Bouaké, el hospital de los milagros
Cuando la autora de este texto, misionera, llegó a Costa de Marfil no sabía qué eran las terribles llagas que veía en algunas personas. Ahora trata a cientos de enfermos de úlcera de Buruli
De vez en cuando recuerdo mi llegada a Costa de Marfil hace más de 12 años. Cómo han cambiado las cosas. Los enfermos se recostaban bajo los árboles, sus pies con úlceras, en cubos que luego cubrían con vendajes de hojas. Nadie les atendía, nadie sabía lo que les pasada. Una de las personas a las que pude atender llevaba tanto tiempo con heridas y úlceras sin tratar que falleció. Resultó que las heridas y las úlceras habían degenerado en un cáncer.
Llegué a Bouaké, en el centro del país, en septiembre de 2005. Mi labor se centró al principio en visitas a las comunidades. Cuando acudía, bajo un sol de justicia, muchas de ellas estaban vacías, sus habitantes trabajaban en el campo. Recuerdo a esas personas solas, bajo los árboles, enfermas. Sufrían de úlcera de Buruli (UB), una Enfermedad Tropical Desatendida que provoca úlceras dolorosas y que si no se trata a tiempo puede derivar en deformidades, discapacidades e incluso amputaciones. No sabían qué les pasaba, de qué sufrían y se hacían vendajes con las hojas de los árboles pero ni así conseguían evitar que el olor de las heridas atrajese a las moscas. Además, yo no sabía mucho de la dolencia, tampoco en esas comunidades se hablaba de la enfermedad, solo de su origen misterioso y la trataban con remedios de curanderos tradicionales que en muchos casos solo empeoraban sus heridas.
¿Qué es la úlcera de Buruli?
Tratamiento
Personas afectadas
Muertes anuales
Zonas endémicas
Es una infección crónica y debilitante producida por Mycobacterium ulcerans —de la misma familia que las bacterias de la tuberculosis y la lepra— que afecta principalmente a la piel, y a veces al hueso. El diagnóstico y el tratamiento tempranos constituyen la principal estrategia para minimizar la morbilidad, los costes y evitar discapacidades de larga duración. Su manifestación varía mucho, desde una sola lesión pequeña hasta grandes úlceras diseminadas por el cuerpo.
Por el momento no hay medidas de prevención primaria que se puedan aplicar. Se desconoce el modo de transmisión y no hay vacunas. Para tratarlo se utiliza una combinación de antibióticos.
En 2015, se notificaron 2.037 casos nuevos en 13 países. La mayoría son niños menores de 15 años.
No es mortal. Las intervenciones como el tratamiento de las heridas y la cirugía (sobre todo desbridamiento e injertos cutáneos) se utilizan para acelerar la curación de las heridas y reducir la duración de la hospitalización. En casos graves es necesaria fisioterapia para prevenir la discapacidad. Quienes quedan discapacitados necesitan rehabilitación a largo plazo.
La mayoría de los casos notificados se han registrado en el África Occidental y Central, en particular en Benin, Camerún, Costa de Marfil, la República Democrática del Congo y Ghana. A lo largo de la historia se ha registrado en 33 países de clima tropical, subtropical o templado en África, América del Sur y las regiones del Pacífico Occidental.
Fuente: OMS
Empecé a curarles como podía, pero eran muchas y había tantas comunidades que iba turnándome cada semana. Poco a poco, voluntarios de las comunidades empezaron a ayudarme a curar a sus vecinos y vecinas, pero el tratamiento que les proporcionábamos no era el más adecuado porque no sabía cómo atacar específicamente esta enfermedad. Los promotores de salud de las comunidades estaban muy comprometidos, me ayudaban y se implicaron tanto que desde las seis de la mañana se desplazaban en bicicleta de comunidad en comunidad para tratar las heridas. Lo hacían de manera muy rudimentaria, claro, porque en esas aldeas no había centros de salud. Al principio curaban debajo de los árboles, después en la comunidad se cedía un espacio con un techo, y después incluso se llegaron a construir un appatam —un cobijo cubierto generalmente por hojas— para estas labores.
La enfermedad se ha descrito en 33 países de África, América del Sur y las regiones del Pacífico Occidental
Creé cinco puntos de curas y tratamiento en varias comunidades y aún así muchos enfermos no podían ser atendidos porque vivían lejos, en otros poblados; sus heridas les impedían caminar y no tenían medios para poder acercarse. Por eso, decidimos turnar a los promotores, para que algunos hicieran visitas a domicilio allí donde sabíamos que había casos, mientras que otros me acompañaban para hacer las curas y los vendajes. Lo hacíamos como podíamos porque carecíamos de material y el que teníamos lo hacíamos con sábanas de algodón que yo cortaba para poder confeccionar vendajes; también preparaba las papillas con cereales que compraba en el mercado para poder dárselas a niños malnutridos.
El Hospital de los milagros
A pesar de nuestro empeño, al no disponer de infraestructuras ni de medios, las heridas cicatrizaban mal, tarde y dejaban graves secuelas. Por eso, decidí pedir más ayuda a la Congregación de las Hermanas de la Doctrina Cristiana. Yo sabía que ellas habían recibido ayuda y que los centros de Buruli de otros lugares habían mejorado. Finalmente encontré esa financiación en la ONG Vatelot y el Gobierno de Luxemburgo. El centro se empezó a construir en septiembre de 2009. Durante todo este tiempo, Anesvad visitó las comunidades y el centro y a partir de 2011 empezó nuestra colaboración. Gracias a su ayuda hemos podido equiparlo y formar al personal y se han desarrollado actividades de información y sensibilización de la enfermedad, vitales para detectar a tiempo la úlcera de Buruli. Con los años, el Hospital de Bouaké ha entrado a formar parte de los centros de referencia para el tratamiento de la UB en Costa de Marfil.
Hoy, las personas enfermas tienen más información. Las campañas de detección y de sensibilización puestas en marcha por el gobierno y diferentes ONG han permitido a esas comunidades conocer más de cerca esta enfermedad que se ha descrito en 33 países de África, América del Sur y las regiones del Pacífico Occidental. Ya son conscientes de que no es una maldición, aprenden a detectar los síntomas y saben que se cura con un tratamiento médico gratuito. Saben, además, que pueden acudir a los centros de salud y que contamos con los medios, materiales, equipamiento y conocimiento para aliviarles el sufrimiento y, en la mayoría de los casos, curarles. En el centro que dirijo en Bouaké les alimentamos, les medicamos, les hacemos curas, en ocasiones injertos y pueden recuperarse con la rehabilitación. Nos ocupamos también de la educación de los más pequeños para evitar que pierdan el curso y puedan volver a sus clases una vez estén curados, o para alfabetizarles cuando no lo están.
Cuando hablamos de una enfermedad tan cruel como la úlcera de Buruli no podemos hablar solo del tratamiento médico. Aunque éste les permite curarse, hay otras muchas heridas más profundas, invisibles que hay que tratar. Deben recuperar las ganas de vivir, de regresar a sus comunidades, de reintegrarse en la sociedad en la que vivían antes de enfermar.
Las hospitalizaciones llenaron pronto el hospital. Acudían personas enfermas, muchos niños y niñas, la mayoría anémicas, habían perdido el apetito a causa del sufrimiento. Después de dos semanas de cuidados, recuperaban el apetito y empezaban a recuperarse. Muchos de ellos solo hablaban su dialecto porque no habían sido escolarizados. Siete años después de abrir sus puertas, el centro sigue llenándose cada día.
Cuando hablamos de una enfermedad tan cruel como esta no podemos hablar solo del tratamiento médico. Los enfermos deben recuperar las ganas de vivir
Lo más terrible es el sufrimiento en la sala de vendajes y curas. Las heridas causadas por la úlcera de Buruli son tan dolorosas que el momento de las curas genera mucho sufrimiento. En el caso de los niños, llantos descontrolados de quienes están siendo curados y en el caso de quienes esperan en los bancos cercanos, el miedo se refleja en sus rostros. Después de las curas y de los vendajes, llega el momento de la rehabilitación. Los niños y las niñas saben que después de la rehabilitación se encontrarán mejor, por eso son constantes en acudir a estas sesiones. También los injertos son duros. La úlcera de Buruli provoca heridas tan grandes que para curar a las personas afectadas en ocasiones no queda más remedio que hacerles injertos de otras partes del cuerpo. Las operaciones y el proceso de recuperación son dolorosos y conllevan tiempo de reposo y hospitalización. A pesar de lo duro que es, cuando finaliza su hospitalización y dejan el centro, están felices porque están curados.
Por la tarde, los niños y las niñas acuden a clases para no perder curso a pesar de estar hospitalizados. Con estas actividades sus habilidades y capacidad de comunicarse cambian mucho respecto de cuando ingresan. Al llegar, muchos están sin escolarizar, decaídos y no tienen capacidad para comunicarse con otras personas porque solo hablan su dialecto. Además, esas formaciones están abiertas a las personas que les acompañan, la mayoría mujeres, que en muchos casos tampoco han sido escolarizadas.
Cada día se dan pequeños milagros en el centro. Cuando llegan niños y niñas con úlcera de Buruli u otra enfermedad y además están desnutridos, a veces nos invade la desesperanza pero al ver que se recuperan con cuidados, alimentación y descanso recuperamos las fuerzas para seguir trabajando.
La hermana Franciska Park Dal Boon es la directora del Centro de salud Jean Baptiste Vatelot de Bouaké de la Congregación de las Hermanas de la Doctrina Cristiana. Anesvad colabora con el centro desde el año 2011.