Podemos y los jóvenes airados y desencantados
El entusiasmo que generó la politización del 15-M podría convertirse en una gran decepción
Muchos de los seguidores de Podemos son jóvenes. Buena parte de ellos proceden del 15-M. En aquellos días, en las plazas de España los indignados criticaban a los políticos: “no nos representan”, decían. Pero también se revolvían contra el sistema y buscaban la manera de tomar la palabra para transformarlo. Hubo numerosas asambleas, propuestas, discusiones. Y una fórmula: “¡democracia directa, ya!”.
Hace ya años los sociólogos Peter L. Berger y Thomas Luckmann explicaron que la realidad se construye socialmente, que uno se pronuncia y actúa sobre las cosas en función de las relaciones que establece con los demás, de los acuerdos y desacuerdos que van surgiendo con el roce, de discursos compartidos, de emociones comunes. Los jóvenes del 15-M se revolvieron contra la democracia representativa. Consideraban a los políticos unos mangantes —la corrupción— desconectados del mundo y los tenían por incapaces para gestionar los graves problemas que la crisis había sacado a la luz: sólo sabían hacer recortes. No eran ni legítimos ni eficaces.
En un ensayo que acaba de traducirse, Contra las elecciones, el joven filósofo y arqueólogo belga David von Reybrouk aborda de manera provocativa, y con un sólido aparato de referencias y de lecturas detrás, la delicada situación actual de la democracia. “Un tiempo en que el interés por la política aumenta pero la confianza en ella disminuye es un tiempo explosivo”, apunta casi al principio.
La observación tiene mucho que ver con lo que sucedió en 2011 durante las acampadas en la Puerta del Sol y en otras plazas españolas. Se desató un enorme entusiasmo. Por fin, se comentaba, estallaba una genuina protesta contra una democracia enferma, por fin se volvía a tomar la calle, por fin se hacía política de verdad. Pero, vaya, era una política contra los políticos, y fuera de las instituciones.
Podemos surgió para que aquello que empezó a fraguarse entonces tuviera traducción en el Parlamento. En Vistalegre 2, la corriente que se impuso abrumadoramente fue la que, por decirlo así, reclama volver a las calles. Como si las cosas no hubieran funcionado del todo bien por los canales institucionales.
Mal asunto para la democracia representativa que muchos de los jóvenes de este país (y de otros muchos), en el momento de construir su realidad política, lo hicieran echando pestes de los partidos y del Parlamento. Tampoco le viene bien que el partido que canaliza sus inquietudes refuerce su vocación marginal.
A muchos seguidores de Podemos no les ha gustado el espectáculo que dieron Iglesias y Errejón con sus enfrentamientos. “No nos representan”, dijeron algunos. Es posible que tampoco les seduzca el camino que se perfila después del congreso. La cuestión es si existen otras alternativas donde puedan canalizar esas ganas de hacer política. O si, al final, volverán a la atonía, al desencanto, a la decepción. Lo peor para la democracia.
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