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La leyenda de los Beati Paoli

ilustración de Lola Beltrán
Íñigo Domínguez

UN SANTO encapuchado, dicho así, parece un contrasentido. O se es santo o se es encapuchado, y si uno se esconde quizá muy santo no es. Sin embargo, podría ser el caso de alguien justo perseguido injustamente. Robin Hood, para entendernos. El historiador británico Eric Hobsbawm eligió precisamente al proscrito de Sherwood como modelo para comprender sociedades arcaicas que, incapaces de una revolución burguesa, generan formas peculiares de rebeldía. Sicilia, por ejemplo. Él explicó así el origen de la Mafia en el siglo XIX, un análisis discutible, pero interesante. Porque en Sicilia también tuvieron en el pasado remoto una especie de santos encapuchados, los Beati Paoli, una secta secreta que se movía por pasadizos y hacía justicia a los oprimidos. En Palermo se puede visitar la cripta donde se reunían, bajo la iglesia de Santa Maria del Gesù, aunque… bueno, no se sabe si existieron. La verdad, parece que no, pero es lo de menos: sí existe como mito, y los mitos son de quienes se los trabajan. Como la Mafia.

El escritor leonardo sciascia decía que este libro es imprescindible para entender lo que significa ser siciliano.

La leyenda de los Beati Paoli era una historia popular, de origen confuso, hasta que un tal William Galt, seudónimo de Luigi Natoli, la puso por escrito, muy adornada, en el Giornale di Sicilia en 1909. Fue un exitoso serial por entregas ambientado en el siglo XVIII, bajo el reinado español. Volvió a ser publicado por capítulos en 1955 por el diario palermitano L’Ora y, por fin, dignamente como libro. Según anotó el historiador Rosario La Duca en la edición de 1971, prologada por Umberto Eco, “en Sicilia es todavía hoy el único libro que mucha gente ha leído en toda su vida”. Hace recordar ese aforismo malévolo de Unamuno: “No hay nada peor que quien ha leído un solo libro”. Y es así como llegamos a Totò Riina, el capo del clan de los Corleoneses de Cosa Nostra, fascinado con este novelón, que repartía entre sus hombres como si fuera la Biblia. Lo ha contado un raterillo de Palermo llamado Gaspare Mutolo que compartió celda con él en los sesenta y acabó afiliado como mafioso. Después se convirtió en un valioso arrepentido.

Riina y Mutolo se encontraron tres décadas después en los tribunales, en un careo muy tenso. “Gasparino, Gasparino…”, le dijo el capo dei capi con su sonrisa siniestra. “Si has leído I Beati Paoli puedes adoptar el nombre de Matteo Lo Vecchio”. El juez intervino para recordarle que ese personaje, un traidor, acaba asesinado: “Señor Riina, está usted amenazando”. “Por favor, señor juez. Yo no sé cómo acabó, leí el libro solo hasta la mitad”, respondió.

I Beati Paoli, reeditado ahora en Italia, donde incluso están rodando una serie, es un entretenido folletín de espadachines que viene a ser para los mafiosos lo que El Padrino es en película. Les encantaba porque, usurpado como retrato de la Cosa Nostra, les confiere un aire legendario y misterioso. Ellos saben que no son así, pero eso se arregla luego copiando el libro o la película, para que parezca que fue al revés. El cine inspira a la Mafia y viceversa. Sobre todo es que con los Beati Paoli dan mucho más miedo. “¿Creéis que existan de verdad?”, pregunta un personaje del libro al famoso Matteo Lo Vecchio, que responde: “Cómo no. Solo Dios sabe dónde están. Están por todas partes, invisibles, inaprensibles, siempre presentes”.

El primer pentito de la Mafia, y a quien le fue muy mal precisamente por eso, Leonardo Vitale, ya habló de los Beati Paoli. Sumido en una crisis de conciencia, se presentó en una comisaría en 1973, confesó cuatro homicidios y contó todo lo que sabía, que era mucho y, entonces, totalmente desconocido. Solo se descubriría en 1984 con el primer arrepentido oficial, Tommaso Buscetta, que cambió la historia de la Mafia al desvelar sus secretos. Vitale ya lo había hecho una década antes, pero pensaron que estaba loco. De hecho, acabó en un manicomio. Contó, por ejemplo, su afiliación como mafioso en 1960: le pincharon en el dedo medio con una espina de naranjo y quemaron una imagen sagrada, con “el rito sacro de los Beati Paoli”. Luego besó en la boca a los presentes. Para probar su valor le ordenaron disparar a un caballo, pero no fue capaz. Así que le mandaron matar a un hombre, y entonces sí. Vitale acabó como el traidor del libro, asesinado en 1984.

La primera mención escrita a los Beati Paoli es del marqués de Villabianca, un noble siciliano del XVIII que en sus diarios dice que de niño oyó hablar de esta sociedad secreta.

¿De dónde sale esta empanada ritual y esotérica? Obviamente tiene mucho de tradición masónica y carbonaria, esencial en el Risorgimento. La primera mención escrita a los Beati Paoli es del marqués de Villabianca, un noble siciliano del XVIII que en sus diarios dice que de niño oyó hablar de esta sociedad secreta. Con un salto bastante largo, los relaciona con los Vendicosi, otra secta medieval citada en dos crónicas del siglo XII. Y esto es lo que hay, ni una base histórica más.

La leyenda popular es más exuberante, claro. Decía que eran frailes de San Francesco di Paola, de ahí su nombre, que de día iban vestidos de monjes, pegando la oreja a las conversaciones, atentos a los abusos, y de noche intervenían para hacer justicia. Unos superhéroes al revés: lo son cuando se quitan el disfraz, se ocultan de día y actúan de noche. Leonardo Sciascia decía que este libro es imprescindible para entender lo que significa ser siciliano y, en buena parte, ser italiano. Tiene eso tan suyo de la importancia del mundo subterráneo, más real que el visible, al igual que la farsa suplanta la realidad y el artificio la mejora. Más en profundidad, el desconfiar de la realidad, no creer en la justicia oficial y, en esencia, compadecer al delincuente. Para la Mafia, naturalmente, es un material estupendo para inventar una mitología y hacerse pasar por justicieros incomprendidos. “La Mafia viene del pasado. Antes estaban los Beati Paoli, que luchaban con los pobres contra los ricos, tenemos el mismo juramento, los mismos deberes”, contó Buscetta en su primera confesión.

En 2014 los carabinieri grabaron una conversación entre dos mafiosos de Corleone, con un micrófono en el Chevrolet Matiz de uno de ellos. Estaban preocupados por los continuos arrestos. Había que buscar un sistema para burlar a la policía y evitar ser identificados en las extorsiones. Uno tuvo una idea: “Volvamos a los Beati Paoli, te pones una capucha y, si la gente no te ve, ¿cómo sabe que eres tú?”.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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