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Columna
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Casi sí

Manuel Rivas

LO VEO EN un informativo de televisión. Acaba de ocurrir, hace tan solo unas horas. Y no lejos de donde vivo. Así que dejo la cuchara de la sopa en suspensión, pues participo de esa costumbre de mezclar la comida con la salsa de las noticias, sinónimo casi siempre de desgracias. Lo que Karl Popper llamaba la ley de adicción a las especies picantes. Sabedores de ese hábito, en todos los noticiarios de mediodía (que es como llamamos en España a las tres de la tarde) hay esa dosis de sucesos, en una intensa progresión escabrosa, que da lugar a un adictivo menú-paliza. Salimos comidos, pero también avisados. Y volvemos a la realidad como funámbulos en la cuerda floja.

Acaba de suceder, ahí al lado. Un hombre entra a escopetazos en un supermercado de Ourense. Con muy poca diferencia horaria, podemos ver el asalto en la pantalla del televisor con tomas de una cámara de vigilancia. Las imágenes de este tipo de vídeos refuerzan la verosimilitud y el suspense, como el antiguo mirar por el ojo de una cerradura. La manera de actuar del asaltante, al inicio, parecía responder a una estética de la violencia configurada por el bombardeo de películas y videojuegos que inevitablemente terminan en una carnicería humana. Hay incluso recreadores del género que consideran que un frenesí sangriento que salpique la pantalla, como parodia fílmica, puede llegar a ser “divertido”. No niego la genialidad al Tarantino de Pulp Fiction, pero me pregunto si la superproducción de violencia como espectáculo no será un factor en la banalización de la crueldad. Prefiero ver el infierno en el Museo del Prado, en el tríptico de El jardín de las delicias, de El Bosco. Muestra el horror, pero quien mira, fascinado, no deja de pensar. Al contrario, es un hechizo fértil. En la superproducción de violencia, el hechizo significa la sumisión de la conciencia. Hay tanto mal, que el mal no existe. Y el dolor aburre. Estorba.

El arranque de la noticia del pasado 10 de enero parecía conducir a una tragedia. El protagonista del asalto entra con una escopeta, se escuchan detonaciones, y ya en primer plano, empuja con el cañón del arma las botellas de vino tinto que se estrellan contra el suelo. Hay pocos efectos especiales que causen tanta perturbación en nuestra cultura como las botellas hechas añicos y el vino echado a perder. Todo muy inquietante. En el local, la gente lo tenía que estar pasando mal, muy mal, angustiada. La policía cercó el lugar. La atmósfera se cargó de tensión.

No niego la genialidad al Tarantino de Pulp Fiction, pero me pregunto si la superproducción de violencia como espectáculo no será un factor en la banalización de la crueldad.

Pero la mejor realidad es la surrealista. De acuerdo al patrón de suceso, lo previsible es que las personas que han sido rehenes, al salir y ser entrevistadas expresen el pánico vivido con desesperación y voces entrecortadas. En este caso, a la primera testigo, una mujer joven, le preguntaron cómo habían vivido la situación terrorífica y ella miró hacia la cámara con serenidad y respondió:

–Algo de tensión sí que hubo.

Se hizo el silencio. Aquello se salía del guion previsible del suceso perfecto. En vez de incendiar medios y redes, esa declaración introducía un matiz desconcertante en el estándar informativo. Ese “algo”, esa atenuación, saboteaba la ley de adicción a las especies picantes.

Esa aparente indefinición, en realidad, es de una gran precisión. Estaríamos ante una lítote, una figura del lenguaje que “consiste en que, para mejor afirmar algo, se disminuye, se atenúa o se niega aquello mismo que se afirma, es decir, se dice menos para significar más” (Helena Beristáin). “Algo de tensión” es “mucha tensión”, pero una tensión extraña. La prueba es que el asaltante dejó el arma, se comió un plátano y se echó a dormir.

Es una pena que la lítote, como la ironía, esté en peligro de extinción por causa, entre otras cosas, del empobrecimiento del lenguaje. La bioperversidad acaba con la biodiversidad. En este tiempo de lenguaje transgénico, uniformizado, donde antes de hacer una ironía hay que advertir de la intención irónica, habría que extender la adicción a las lítotes. Una forma de resistencia frente a la estupidez impositiva del “sí o sí” o “no es no”.

–Tienes que decidirte de una vez, ¿me quieres o no?

–Casi sí.

Decir menos para significar más. Un “casi sí”, en el amor, es mucho amor. Espabila.

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