De charla con tres documentalistas africanas
El festival Miradasdoc refuerza la presencia del continente con cineastas de Zimbabue, Senegal y Kenia
"No es que los gobernantes africanos no crean en el audiovisual, es que a algunos les asusta. El cine es un gran motor de cambio. Al hacer películas se cambia la relación con el mundo. Ellos saben el valor y la amenaza del desarrollo cultural", dice con total claridad la cineasta keniata Ng’endo Mukii. "Son cada vez más conscientes del poder de la imagen, precisamente, por esta razón, en ocasiones no lo quieren promover o financiar", añade. Habla ante un aforo de cerca de 50 personas durante el ciclo de cineastas africanas que este febrero se ha celebrado en el Festival y mercado de cine documental Miradasdoc, en la tinerfeña localidad de Guía de Isora.
A su lado, la directora senegalesa Angèle Diabang reflexiona sobre la irrupción de nuevos creadores africanos en el sector. "Ofrecemos un punto de vista más particular porque siempre escuchamos el mismo tipo de historia y desde la visión de alguien que viene a contarnos como somos. Pero ya es suficiente, ahora es el león el que puede contar lo suyo, y no el cazador", dice como metáfora. "Los cineastas africanos tienen una perspectiva que no puede ser vista por los demás", matiza la senegalesa. Ellas dos, junto a la zimbabuense Tapiwa Chipfupa, han supuesto una triada representativa de la decidida apuesta por el cine africano en esta 11ª edición del festival tinerfeño, que ha contado con la proyección de 90 cintas en total, también con documentales latinoamericanos y europeos.
Hace algo de frío en Tenerife, incluso llueve mínimamente, y con simpatía las tres reconocen que no lo esperaban ni les gusta. Antes de entrar al ciclo sobre el futuro del sector, responden a unas cuantas preguntas en una entrevista coral que termina siendo una charla sobre el coraje que les da que les pidan subtítulos en sus producciones cuando hablan un inglés o un francés perfectamente comprensible, o ironizan con el éxito de las películas de Nollywood (industria cinematográfica de Nigeria), en ocasiones frívolas, frente al contenido social y la laboriosidad de sus documentales. Al principio de la conversación se tapan la cabeza con los gorros de los abrigos y no sacan casi las manos de los bolsillos. No acaba igual.
Tienen trayectoria, talento reconocido, ideas y ganas de contar historias. Todas universales. Coinciden fundamentalmente en que lo que proyectan no siempre tiene porqué reflejar realidades de mujeres ni de África, sino cuestiones que les inquietan, que consideran relevantes, dignas de ser difundidas. Aunque reconocen, apelando a la obviedad, que al ser mujeres y africanas, sus mensajes van en esa dirección. "La identidad es de donde provenimos y la llevamos con nosotras, pero no hago este cine solo porque sea de África, en realidad no importa de donde seas, solo queremos contar", dice Diabang abriendo la conversación mientras las compañeras asienten con la cabeza.
"Me gusta ser la voz de los sin voces. Lo que me atrae es lo que le pasa a la gente", dice Chipfupa, una zimbabuense que ha retratado su vida en la película The bag on my back, en la que profundiza en la decadencia del país en un discurso paralelo al de su trayectoria, de familia exiliada en Reino Unido. "Doy una perspectiva de mi país en la que por un lado, se confirma lo que la gente piensa, pero por otro ocurren sorpresas", dice Chipfupa, que también ha presentado en el festival el corto Land of milk and honey, en el que cuenta lo encarcelada que se siente una emigrante zimbabuense en Sudáfrica que sobrevive dormitando en un albergue gestionado por una Iglesia metodista. "Es duro todo. Está ahí y no tiene dinero para volver a casa", resalta la directora. Y como demostración de su interés por cuestiones humanas universales, presentó también A Kosovo fairytale, la historia de una familia kosovar separada por problemas políticos. "Es algo que yo podía sentir igualmente, es una cuestión entre tú y tu familia", dice Chipfupa.
Las tres aseguran que cuando cuentan sus historias no piensan demasiado si su audiencia va a ser occidental o africana. "Van desde mi corazón. Solo al final piensas un poco si se va a entender bien el mensaje y lo intentas resolver", apunta la directora zimbabuense. "Sobre todo cuando se hace televisión, se da información de contexto para el público internacional. Los jefes europeos siempre piden mapas en las informaciones porque nos dicen que nadie sabe dónde está nada de África", cuenta la senegalesa, que ha trabajado también para productoras de televisión.
Aquí es cuando Diabang abre una de las charlas en las que más se implican. "Lo que no entiendo es cuando nos piden subtítulos para todo. Cuando trabajo para una televisión, casi lloro en las salas de edición, no quieren nuestro acento", se queja la senegalesa. Mukii da un respingo en el asiento, saca las manos de los bolsillos, las lleva a la altura de la cabeza y dice: "Dependiendo del color de tu piel necesitas o no subtítulos, ¡pero si se nos entiende perfectamente!", exclama. Y acto seguido se pregunta que quién comprende los acentos de los irlandeses, los escoceses o algunos americanos. "¿Pero quién os entiende a vosotros? Y No os ponen subtítulos", suelta al aire mientras asienten y ríen las otras dos. Plantean que si es por una cuestión de accesibilidad para personas sordas, lo harían sin problema, pero están convencidas de que es por ser africanas. "A veces es muy trabajoso subtitularlo todo", añade Mukii, que reconoce también luchar con los productores para demostrarles que su acento es igualmente correcto.
Al final subtitulan, piensan así también que su mensaje llegará a más personas. Diabang presenta al festival un durísimo y desolador largometraje sobre la gestión del Hospital Moderno de Panzi en Congo, donde el ginecólogo Denis Mukwege atiende a centenares de congoleñas repudiadas después de ser violadas. Un infierno en vida contado con explícitas declaraciones en el documental Congo, un médecin pour sauveur les femmes en el que se refleja también el desgarro que supone para toda la sociedad. "Este hombre ofrece una solución desde dentro sobre una realidad que afecta a las mujeres tanto física como psicológicamente. Y no cuento esto porque sea especialmente una mujer, sino porque la historia de este hospital", detalla Diabang.
Mukii apela a la empatía y las circunstancias de cada uno para reflejar sus historias, los condicionantes que lleva consigo. "Si yo fuera un hombre blanco de Escandinavia igual me centraría en otros asuntos. O si fuera madre, tendría más fondo para hablar de la maternidad", menciona esta autora, que ha llevado al festival dos producciones; un corto documental de animación, ilustrado por ella, sobre las mafias de la inmigración titulado This migrant bussines creado para una ONG, y otro proyecto más personal titulado Yellow Fever, en el que, también con ilustraciones, muestra en escenas cotidianas los deseos de las mujeres negras de aclararse la piel para parecerse a las occidentales. "Nunca se dice abiertamente, pero es cierto que se te trata diferente según tu tono de piel, y que todas se quieren blanquearse", afirma Mukii.
Yellow Fever from Ng'endo Mukii on Vimeo.
El corto muestra a su sobrina de ocho años representada como un dibujo animado que reconoce que le gustaría ser blanca, porque no se siente del todo "cómoda" siendo oscura. Un relato en el que pone absolutamente de relieve la influencia de la globalización e incluso cuestiona la educación familiar que está recibiendo la chica para tener ese sentimiento. La keniata, que ha realizado un máster en Animación en el Royal College of Art de Londres y también ha grabado su primer largometraje titulado My normal kenyan family (Mi normal familia keniata), acaba de terminar su último proyecto en Nairobi. "Una película de arte experimental grabada en realidad virtual", dice satisfecha. La próxima aventura cinematográfica de la senegalesa es Une si longue lettre, una adaptación de esta novela de Mariama Bâ, sobre el punto de vista de las mujeres sobre la poligamia.
Tardan en sacar sus proyectos, pero quedan satisfechas. Como en cualquier ámbito, con más ayudas, les resultaría más fácil. Y obviando las generalizaciones de cómo está el sector cinematográfico en un continente con más de 50 países, destacan indubitadamente la implacable industria de Nigeria, llamada Nollywood, y comparan cómo ellas tardan un año en grabar una película inteligente mientras se harían millonarias si hicieran algunas de este tipo, normalmente, más superficiales, y gestadas "en tres días", señala Mukii. "Os invitaría a mi mansión cuando queráis", dice la keniata interpretando el papel de rica. "Yo te pediría financiación para seguir haciendo las películas que me gustan. Nunca sería comercial, sería como autora", responde cómicamente Chipfupa. Diabang, con cierta sensatez comenta: "lo que tendríamos que aprender de ellos es a vendernos igual", dice. Todas las manos han salido de los bolsillos para gesticular en la interesante charla.
El sector en Zimbabue, Senegal y Kenia
Sobre el sector en sus países, cada una describe una experiencia. La directora Tapiwa Chipfupa reconoce que en Zimbabue es realmente complicado. "Es como un bebé, no hay suficiente infraestructura, todavía queda mucho que aprender, se obtiene la formación de fuera, pero la gente lo intenta, poquito a poco", señala esperanzada. En cambio, la autora Angèle Diabang cuenta que en Senegal hay becas "muy accesibles" para todos. "Cuando yo empecé no había casi escuelas de cine, ni buenos productores, ni apenas libros en la biblioteca, lo tenías que buscar todo por ti misma", recuerda.
La documentalista keniata Ng'endo Mukii cree que en cinco años cambiará el panorama audiovisual en su país. "Ya está el encuentro Docubox, donde se pueden ver obras de compañeras, y también compañeros, y se hacen talleres y formación. Esto ayuda también a la cultura del consumo del arte", apunta la directora, que reconoce que todavía no hay total libertad de expresión en su país. "Se prohíben películas, hay gente en el exilio, se arresta a artistas, también de la literatura y otras artes", dice indignada.
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