Rosalía
Bárcenas está dejando a su mujer por tonta con la aquiescencia y la conformidad de ella
Bárcenas, ese personaje que parece sacado de una película de bandoleros andaluces (imagínenlo con trabuco y vestido de tal como reclamo para turistas a la puerta de las famosas Cuevas de Luis Candelas, junto a la plaza Mayor de Madrid), en su afán por librar de la cárcel a su mujer la está dejando por tonta con la aquiescencia y la conformidad de ella. “Las decisiones de compra y venta de obras de arte las tomaba yo; mi mujer se limitaba a poner la firma en el documento que le pasaba yo” o “las declaraciones de la renta las realizaba yo con el asesor. Las hacíamos separadas o conjuntas según fuera más ventajoso. El asesor me las explicaba y yo firmaba la mía y ponía un garabato en la declaración de mi mujer” son algunas de sus afirmaciones en el juicio que se celebra contra la trama Gürtel en la Audiencia de Madrid y en el que comparecen como acusados buena parte de los invitados a la boda de Ana Aznar y Alejandro Agag en El Escorial. Ese es mi hombre, habrá pensado Rosalía Iglesias, la mujer de Bárcenas, orgullosa de la defensa de su marido aunque a ella le cueste pasar por tonta delante de todo el país.
No es la primera a la que le sucede. La propia infanta de España doña Cristina de Borbón o la exministra Ana Mato ya asumieron de buen grado ese papel al declarar que nunca se preguntaron de dónde sacaban sus maridos el dinero con que regaban sus cuentas y hasta los Jaguar que aparecían en los garajes de sus chalés. Es natural que eso les suceda, acostumbradas por tradición a ejercer de mujeres florero; lo que sorprende es que al mismo tiempo trabajasen de ejecutiva de una entidad bancaria, la infanta, o de ministra de todo un Gobierno español, Ana Mato. Si se es mujer florero se dedica una a ir de compras con las amigas y a merendar en el Vips, que es lo que hacen algunas con gran aprovechamiento.
El problema de Rosalía Iglesias es que, como Bárcenas nunca sacó dinero de sus cuentas, porque no tenía gastos corrientes (así al menos lo ha declarado en el juicio), se debía de aburrir como una ostra sin poder ir de compras con las amigas por falta de liquidez. Si yo fuera el tribunal me compadecería de ella. Bastante ha debido de sufrir la pobre esperando en casa a que su marido volviera de hacer negocios para firmar donde le dijera o para que la mandara al banco a ingresar el dinero que traía en sobres, fruto de sus operaciones de compraventa de cuadros, en los que siempre fue un gran experto, como cualquiera puede intuir por su aspecto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.