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‘Dónde viven los monstruos’ | Una tarde en el ‘chiquipark’

Con la paternidad hemos descubierto que el mejor 'personal trainer' del mundo es tener una criatura que te tonifica a todas horas

El chiquipark libera el lado más salvaje de tu hijo... fuera de casa. Y así te libras de ordenar el salón.
El chiquipark libera el lado más salvaje de tu hijo... fuera de casa. Y así te libras de ordenar el salón.

Muchos treintañeros nos libramos de hacer la mili, así que quitando las obligatorias clases de gimnasia en el colegio, nunca hemos tenido que arrastrarnos bajo alambradas ni saltar esquivando neumáticos. De hecho, a la Hermandad de los Sedentarios ya nos da pereza alargar el brazo cuando el mando de la tele está lejos.

Pero con la paternidad hemos descubierto que el mejor personal trainer del mundo es tener una criatura que te tonifica a todas horas. Sobre todo cuando le entra el ansia del chiquipark.

Yo solo había pisado un chiquipark en los cumpleaños de hijos de amigos, y estaba más pendiente de si sobraba tarta que de fijarme en las particularidades del recinto. Y si nos ponemos descriptivos, os diré que básicamente es un paraíso de bolas de plástico de varios tamaños y toboganes y colchonetas para subir, bajar y caer sin acabar en urgencias.

No hay instrucciones para la primera vez, pero creo que los peques lo llevan en los genes, porque solo hay que sacarlos del carrito y ellos solos ya van a trotar y escalar como si unas voces en la cabeza se lo ordenaran.

Consejo: poneos calcetines limpios y sin agujeros (todos arrastramos ese par que pensamos “una semana más nos dura”) porque en la zona de juegos hay que entrar sin zapatos.

El chiquipark relaja si puedes estar mirando desde la barrera cómo juega tu hijo… y si el sitio está más o menos vacío porque has ido a primera hora.

Pero cuando notes una perturbación en la fuerza y oigas el traqueteo de carritos aproximándose y los bramidos de decenas de criaturas que vienen a darlo todo, descálzate ya porque deberás proteger tu descendencia.

Y es que el peligro más grave del lugar son los niños salvajes, esas mini-bestias de combate que empujan sin remordimientos, que pegan, que muerden y que incluso se atreven a atacarte si entras a hacer de escudo humano para salvar a tu retoño, mientras sus padres despreocupados están hipnotizados con el WhatsApp.

Si no me he peleado en la vida no quiero empezar a hacerlo con críos de dos años. Y seguro que alguna línea de pensamiento dice que la violencia es parte de la vida y que los niños tienen que curtirse. Pero he leído demasiados cómics de Spiderman como para dejar a un abusón suelto, sobre todo si va a por mi hija, que en casa somos muy de Liam Neeson. Lo malo es que la supuesta tranquilidad de ver a los niños jugando puede acabar en batalla dialéctica con otros progenitores. Algunos asumen que han parido un Hulk y avergonzados intentan contenerlo, pero otros gruñen como un tertuliano de Sálvame.

Lo mejor del chiquipark es que después dormimos todos profundamente y de un tirón. Tenemos tal agotamiento que, igual que los que corren maratones, quizá un médico tendría que vernos a la salida para que no repitamos la experiencia más veces de las humanamente asumibles.

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