_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Carrie

Fui pocas veces al cine con mi madre, era una gran ‘arruinadora’ de películas. Prefería ir con mi padre

Leila Guerriero

En 2016 murieron casi todos. Fidel, Prince, Umberto Eco, Bowie, Leonard Cohen. Cuando murió George Michael me dije “Ya paró”. Y entonces murió Carrie Fisher, la princesa Leia de La guerra de las galaxias. Vi La guerra de las galaxias con mi madre, que me arruinó la película entera exclamando en voz alta “¡Qué bicho inmundo!” ante la visión de criaturas como Chewbacca.

Me arruinó también ET, lanzando las mismas exclamaciones, sobre todo cuando ET, medio enfermo, quedaba cubierto por una baba grasosa y placentaria. En ese momento amenazó con irse. Hubiera sido fantástico pero se negó a hacerlo sin mí, de modo que se quedó hasta el final diciendo “Qué asco” y mirando el reloj. Así, ET y La guerra de las galaxias siempre serán, para mí, una serie de fotogramas inconexos. Eso sucede cuando la emoción se aborta en su cogollo: se rigidiza, se deforma.

Fui pocas veces al cine con mi madre, no sólo porque era una gran arruinadora de películas sino porque le gustaban cosas como Karate kid, que me parecían estúpidas, así que yo iba con mi padre a ver wésterns o filmes de la Hammer, en perfecto silencio, traccionados por la mirada loca de Peter Cushing o la dureza del gran Clint. Cuando empecé a seguir a directores rusos en cineclubes de butacas duras, mi padre fue discreto para retirarse y dejarme seguir sola.

Después de la primera hora de una película que duraba tres y en la que aún no había pasado nada, él susurraba: “Está buenísima, pero me duele la espalda. Te espero afuera”. Yo me quedaba, feliz y, cuando salía, él siempre estaba esperándome. De regreso a casa, yo le hablaba de la cámara fija, de los silencios infinitos, y él me decía “No sé cómo aguantás”. Pero en el siguiente cineclub, en la siguiente película rusa, ahí estaba él. Conmigo. Y todo volvía a repetirse. No tengo recuerdos de Carrie Fisher. Sólo recuerdo a mi padre creyendo en mí.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teoría de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_