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Paolo Sorrentino: "Para hacer buen cine hace falta cinismo"

Tommaso Koch

D ESDE QUE ganó el Oscar, a Paolo Sorrentino le llaman “maestro”. Él dice que no entiende por qué, que le hace gracia. Sin embargo, sus películas sugieren unas cuantas razones. Porque el triunfo de La gran belleza, mejor filme de habla no inglesa en 2014, culminó el recorrido de un cineasta que a menudo ha dibujado poesía en la pantalla. Detrás de la cámara, el italiano (Nápoles, 1970) cocina una extraña y personalísima receta que mezcla lo sublime y lo más terrenal. Con un plano puede hablar de Dios y del futbolista Gonzalo Higuaín. Sus fotogramas capturan la hermosura, pero sin perder el contacto con la ironía y las contradicciones del ser humano. Él mismo, mientras piensa y fuma su puro, desprende un aire peculiar, tan desganado como atractivo.

El poder, la ambición, la nostalgia, las dudas, la soledad y el paso del tiempo sobrevuelan su filmografía, que empezó a despegar con Las consecuencias del amor. Tras retratar las sombras del inoxidable ex primer ministro Giulio Andreotti en Il divo, enamoró al mundo con la decadencia de Roma en La gran belleza y narró la crisis creativa y el avance de la vejez en La juventud.

“EL BUEN CINE TIENE UNA FUERZA ARROLLADORA, SE QUEDA ATRAPADO EN NUESTRAS VIDAS PARA SIEMPRE PORQUE GENERA MOMENTOS PARA COMPARTIR”.

Ahora, su carrera parece acelerar más aún. El próximo proyecto será Loro (Ellos), un biopic sobre el político italiano más despreciado y adorado de las últimas décadas, Silvio Berlusconi. Pero, antes, Sorrentino se ha estrenado en la televisión hablando de otro centro de poder: el Vaticano. En la serie El joven Papa describe el día a día de la curia y de un Pontífice sui generis, interpretado por Jude Law. Son 10 episodios, coproducidos por HBO, Sky Italia y Canal+, y que ya se puede ver en HBO España. Tras siete meses de trabajo, su primer adelanto se exhibió en el pasado Festival de Venecia, donde se celebró esta entrevista. Los críticos disfrutaron de los primeros dos capítulos. Así que el director sonríe: “Me siento liberado”.

Hubiese apostado que no le importaba la recepción de sus obras. El desinterés es una pose. Sí, me importa, por muchas razones: hemos invertido tiempo, hay gente que ha metido dinero.

Suele decir que se le ocurren antes los personajes que las historias. ¿Este Papa de dónde sale? La idea de un Papa con dudas sobre Dios la tuve hace mucho. Escribí un guion ya con 22 años, aunque luego lo he cambiado muchísimo. Charlando con el productor Lorenzo Mieli excluimos modos de contar la Iglesia ya vistos: por ejemplo, ciertas derivas hagiográficas de la televisión italiana. O el acercamiento amarillista de los estadounidenses, que ven el Vaticano como un nido de víboras y viciosos. Pensamos que estaría bien narrarlo como un lugar de trabajo rarísimo: a la vez que sacan adelante una farmacia o un banco, deben lanzar constantemente a mil millones de fieles mensajes y posturas sobre la vida. Es esquizofrénico en cierto modo. La mayoría de nosotros se levanta y tiene que resolver pequeños problemas. Ellos además afrontan cuestiones trascendentales.

Sorrentino, en un momento del rodaje de la serie El joven Papa, con los actores Jude Law y Javier.

Le sorprendió la fuerte presencia del humor en la curia. ¿Qué más? Es un espacio masculino, un Estado de hombres. Como dice el personaje de Javier Cámara, se trata de un pequeñísimo universo autorreferencial, donde todo tiende a ser agigantado y convertirse en fuente de pequeñas guerrillas cotidianas. Pero también es un lugar que ampara a sus habitantes del exterior y les permite seguir viviendo en su mundo particular.

¿Contó con la colaboración del Vaticano? Pude dar un par de vueltas con su autorización, y nada más. Había pedido rodar allí, pero tuve que recrear todo: la Capilla Sixtina, San Pedro… Creo que se equivocaron: habría podido contarlo bien, y la serie no busca atacar sino entender.

¿Qué opina del actual Papa? Ha de juzgarse a largo plazo. Francisco cuenta con una gran capacidad de fascinar, de sugestionar. Pero ese poder a veces lo tienen también los ilusionistas. El poder de incidir se ve sobre un periodo más amplio. Aun así, me impresiona: ciertas posturas de sentido común son inesperadas, sus huidas del dogmatismo resultan muy interesantes.

¿El cine tiene el poder de incidir o solo de sugestionar? Tiene un gran poder de incidir. Cuántas veces para explicar una idea o una emoción recurrimos a una secuencia de una película. El cine puede ejemplificar las cosas de la vida, generar momentos para compartir. La mayoría de películas cae en el olvido, pero el buen cine tiene una fuerza arrolladora, se queda atrapado en nuestras vidas para siempre.

¿Ha cambiado ahora su relación con la fe? A veces asumimos posiciones con demasiada prisa: soy ateo, agnóstico, creyente… Trabajar con estos temas te lleva a indagar más. Y descubres que a lo mejor la pregunta no es si crees o no, sino por qué desde hace tanto tiempo nadie puede evitar plantearse ese dilema. Sobre ello trabaja la Iglesia: no es que convenza a la gente para creer, sino que las personas se hacen preguntas y ellos proporcionan respuestas.

Su Papa tiene 47 años, usted 46. Es la primera vez que su protagonista es su coetáneo. Me estoy haciendo mayor… Aunque no se debe a eso, sino que buscaba un Papa que no se pareciera a ninguno, que representara una antítesis: guapísimo, estadounidense, joven.

¿Por qué se centra tanto en personajes mayores? Me fascinan, creo que puedo contarlos mejor. Estoy menos cómodo describiendo a los jóvenes. Tal vez también porque la juventud me la perdí y entonces no sé narrarla.

¿Se siente viejo por dentro? Sí. Crecí rápido y fui obligado enseguida a ser responsable. Sé lo que es ser adulto desde los 16 años, y eso alimentó un sentimiento de melancolía.

Con esa edad, perdió a sus padres en un accidente doméstico, una fuga de gas en su chalet se llevó las vidas de Sasá, empleado de banco, y Tina, ama de casa, y cambió para siempre la de su hijo. Sorrentino pide, con una voz que casi parece romperse, no hablar de ello, pese a que admite que es un “pensamiento cotidiano”. En otras ocasiones, ha contado que sin esa tragedia jamás se hubiese dedicado al cine. Más bien, “habría seguido las huellas paternas”. Incluso se apuntó a la Facultad de Economía, aunque adoraba la escritura –tiene dos libros publicados, Tony Pagoda y sus amigos (Alfabia) y Todos tienen razón (Anagrama)–, la música y las películas. Hasta que su camino se desvió hacia otro lugar: detrás de una cámara.

Volvamos a sus personajes. Siempre bailan entre la decadencia y el esplendor perdido. He centrado varias películas en el paso del tiempo. Aunque a medida que creces, paradójicamente, te planteas menos el problema. Hacia los 40, te agobias, haces cálculos: “No he logrado hacer eso o lo otro”. Pero, al tratarse de un pensamiento recurrente, acaba por volverse nauseabundo. Y te cansa. Ya me afecta cada vez menos. Con La juventud es como si lo hubiese superado.

“maradona fue el primer ser humano que me puso en contacto con la belleza del espectáculo, ME HIZO ENTENDER LO QUE PODÍA SER ELEVADO”.

¿Hay cosas que no logró hacer? Muchas. Habría querido tener muchas vidas. ¿Por qué en 1989, con 18 años, no fui a Berlín mientras caía el muro en lugar de estar en casa como un idiota? ¿Por qué no me fui tres años a vivir a Nueva York?

¿Por qué? Por miedo. Y por pereza.

¿Es perezoso? Mucho. Pero también hiperactivo. La definiría como una pereza más bien mental: siento que cualquier cosa es una montaña que escalar, una fatiga inmensa.

Los personajes de La juventud temen haber perdido la inspiración. ¿Le ocurre? No creo que se abandone la mirada propia. Los peligros son otros: te puedes volver estéril, ser solo manierismo. Puedes, como les ocurre a muchos, perder el contacto con la realidad, volverte inadecuado a tu tiempo y refugiarte en lamentos y rencores hacia el presente. Espero lograr retirarme antes de unirme al coro de los quejicas.

¿Percibe ese peligro? ¡No! Todavía soy joven. Pero tengo amigos de confianza a los que he pedido que hagan de centinelas y me avisen si ven que me he atontado.

¿Tiene algún centinela que le ayude a juzgar su trabajo? A Nicola Giuliano, amigo histórico y productor, le confío todo, le cuento mis ideas, le enseño lo que empiezo a escribir.

¿Le ha tumbado algún proyecto? Muchos. Por cada película que he hecho, hay otra que no hice.

Law (a la derecha, con Diane Keaton) nterpreta a un Pontífice de origen estadounidense.

Nunca estudió en una escuela de cine. ¿Cómo aprendió? Fui autodidacta. Con 18 años me apasioné y empecé a ver muchísimas películas, compraba libros, frecuentaba cineclubes, iba a Venecia como espectador. Veía cine de modo anárquico.

¿Confiaba en ser director? Creí que no lo lograría. Pensé que era tímido, y veía en los cineastas una autoridad que no percibía en mí. Es más, nadie la veía. En mi círculo de Nápoles todos se han sorprendido mucho de que lo haya logrado. Descubrí en mí una actitud de mando, una capacidad para ser resolutivo y decir no que no creía tener.

¿Un director dice muchos noes? Sí. Tienes que aprender a decepcionar a la gente y a tolerar que digan lo peor de ti a tus espaldas. Tengo muchos colegas que han hecho este trabajo con miedo a decir no y esto les ha dañado. Para contentar a todos terminas por sacar algo sin una identidad precisa. Los buenos directores son los que carecen de temores. Cierto cinismo y falta de piedad son necesarios en este oficio.

"Para contentar a todos terminas por sacar algo sin una identidad precisa".

¿Algo malo que dijeran de usted era cierto? En los primeros filmes, muchos me hacían notar mi carácter irascible. Con los años, he intentado no curarlo, pero al menos mitigarlo, fatigosamente. Por suerte, mi equipo se ha mantenido a mi lado, somos casi una segunda familia.

¿Es difícil mantenerse a su lado? Tengo un carácter difícil, pero no tan extremo. Conozco colegas mucho más legendarios que yo, con gestos de dictadores puros.

Cuénteme uno de sus cabreos. Con Luca Bigazzi, el director de fotografía, el día que nos conocimos nos mandamos a tomar viento y juramos no volver a trabajar juntos. Y ya ve: hemos hecho todas estas películas… Los que colaboran conmigo saben que por la mañana no soy tratable, me cuesta mucho tomar decisiones. Pero lo reconstruyo durante el día.

David Simon, creador de The Wire, dijo: “Que se joda el espectador medio”. Decía que él filma para alguien dispuesto a seguirle a fondo. ¿Está de acuerdo? Me parece muy interesante. El espectador a veces resulta muy obvio, del montón, cuando comenta lo que ha visto con conclusiones banales. Al no poder controlar al público, yo trato de satisfacer a un único espectador: yo mismo.

¿Por qué busca la belleza en sus trabajos? No veo por qué debería obtener la confianza de alguien diciéndole: “Irás a ver algo que no prevé lo bello”. Se trata de sentido común. Como espectador nunca he querido ver películas que me cuenten las cosas como son. Eso lo entiendo yo solo. Prefiero los que me dicen: “Mira las cosas como deberían ser”.

¿Va al cine? Cada vez menos. He perdido un poco de pasión como espectador. He visto mucho cine, de joven incluso de tres a seis películas al día, fue un empacho. Ahora se ha invertido la relación. Trabajo mucho para hacer cine, así que el resto del tiempo prefiero charlar o ver fútbol. Antes sentía una pasión desmesurada y solo quería ver y aprender. Ahora que lo hago, me queda poco tiempo para verlo.

El Vaticano no dio permiso a Sorrentino para rodar allí los 10 capítulos de 'El joven Papa'. El director recreó en el estudio escenarios como la Capilla Sixtina.

Ha hablado del fútbol. Está muy presente en sus obras, así como el humor. Usted que parece tan elevado muestra también asuntos muy terrenales… ¡Qué va, yo no soy nada elevado! Reír es algo maravilloso, lo primero que busco cada día. Además, ayuda a no tomarte en serio y sirve como canal de comunicación formidable. Se pueden decir muchas cosas con pocas palabras gracias a la ironía.

¿Y el fútbol? Mi pasión de siempre [es del Nápoles]; me sigue gustando muchísimo. Tal vez me he vuelto un espectador menos apasionado de cine porque habiendo rodado muchas películas sé cómo terminan. En el fútbol, en cambio, nunca se sabe. Cada partido propone un guion imprevisible.

Cuando ganó el Oscar por La gran belleza, dio las gracias a su familia, sus compañeros de trabajo y a cuatro personas más. Hablemos de ellas. Ante todo, Maradona. Fue el primer humano que me puso en contacto con la belleza del espectáculo. Si, como hijo de un empleado de banco, escogí algo lejanísimo respecto a mí fue porque Maradona me hizo entender qué podía ser un espectáculo elevado.

¿Fellini? Es el sueño de cualquier director. Ya que él lo logró, crea la esperanza en todos nosotros de conseguir crear un mundo que está y no está.

¿Talking Heads? Me abrieron el camino a la comprensión de la música, que es fundamental en la vida de una persona.

¿Y Scorsese? Fue la otra etapa clave en mi formación para entender qué es el movimiento.

¿Se puede mantener la normalidad siendo Paolo Sorrentino? Creo que sí. Aunque se complica. Resulta más difícil convertirse en un espectador invisible. Por desgracia, a menudo, soy visible. Y para mi trabajo es fundamental observar las cosas sin estar en el centro de la atención.

¿Qué le ha dado y quitado el cine? Solo me ha dado. La posibilidad de hacer lo que quería, ser independiente, carecer de rutinas, conocer a gente interesante y poder viajar de manera inédita: por ejemplo, visitar las periferias de EE UU y meterte en las casas de las personas.

¿Qué es el cine para usted? Un gran juego.

¿Y qué querría que dijeran de su cine? Que es muy divertido.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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