Del conflicto urbano como pleonasmo
Río de Janeiro y Barcelona como ciudades embusteras.
En un mundo en el que las ciudades han sido puestas en venta, asusta el conflicto, espanta que, de pronto, afloren los contenciosos pendientes, los agravios no resueltos, las humillaciones mal soportadas. Frente a esa amenaza, los planificadores y los poderes políticos y económicos a los que sirven, ponen en escena ciudades desconflictivizadas, en las que todo lo que ocurre ha de ser amable y previsible.
Se espera que lo que atraiga al turista o al inversor sean espacios urbanos confortables, hospitalarios, sin sobresaltos, y se hace lo posible para que así sea. A ello se emplean a fondo arquitectos que proyectan espacios públicos "de calidad", es decir tranquilos y bajo control; diseñadores al servicio de un urbanismo "preventivo", pensado para mantener a raya usuarios indeseables, y legisladores que promulgan leyes "de ciudadanía", "cívicas", "de convivencia", destinadas a perseguir la pobreza y la disidencia. Y si la labor de todo ellos no basta, siempre se podrá recurrir a la policía o incluso al ejército, de quienes dependerá siempre, en última instancia, la paz de las ciudades y la seguridad de sus poseedores.
He ahí que urge por encima de todo la pacificación de las calles, el sosiego de los viandantes, que las multitudes desplieguen coreografías ordenadas y tranquilas por espacios permanentemente vigilados. Los imaginarios habitantes de las ciudades mercantilizadas son seres virtuosos, ávidos por colaborar con las autoridades y que se someten a las órdenes de obedecer sin nunca dejar de sonreír. Nada que desmienta esa imagen de capitales en las que reina la concordia y el consenso, triunfo final de una clase media universal que ha hecho real su quimera de ver desvanecerse el espectáculo terrible de una realidad urbana hecha tantas veces de miseria y desesperación.
Hoy, las ciudades quieren ser "modelo". Modelo de crecimiento, de organicidad, de armonía… Modelo en el sentido, asimismo, de maqueta o reproducción ideal de una ciudad que ha visto realizado el sueño dorado de una identificación absoluta entre la perfección del plan diseñado y unas relaciones sociales no menos proyectadas, que han conseguido un máximo nivel de integración, sin turbulencias. Pero no. Aquello contra lo que se inventaron el urbanismo y la urbanidad continúa ahí, donde siempre, donde siempre estuvo porque nunca se fue: lo urbano, es decir el conflicto, porque "conflicto urbano" es un pleonasmo, puesto que lo urbano solo puede desplegarse como amalgama constantemente renovada de combates.
Una obra viene a brindarnos ejemplos de ello: Antropologia do conflito urbano. Conexões Rio-Barcelona, un volumen publicado por Lamparina Editora, el Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico brasileño y el Laboratório de Etnografia Metropolitana - LeMetro, y editado bajo la dirección de Neiva Vieira da Cunha, Leticia de Lluna Freire, Maíra Machado-Martins y Felip Berocan Veiga.
Escrito en español y en portugués, recoge un puñado de casos representativos de estas dinámicas de sometimiento de lo urbano, cuyo escenario son dos ciudades que se han entregado a la contención del conflicto crónico de que estaban hechas, como requisito para su presentación mundial como capitales olímpicas. De ahí el recorrido al que se nos invita por Cidade dos Meninos, Bon Pastor, Babilònia, Chepéau Mangueira, La Mina, Morro da Providència, Vallcarca…, espacios urbanos problemáticos de aquí y de allá, que se niegan a dar por cumplida la utopía imposible que políticos y urbanistas ansían de una ciudad sin demonios.
En este libro se describe, a partir de casos concretos, cómo en dos ciudades, Río de Janeiro y Barcelona, se ha intentado que la grandilocuencia y la soberbia de megaeventos deportivos disimulen la verdad de ciudades que, como todas las ciudades, se alimentan de lo mismo que las altera. Lo que Río y Barcelona exhiben en realidad es cómo se administra hoy la ciudad tardocapitalista y del nuevo desorden urbano; de cómo la autopromoción municipal y los elogios de las revistas internacionales de arquitectura solo son posibles escamoteando la otra cara de la moneda, el reverso oscuro de la grandilocuencia oficial: los desahucios y expulsiones, la destrucción de barrios enteros que se han considerado obsoletos o feos, el aumento de los niveles de miseria y de exclusión, las batidas policiales contra pobres, la represión de los ingobernables…
Contrastando con todas las deslumbrantes escenografías destinadas a un público concebido al mismo tiempo como espectador y como figurante, todas las complicidades vergonzantes, todos los fracasos infraestructurales, todos los exudados en forma de marginalidad que no se han logrado limpiar. Eso es lo que hace posible que Río y Barcelona puedan ser prototipos de ciudad-fábrica, urbes convertidas en enormes cadenas de producción de sueños y simulacros, que hacen de su propia mentira su principal industria. Para que nada distraiga de esta tarea fundamental —producir y vender sin descanso ciudades embusteras—, un mecanismo panóptico no pierde de vista nada de lo que pasa en las calles, vigilando que toda espontaneidad quede conjurada, toda rebeldía abortada y ningún desacato sin castigo, convirtiendo la ciudad en una prisión en la que solo los sumisos viven contentos.
De espaldas o contra las grandes operaciones de maquillaje urbano, ni en Río ni en Barcelona los solemnes discursos oficiales y la arrogancia de los fastos oficiales pueden hacer callar la voz antigua de las urbes, una voz que no conoce la calma, puesto que solo sabe de luchas y de pasiones.
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