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Feliz no San Valentín

La cultura occidental está llena de víctimas de la creación de un mito que es reproducido sin descanso y que perpetúa la desigualdad entre hombres y mujeres

'Romeo y Julieta', esa historia de amor que inculcaba que sin amor es mejor morir.
'Romeo y Julieta', esa historia de amor que inculcaba que sin amor es mejor morir.
Isabel Valdés

Cuánto daño hicieron (y hacen) Pretty Woman, Oficial y Caballero, Notting Hill, Romeo y Julieta, Love Actually, Crepúsculo; las tragedias del Romanticismo y las actuales, que son las mismas con distintos protagonistas; Julio Iglesias, The Bodyguard, Alejandro Sanz, Barry White, Los Chichos, Whitney Houston y el reggaeton; los cupones 2x1, las flores y los bombones, el rosa y el azul, la mayoría del imaginario Disney y Federico Moccia.

El siglo XX, lleno de pasos hacia delante, ha sido incapaz de frenar el patrón sobre el amor que promete felicidad eterna, mariposas eternas, fidelidad eterna... y sacrificios eternos que, por qué no, pueden olvidarse al menos un día al año, en San Valentín, una festividad que la Iglesia Católica retiró en 1969, que España masificó de la mano de Galerías Preciados y que nace de los lupercales, unas rituales llenos de violencia (y libertad) sexual en la Antigua Roma que el clero decidió vetar cuando vio que aquello se le iba de las manos.

Desde entonces la idea del amor ha ido evolucionando para anular mejor y más sutilmente a las mujeres: ha ido cambiando el color de las cadenas. Ahora tiene los tonos de un atardecer, —o de un amanecer, o de una noche en blanco paseando por alguna ciudad, o de un festival de música, o de una cafetería con sofás, o de ese coral asalmonado del Tinder, según los gustos—, le ha crecido la barba, se despeina con cuidado y tiene como banda sonora una lista de Spotify.

El fondo sigue siendo el mismo. El flechazo inevitable, química; la certeza de la media naranja y la absoluta imposibilidad de separarse, un constructo social; el sacrificio y la entrega continua y total, el valor insuperable de la relación, la postergación del propio deseo, la anulación de la autonomía, la exaltación de la dependencia, mutar en el otro, respirar por el otro, no dormir por el otro... distorsiones tóxicas que ha bordado la cultura occidental, basada y sustentada por una sociedad patriarcal que decidió hace décadas poner como ideal un modelo de relación emocional imposible.

Con ese ejemplo nos bombardean desde un momento tan temprano que, cuando queremos escapar de él, nos damos cuenta de que ya hay patrones que hemos seguido, ideas que hemos dado por buenas, respuestas que no dimos y situaciones que no evitamos. Hace un par de meses me senté con mi hermana a leer, extendimos sobre la mesa La bella durmiente, Sherezade, un libro con el alfabeto en inglés y La aventura de la vida, y le pedí que eligiera uno. Eligió La aventura de la vida y a la media hora, cuando se cansó —ella tiene cuatro años y el libro es a partir de ocho— cogió el siguiente, La bella durmiente. Le pregunté si no prefería otro, porque a mí ese no me gustaba demasiado y ella, contrariada, me contestó: "¿Por qué no? Es muy bonito porque al final se casan, son felices y comen perdices. Viene un príncipe y le da un beso a una niña muy guapa con el pelo largo que se despierta cuando le da el beso y entonces se ríe y es feliz".

Intenté averiguar de dónde había sacado esa idea absurda, porque para el resto de ámbitos de su vida tiene una concepción igualitaria, incluso rebelde y combativa: no cree que no pueda jugar al balón por ser niña, reivindica su derecho a decidir si quiere llevar leotardos, y sabe perfectamente que cocinar, recoger o limpiar no son tareas caídas del cielo para la mujer. No conseguí saberlo, por más veces que le pregunté quién le había dicho que las cosas son bonitas cuando te casas, que las niñas tienen que tener el pelo largo y que solo se ríen y son felices cuando un príncipe les da un beso, lo más que conseguí fue un "porque es así". Después le puse Brave. Y después quiso ver Frozen. Pensé que no estaba todo perdido.

Desde aquel día no he dejado de pensar que mi hermana, con cuatro años, ya empezaba a ser víctima de ese concepto, de esa dualidad desequilibrada en la que el hombre es un príncipe valiente de armadura y la mujer una princesa que lo espera con el pelo suelto, del all you need is love, de una jerarquía impuesta que sigue encontrando en las instituciones, en el poder, en la industria y en la cultura su hueco, y que no solo se resiste a ceder, sino que va encontrando las formas de adaptarse a las nuevas realidades para no seguir perdiendo ventajas que la propia sociedad, solo en algunos ámbitos y tras muchas batallas, empieza a reclamarle. 

Mientras, días como hoy que celebran esa idea del amor, no son más que otro empujoncito para una sociedad en la que sigue existiendo la publicidad que te anima a hacerte una lipoescultura para gustar más a tu chico, piropos que llegan al acoso pero que no nos tomamos en serio, canciones que te empujan a entregar tu vida al completo, películas que te convencen de que el amor lo puede o debería poderlo todo, y un largo etcétera que acaba convirtiéndose en cifras.

En Europa, las mujeres representan el 60% del grupo de peor pagados en la clasificación de la Organización Internacional del Trabajo, y solo el 20% del 1% de los mejor remunerados; sufren mayor desempleo, en España hay 1.642.000 mujeres menos que hombres; el trabajo es de peor calidad, el 57% está ocupada a tiempo parcial porque no ha encontrado una jornada completa, más del doble que el porcentaje de hombres en la misma situación; ellas dedican al día 2,5 horas más de media a las tareas del hogar (incluyendo el cuidado infantil) que ellos, que destinan una hora al día más al ocio y tiempo libre; el techo de cristal existe, solo el 17% de las consejeras de las grandes empresas son mujeres, son solamente una de cada diez ejecutivos de máximo nivel, solo el 3% son consejeras delegadas y la brecha salarial se amplía en los salarios más altos; en las universidades públicas españolas solo había una rectora y el 79% de los catedráticos eran hombres, según el informe Científicas en Cifras 2015; solo una de cada cinco premiados en los Premios Goya es mujer; es 14 de febrero y ya ha habido 10 asesinadas en España desde que empezó 2017.

Son solo algunas cifras, pero la última es "la cifra", el mayor motivo para acabar con cualquiera de los caminos que lleven a ella, con todos. También este, el del amor romántico, el ciego e incondicional, ese que explica de forma nítida Nuria Varela en su último libro, Cansadas (Ediciones B, 2017). "En realidad, es un marco ideal para las relaciones de maltrato. Y así lo señalaba ya en 1988 un informe de la Oficina del Defensor del Pueblo: "También debemos resaltar (entre los factores de vulnerabilidad a la violencia contra las mujeres en la pareja) el concepto de amor romántico, con su carga de altruismo, sacrificio, abnegación y entrega que todavía se les inculca a algunas mujeres. Esta forma de amar puede generar angustia y sometimiento total y absoluto de la pareja".

Esa sumisión que empieza un día, de repente, con una idea, una tan aparentemente inofensiva como la de un príncipe y una princesa siendo felices y comiendo perdices.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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