Cubal, el pueblo donde los enfermos no saben que están enfermos
Una investigación de la Unidad de Medicina Tropical del Vall d’Hebrón califica como de alto riesgo una zona de Angola donde sus habitantes desconocen que padecen esquistosomiasis
Existe en Angola un pueblo donde los enfermos no saben que están enfermos. A veces, los habitantes de Cubal orinan sangre, pero ellos creen que hacerlo esporádicamente es normal. Una investigación realizada por la Unidad de Medicina Tropical y Salud Internacional del Hospital Vall d’Hebrón de Barcelona, en colaboración con el hospital angoleño Nossa Senhora da Paz, acaba de poner nombre a esa patología fantasma que sólo padecen los pobres: es la esquistosomiasis, una de las 17 enfermedades tropicales calificadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como desatendidas. El estudio, publicado en la revista PLOS Neglected Tropical Diseases, concluye que la prevalencia en la zona, desconocida hasta ahora por las autoridades gubernamentales, es mucho más elevada que la media nacional, lo que la convierte en una comunidad de alto riesgo. En concreto, la investigación sostiene que el 61% de los niños en edad escolar —entre 5 y 12 años— están afectados, y en la mayoría de ellos, la enfermedad está provocando un daño estructural temprano.
“La demostración implica dos cuestiones importantes: por un lado, que la gente sepa que está enferma, que orinar sangre de vez en cuando no es lo normal, que tienen una enfermedad que se transmite en el río y que sus consecuencias son graves; y por otro, que puedan acceder a un tratamiento preventivo que la OMS recomienda y deben proporcionar los gobiernos en las zonas donde la incidencia en los niños supera el 50%”, explica la autora principal del estudio, Cristina Bocanegra, que lleva desde 2012 investigando en la línea del reciente Nobel de Medicina, centrado en los avances contra infecciones provocadas por la pobreza.
La esquistosomiasis está provocada por gusanos penetran en la piel durante el contacto con aguas infectadas
La esquistosomiasis es una enfermedad parasitaria que reúne tres aspectos que dificultan su erradicación: sólo existe en lugares donde hay pobreza; ella misma favorece y facilita el círculo de la pobreza, y apenas recibe partidas presupuestarias para investigación. Se origina a través de gusanos que penetran en la piel durante el contacto con aguas infectadas. “Como un círculo vicioso, el gusano sale de los excrementos humanos en forma de huevo, sigue nadando y llega hasta un caracol de río que necesita para desarrollarse; de ahí vuelve a salir en fase adolescente; y sigue nadando hasta la persona que se está bañando en ese río o está lavando ropa, donde se hace adulto”, detalla la especialista en enfermedades infecciosas. Los gusanos hembras ponen sus huevos en el interior del organismo. Algunos vuelven a salir con las heces o la orina y el ciclo vuelve a comenzar. Otros quedan dentro y generan un daño progresivo de los órganos.
La enfermedad puede curarse con un tratamiento que persigue la reducción del número de casos mediante el suministro periódico y a gran escala de una pastilla: el praziquantel. “El problema es que si la persona se vuelve a bañar y el agua sigue contaminada, vuelve a contagiarse”, afirma Bocanegra. Si no se trata, puede llegar a complicaciones graves como fibrosis hepática y cáncer de vejiga en edades jóvenes, entre los 30 y los 40 años. En el caso de los niños, afecta sobre todo al desarrollo psicomotor y produce anemia y desnutrición.
Muchas de estas situaciones extremas han sido atendidas en el Hospital Nossa Senhora da Paz, un centro gestionado por las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, incluido dentro de la red pública del país, con el que la unidad del Vall d’Hebrón mantiene un convenio de colaboración desde 2007. “Hasta ese momento, hasta que la enfermedad no da la cara con complicaciones, la gente en Cubal no sabía en su mayoría que estaba enferma”, añade Bocanegra.
El hospital, el único que tiene la orden religiosa en todo el mundo, fue construido en 1973, en plena guerra, en este municipio en el centro de Angola, cuya población asciende a unos 240.000 habitantes según las últimas estimaciones. El número de pacientes ingresados anualmente oscila entre 5.000 y 6.000. Además, son atendidas unas 25.000 personas de forma ambulatoria. Actualmente trabajan dos médicas españolas y un angoleño. El resto del personal son enfermeros y auxiliares del país africano. “Hay un déficit de médicos allí. La primera promoción que terminó Medicina en la provincia es de 2013”, cuenta Bocanegra. Las enfermedades infecciosas y la malnutrición representan la mayor proporción de patologías, fruto de la pobreza y la desigualdad.
Angola, un país arrasado por 40 años de guerra, registra uno de los peores marcadores sanitarios de todo el mundo. Uno de cada seis niños no llega a cumplir los cinco años y el gasto en salud sólo asciende al 10%, según Unicef. “Para nosotros, el convenio con la unidad del Vall d’Hebron ha supuesto una gran mejora no sólo en el aspecto asistencial, sino también en la forma de actuar frente a las distintas patologías. Hemos pasado de ayudar en lo que se pueda cuando llegan los problemas a analizar a fondo las causas de los mismos. Intentar transformar la realidad con todos los conocimientos generados por los estudios e investigaciones realizadas”, explica la directora del hospital, Milagros Moreno, que entró en la orden religiosa en 1985. La colaboración ha permitido también al centro angoleño la participación en programas punteros y la llegada de otros expertos cada año que organizan congresos y jornadas científicas.
En Angola, uno de cada seis niños no llega a cumplir los cinco años
La unidad de Medicina Tropical y Salud Internacional, dirigida por Israel Molina, realiza actualmente nuevos estudios sobre otras enfermedades como la tuberculosis. Su objetivo es trabajar siempre sobre el terreno, fomentar la investigación en la zona afectada. Hace tres años, los médicos que componen la unidad promovieron un crowdfunding (micromecenazgo) para llevar al hospital un ecógrafo, fundamental para el diagnóstico en enfermedades maternoinfantiles y en otras patologías frecuentes como las complicaciones de neumonías o la tuberculosis, y en el caso concreto de esta última, las alteraciones en el tracto urinario.
Zeferino Pintar, un enfermero que trabaja en el Nossa Senhora da Paz, viajó hasta Barcelona para aprender a usarlo. El joven angoleño realizó una formación organizada por un médico especialista voluntario en el propio hospital y ganó un concurso cuyo premio era permanecer dos meses estudiando en la unidad de Radiología del Vall d’Hebrón. “Antes trabajábamos a ciegas. La formación en ecografía, la posibilidad de tener un nuevo ecógrafo que sustituyó al antiguo y la llegada de un aparato de rayos ha sido una revolución para nosotros”, asegura Pintar. Ahora estudia, además, la licenciatura en Radiología en su país.
“Es muy satisfactorio que personas como él, con una gran capacidad, puedan seguir formándose”, concluye Cristina Bocanegra. Ella, que de pequeña siempre soñó con explorar y conocer el mundo, también ha llevado a Cubal un proyector y una maleta de películas con subtítulos en portugués. Y desde entonces, cada tarde, los niños se reúnen en el cine de un pueblo de Angola donde, al menos los enfermos, ya sí saben que están enfermos.
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