el que más aprendí fue durante los 10 años que estuve soltera tras el matrimonio con el padre de mi hija, antes de volver a casarme.
“los hombres piensan que son su pene, y cuando no funciona creen que no valen nada. Incluso en la campaña electoral esto fue un asunto”.
¿Por qué es tan duro? No tienes el poder que poseen los hombres, ni ganas el mismo dinero. Tienes que ser realmente fuerte. Tengo una vieja amiga que, cuando yo me volví a casar, me preguntó por qué no nos habíamos visto en varios años. Le dije que era porque, cuando yo estaba soltera, ella no me invitaba a sus cenas. Las mujeres no quieren competencia. No hemos avanzado lo bastante.
Cuando ve a Trump, ¿reconoce en él a un tipo de hombre que haya conocido o es alguien tan extremo que va más allá? Entiendo perfectamente de qué va. Es totalmente egoísta, narcisista. Un hombre que nunca me hubiera interesado. No me atrae el bullying, lo odio. Es un fraude.
En su nuevo libro, No más miedo, escribe que una de las cosas que enseña la maternidad es a callarse. Mi hija es adulta y ahora tenemos una buena relación. Pero muchas veces tuve que morderme la lengua. Yo siempre estaba equivocada, dijera lo que dijese.
¿Esto también se aplica a la pareja? A veces. Mira, Ruth Bader Ginsburg (juez del Tribunal Supremo) contaba que su suegra le dijo antes de casarse que el secreto del matrimonio es estar un poco sorda. ¿No es genial? La conocí con Martin, su esposo, en un seminario donde impartíamos clases. Era una persona estupenda, y su marido, muy gracioso, estaba ferozmente orgulloso de ella. Él ganó mucho dinero como abogado y decía que lo mejor que había hecho en su vida era cuidar de una mujer mucho más lista que él. Hay hombres así. No tantos.
El matrimonio es un tema recurrente en su vida y en sus libros. ¿Qué es lo que hace que funcione? Humor. Definitivamente, ser buenos amigos, reírse juntos, respeto mutuo y los vínculos. Y sí, tienes que ser un poco sordo.
¿Cómo afrontó las críticas de su primer libro? Fue una sorpresa para mí. Yo trabajaba como académica, me dedicaba al estudio de la literatura y sabía que la literatura está llena de sexo. Desde Chaucer, Shakespeare, Colette... Y pensaba: “¿Pero esta gente está loca? ¿Es que nunca han leído un libro?”. Los libros tratan de esto, de relaciones. La ignorancia detrás de los ataques me hizo entender el odio a las mujeres. Al principio me escondí y luego, gradualmente, me fui acostumbrando y me protegía más.
¿Y cómo fue la reacción en su círculo más cercano y familiar, sus padres y, más adelante, su hija? Mi madre solía decirme que era una gran poeta, pero que mis novelas le hacían pensar en su obituario. A mis hermanas nunca les gustaron mis libros. Y mi hija nunca los lee, dice que por salud mental. Pero no me importa, ella no es mi lectora ideal. Alguien de tu familia no te lee desapasionadamente.
¿Quién es su lector ideal? Es una joven que encuentra una copia muy gastada de uno de mis libros en una estantería en una casa alquilada y empieza a leerlo y dice: “¡Oh, Dios mío, puedo hacer lo que quiera en el mundo!”. Quizá mi nieta lea mis libros en algún momento.
¿Qué lee su nieta? Ahora está muy metida en el género de la fantasía. Tiene casi nueve años. Hay algo tan encantador en las niñas cuando descubren la vida mental y leen y leen… Tengo la esperanza de que cuando llegue a la adolescencia no se sienta confundida por los chicos. Pero sé que es imposible.
¿Es eso lo que confunde la vida de las mujeres? Sí, y el sexo. Confunde tanto… En Miedo a volar, la protagonista es una joven en la veintena. En No más miedo es una señora de más edad y se enfrenta a otro tabú que es el sexo de las mujeres mayores.
¿Es más duro envejecer para las mujeres? Mucho más, porque en cierto sentido nuestro poder se desprende de nuestra belleza.
La protagonista del nuevo libro arranca diciendo que el poder lo tiene ahora su hija por su juventud. Nuestro poder se desprende del grado de atractivo para los hombres, porque ellos son quienes poseen el poder. Si los hombres no lo tuvieran todo y una mujer inteligente tuviera tanto poder como ellos, esto no sería así. Pero de momento somos juzgadas siempre por nuestra femineidad. Siempre en función de cuán atractivas les resultamos a los hombres, y es la única medida. Pero la verdad es que ellos hoy están muy confusos.
¿Más hoy que en los setenta? Sí, porque también ellos necesitan un cambio, soportan mucha presión sexual, tienen que probar su potencia, y cuando se hacen mayores y tienen menos… ¿Ha visto los anuncios de Viagra y Ciales? Los hombres piensan que son su pene, y cuando no funciona creen que no valen nada. Incluso en la campaña electoral esto fue un asunto.
Nunca he buscado encontrar una pareja sexual en Internet. Muchos amigos me han hablado de ello. Pero no me lo imagino.
Su primera novela rompió un tabú al tratar tan abiertamente el sexo. Pero hoy el sexo está en todas partes, es omnipresente. El sexo ha quedado devaluado por sobreexposición. Estamos en un tiempo duro para ser sexual. No creo que Internet haya hecho que el sexo sea mejor, se necesita más delicadeza.
Pero el concepto de sexo sin ataduras, sin cremalleras, que acuñó en Miedo a volar parece estar en el centro de muchos intercambios cibernéticos. Sí, pero era una fantasía excitante. Pensaba en ello como el sexo perfecto, y eso no existe. La web de citas que me invento en la novela se llama zipless.com. Nunca he buscado encontrar una pareja sexual en Internet. Muchos amigos me han hablado de ello. Pero no me lo imagino. Debe de ser que estoy chapada a la antigua.
¿Qué piensa de la serie Girls, escrita y dirigida por Lena Dunham? ¿Es ella una digna nieta de Isadora Wing? En esa serie, las relaciones sexuales siempre son pésimas y los hombres no saben qué hacer. Es muy honesto. Pero a mí el sexo sin ninguna conexión emocional no me suena bien.
¿Es esto un rasgo común entre las mujeres? Si no hay conexión y tu pareja no quiere hacerte gozar, si solo piensa en sí misma, ¿cómo puedes tener buen sexo?
En el libro reivindica que las mayores también están interesadas en el sexo. Y lo estamos.
¿Un impulso vital? Sin tacto, morimos. Los bebés que no son acariciados se mueren, y lo mismo pasa con los ancianos. Queremos vivir y necesitamos contacto íntimo.
La esperanza de vida ha aumentado y, sin embargo, parece que se reflexiona poco sobre esta nueva edad. Nadie está realmente hablando de la longevidad y de cómo nos está cambiando. Hay que hacerlo.
¿Hay diferencias en cómo escriben de sexo hombres y mujeres? No sé. Nosotras miramos más hacia dentro, los cambios que ocurren dentro de nosotras. Hace poco leí los libros de Karl Ove Knausgård. Me dije que tenía que abrir mi mente para entender cómo piensan los hombres. Y lo encontré muy interesante. Los hombres son distintos. El primer libro de su serie empieza con una descripción de la muerte. Están realmente obsesionados con la muerte.
¿Más que las mujeres? Sí, lo vi con mis padres. Mi padre pensaba que, si se pasaba en la cinta de correr noche y día, nunca moriría. Mi madre contrajo neumonía a los 101 años, pero a los 100 estaba lista, cansada de vivir, había hecho todo lo que quería. Y era una de las personas más vitales que he conocido: brillante, graciosa, inteligente, difícil.
Ese “difícil”, ¿es un denominador común de las mujeres inteligentes y divertidas? Sí, y mi madre lo era. ¿Yo también? Habría que preguntarle a mi esposo. Desde luego, soy desobediente. Necesito sentirme libre.
¿Miedo a sentirse enjaulada? Sí, siempre.
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