El arte de pedir el aguinaldo
E L BASURERO, quién lo diría, suele aparecer en estas imágenes rodeado de mujeres. Los más combativos en los textos que las acompañan son los repartidores de periódicos. Algunas de las profesiones representadas, como la del sereno, prácticamente han dejado de existir. Y puestos a pedir, se valían de ellas desde los mozos hasta los monaguillos, pasando por modistas, lecheras y taberneros. En plena era digital, la tradición de las postales navideñas se puede explorar como una fuente secundaria de información histórica y, por qué no, de nostalgia de otros tiempos. Aunque aún pervive el ritual, ya sea en modo físico o virtual, la costumbre de pedir el aguinaldo por medio de las felicitaciones de oficios queda ya solo en el recuerdo. Casi siempre retratados ellas y ellos en sus labores, a veces engalanados, estos diseños, como explica Charo Ramos, a cargo de la sección de Ephemera de la Biblioteca Nacional (BNE), “trasladan una visión de la sociedad en la que vivieron: sus gustos, los periódicos que leían, los juegos de los niños, las relaciones, la alimentación, el papel social de las mujeres…”. Ramos conserva la colección de christmas españoles que atesora la institución, cuyos ejemplos se retrotraen desde los años sesenta del pasado siglo hasta las últimas décadas del XIX.
La primera felicitación de Navidad comercial de la historia fue un encargo del inglés sir Henry Cole realizado en 1843.
El origen de las tarjetas comerciales hay que buscarlo en la iniciativa de sir Henry Cole, un inglés polifacético que junto a sir Rowland Hill reformó entre 1837 y 1840 el servicio postal británico y creó el sistema de “correo a un penique”, que permitía enviar cartas por esa cantidad fija. En el año 1843, y ante la montaña de cartas que tenía que contestar para las fiestas, sir Henry, que se convertiría en el primer director del Museo Victoria & Albert de Londres, tuvo que tirar de ingenio y le encargó a un amigo, el artista John Callcott Horsley, la que se considera la primera felicitación comercial de la historia. En ella aparecen tres generaciones de su familia flanqueadas por sendas alegorías de la caridad. El éxito de la idea entre sus allegados le llevó a poner 2.050 copias a la venta por un chelín.
En España hay constancia de un ejemplo no comercial anterior, producido por los trabajadores del Diario de Barcelona posiblemente en 1831. Además, la BNE guarda la reproducción de una felicitación de 1788 de parte del sereno, el oficio con el que se inició la práctica de entregar la misiva en mano para pedir el aguinaldo. La tarjeta postal enviada por correo “ya está implantada a finales del XIX”, ilustra Ramos. Antes que las navideñas, se popularizaron las de los enamorados. Y en poco tiempo se convirtieron en un “objeto cotizadísimo de coleccionismo”. “Llama la atención que un producto sin voluntad de permanencia fuera hecho con tanto primor: las hay troqueladas, con relieves, sedas, flores, desplegables, dípticos, con cordones… Y es precisamente esto lo que provoca el afán de conservarlas”. Con nombres como Apel·les Mestres (1854-1936) o Ricard Opisso (1880-1966) entre los artistas más notables, muchos de estos diseños, producidos sobre todo en Cataluña, han permanecido anónimos. “La mayoría están ilustradas, porque a mediados del XIX se produce un desarrollo, la cromolitografía, que lo inunda todo”.
Estas postales reflejan la evolución de los distintos oficios que representan.
“Por vuestra noble hidalguía / os doy las gracias señor, / deseando con ardor / os toque la lotería. / Pues nosotros este día / no nos va del todo mal; / somos partido legal, / la libertad se afianza / y tenemos la esperanza / del sufragio universal”. Muchas veces expresados en verso, los buenos deseos, normalmente escritos al dorso, podían deslizar mensajes políticos como este del repartidor. A falta de fechas, la marca de la temporalidad permanece en el estilo de los dibujos y también en referencias como esta, que sitúa la felicitación entre 1887, año en que se aprobó la Ley de Asociaciones Políticas, y 1890, cuando se restauró el voto masculino.
pulsa en la fotoEl botones (1900-1940).Camerapress
Del carromato al camión de la basura, de las primeras farolas eléctricas a los últimos carreteros, estas postales documentan la evolución de los propios trabajos que reproducen. Con las escenas de la Natividad como principal simbología religiosa, puede verse cómo las copiosas cenas tenían por costumbre servir pollo, champán, marisco, frutas y licores. Para 1970, las felicitaciones de oficios desaparecen, muertas por su propio éxito: “Se recibían tantas que se llegó a poner carteles en los portales diciendo que no se aceptaban”. En sustitución, llegan las felicitaciones solidarias, tradición surgida en 1947 de la mano de Unicef, que creó la primera a partir del dibujo de una niña checa. En el último medio siglo, España se ha mantenido “en el primer o segundo” puesto de la lista de los mayores compradores de estas tarjetas.
“El récord, a finales del milenio, fueron 20 millones de postales vendidas”, ilustra Marta Montiel, directora de marketing del comité español de esta institución, a la que se han ido uniendo otras como Cáritas o Cruz Roja. Si bien Correos no atesora datos del envío de postales, en el ámbito privado solo el fabricante Busquets despachó 1,7 millones de copias en 2015 y espera llegar a los 2 millones este año. Eso sin contar las que se mandan a través de Internet. “En los últimos años, y debido a que solo han quedado las empresas de referencia, se ha observado una tendencia muy estable”, dice Octavi García, directivo de Busquets, uno de los principales fabricantes del país. “También en este producto se nota el entorno económico, y es frecuente que las empresas deseen felicitar a sus mejores clientes con una tarjeta de Navidad, dejando los métodos electrónicos, así como las redes sociales, para un perfil más general”.
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