Coprofilia
Trump es como el arco dorado de McDonald´s: el símbolo de una idea, de una manera de ver el mundo, de tragar
Karen Blixen tomó, de un escudo de armas familiar, una frase en francés antiguo: “Je reponderay”: “Significa tanto que se posee la capacidad de responder, como que uno es responsable por lo que hace”, decía. Causas y consecuencias: es, ahora, un tema pertinente. Me gusta ver cómo en Estados Unidos actores y actrices defienden, entre otras cosas, los derechos de los inmigrantes. Ver con qué elegancia Meryl Streep dice lo suyo, escuchar a Emma Stone y Amy Adams cantar I will survive. Todo necesario y, creo, honesto. Pero todo contra uno: Trump. Y ahí empiezan los problemas. Porque no escucho muchas preguntas acerca del sistema que hizo posible a ese hombre. Y ese sistema es Estados Unidos —lo es desde hace mucho: Columbine, Guantánamo, negros asesinados por la policía, bombas en Afganistán, la hipoteca de la hipoteca como forma del sueño americano— pero no sólo. Es el sistema que hizo posible la crisis de refugiados en una Europa que, aun si adoptó en su momento medidas similares a las que ahora impone Trump, retrocede espantada chillando: “¡¿De dónde salió este engendro?!”. Salió, creo, de todos nosotros. De un sistema que hizo posible, por ejemplo, que en mi país, cuando el presidente Macri propuso en 2016 traer a 3.000 refugiados sirios, muchos se opusieran esgrimiendo una forma artera de la xenofobia: “No tenemos ni para nosotros. ¿Por qué traemos gente de afuera?”. Si los refugiados hubieran sido austríacos, hubiéramos estado felices de adornar nuestra identidad con unos cuantos niños rubios. Trump es como el arco dorado de McDonald’s: el símbolo de una idea, de una manera de ver el mundo, de tragar. Lo que sale por el otro lado es consecuencia de lo que entra por el extremo opuesto. Mientras nadie revise esa conexión, los hijos de Trump se reproducirán y quizás terminen por comerse el mundo.
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