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Alexander Girard, en un país multicolor

Vista del salón de la Casa Miller en Columbus (Indiana).
Vista del salón de la Casa Miller en Columbus (Indiana). Balthazar Korab, The Library of Congress
Andrea Aguilar

FUNCIONAL, LIMPIO, industrial y abiertamente sobrio, el diseño de la modernidad según los dictados de la Bauhaus dejaba poco espacio para el humor. Pero Alexander Girard (1907-1993) no hizo caso, retó los principios del buen gusto del momento y sin disimulo apostó por el color, la ornamentación, demostrando que la mezcla ecléctica contiene su propia armonía y, además, alegra la vida. Él se definía como un “funcionalista atemperado por la frivolidad”. Diseñó juguetes, tipografías, telas, papeles pintados, platos, interiores de restaurantes, casas, exposiciones, muebles y logotipos. La artesanía y el arte folclórico fueron una de sus grandes pasiones y principal fuente de inspiración: desde belenes hasta tejidos, pasando por muñecas y exvotos, Girard reunió una colección de 100.000 piezas procedentes de medio mundo. Amigo y colaborador del matrimonio Eames y de Eero Saarinen, su nombre, sin embargo, no es tan conocido por el gran público. “Sus archivos ahora empiezan a abrirse a los investigadores y, a diferencia de Charles Eames, en vida él no se autopromocionaba mucho. Además, aunque era arquitecto se centró en el diseño de interiores, algo efímero que desaparece, y las telas, otro de sus puntos fuertes, no son un producto muy destacado, cuyos diseñadores la gente conozca”, explica en conversación telefónica Jochen Eisenbrand, comisario de Alexander Girard, a designer’s universe, organizada por el Museo de Diseño Vitra de Rhein (Alemania), centro en el que los herederos de Girard depositaron gran parte de sus fondos. La exposición viajará el próximo verano a Detroit, y después a Seúl y San Francisco.

Dos de sus hologramas.

Nacido en Nueva York, de madre estadounidense y padre italiano, Alexander pertenecía a una familia de anticuarios y marchantes de arte. Creció en Florencia y allí desarrolló su afición por el teatro, los escenarios, el Renacimiento y la artesanía. Cuando fue enviado a estudiar a un internado en Inglaterra se inventó un juego según el cual otorgaba un reino a cada miembro de su familia, y diseñó escudos, banderas, divisas y sellos para todos ellos. Imaginativo y lúdico, Girard no entendía la vida sin detalles. Se formó como arquitecto en Londres y Roma, trabajó en París y Estocolmo, y decidió regresar a Nueva York, donde abrió su primer estudio.

Recién casado, en 1937 se instaló en Detroit para trabajar como diseñador de interiores. Allí frecuentó la Cranbrook Academy, donde entabló amistad con Charles y Ray Eames, y fueron precisamente ellos quienes le recomendaron para un puesto en la fábrica de Herman Miller: Girard dirigió su departamento de diseño textil durante casi un cuarto de siglo, creando telas y papeles con motivos vegetales y geométricos de inspiración folclórica, a menudo repletos de color. “Las telas son un material de construcción, parte de una habitación, como la madera, el cristal, los ladrillos o la escayola”, declaró Girard. Sus diseños rompían el molde suburbial de los cincuenta, anticipaban la explosión colorista y psicodélica, la utopía multicolor y el op art. “Aquel era un tiempo en el que a la gente le daba un patatús si veía un rojo chillón”, recordó tiempo después el diseñador, que rompió con los educados tonos ocres y turquesas desvaídos. Un buen ejemplo es el interior de la casa –diseñada por Saarinen– del propio Miller. Allí Girard mezcló con colores chillones artesanía y diseño, y creó el llamado conversation pit, una sala de estar excavada dentro del propio salón. En las notas que tomó a modo de tormenta de ideas para la exposición For Modern Living (para la vida moderna) del Instituto de Arte de Detroit en 1949, escribió: “La moda dicta, lo moderno te da libertad; los estilos son hábitos, lo moderno lo disfrutas; los colores están para que los uses, no para que la moda los dicte”. Su desbordante creatividad se plasmó en lo pequeño y en lo grande: en juguetes, logotipos, habitaciones e incluso en el diseño de una arteria comercial en la ciudad de Columbus (Indiana).

A partir del holograma de La Fonda del Sol, Girard hizo 80 versiones.pulsa en la fotoA partir del holograma de La Fonda del Sol, Girard hizo 80 versiones.

En los cincuenta, los Girard y la apabullante colección de objetos folclóricos que habían reunido se trasladaron a Santa Fe, a una casa de adobe donde desplegó sus joyas traídas de México, India, Checoslovaquia o Japón. Y en la siguiente década realizaría algunos de sus trabajos más icónicos, como el rediseño de la aerolínea Braniff (creó desde los muebles de las salas de espera hasta los logotipos) o La Fonda del Sol en Manhattan. La cocina abierta, los azulejos y el grafismo colorista convirtieron este legendario restaurante en una síntesis perfecta de su sofisticado estilo protofusión. En Santa Fe también diseñó un restaurante donde trabajó de adolescente el director de cine y diseñador de moda Tom Ford, ávido coleccionista de piezas de Girard.

Genuino, original y exquisito, Sandro, como le llamaban sus amigos, creó una mezcla de elementos modernos, decorativos y naif, cultivó la yuxtaposición de la estética racionalista con objetos étnicos. Llenaba todo de sabor. Porque como él mismo dijo: “El arte solo es arte cuando se aplica a la vida”.

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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