_
_
_
_
CLAVES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

“Poner en orden”

Laicidad, fraternidad, igualdad y libertad republicanas constituyen los principios ilustrados que Europa promulgó como suyos, y defendió como valores de todos

Máriam Martínez-Bascuñán

“Poner la república en orden” es una de las proclamas recientes de Marine Le Pen. Hilar sobre su sentido puede ayudarnos a comprender qué hay detrás de los populismos xenófobos de nuestras democracias.

Tal afirmación implica que existe una visión verdadera de la república que está siendo saqueada y vulnerada. Este entramado de autenticidad se construye desde la presunta recuperación de aquello que define a un nosotros homogéneo y disciplinado sobre la base de la exclusión de lo distinto, del mestizaje y del pluralismo interior. La paradoja es que esa autoafirmación nacionalista se hace a costa de instrumentalizar un republicanismo que nació con vocación universalista. Laicidad, fraternidad, igualdad y libertad republicanas constituyen los principios ilustrados que Europa promulgó como suyos, y defendió como valores de todos. Al recurrir a ellos para “ordenar” la república, estos dejan de ser universales y se comunitarizan: el laicismo ocupa el lugar del viejo clericalismo, convirtiéndose en la nueva religión del Estado. Este movimiento narcisista busca, en un efecto especular, el reflejo de lo “auténtico” que hay en nosotros. Y lo encuentra en un contexto de profundo temor ante la pérdida de poder, autoestima e identidad derivados de las transformaciones contemporáneas. “Los viejos dioses se levantan de sus tumbas” en forma de líderes fuertes que son aupados por obreros, discriminados y desheredados en busca de un nacionalismo que restaure “su ajada o ya difunta autoestima”. Ser francés en la nación de Le Pen es lo único que los pone por encima de los extranjeros; igualmente, en la nación de Trump, la piel blanca se percibe como el solo privilegio que les queda a los que se sienten “últimos en todo”.

Así sonaban sus voces la noche electoral: we hate muslims, we hate blacks, we want to take our country back. No nos engañemos: racismo, chovinismo y xenofobia son las señas de identidad reclamadas por líderes patrioteros que dicen volver a poner las cosas “en orden”. Y quien afirma querer poner las cosas en orden, como nos recuerda Diderot, siempre desea ponerlas bajo su control. @MariamMartinezB

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_