El libro como refugio
FOTO: André Kertész
¿Por qué nos parece tan fascinante observar a una persona que lee -sumergida en la lectura, decimos- y tan poco interesante mirar a alguien igualmente absorto en la pantalla de su teléfono móvil? ¿Por qué alguien que mira su móvil parece irradiar dependencia y perdida de control y a un lector de libros -no de pantallas- lo relacionamos con un mundo interior propio?
El fotógrafo André Kertész (Budapest, 1894- Nueva York, 1985), que era hijo de librero, retrató a lo largo de toda su vida la intimidad de los lectores, la ausencia que uno contempla en el rostro de quien, transportado por la lectura, no repara en quién lo mira. Entre 1915 y 1970, Kertész fotografió a muchos de los lectores que se tropezó, y todos los retratos, interiores y exteriores, irradian una atmósfera de protección, un aislamiento voluntario y el cobijo que un buen libro es capaz de tejer en manos de un lector interesado. Kertész fotografió a lectores de todo tipo: sesudos y casuales, de periódicos y de libros, aislados y acompañados, en las diversas ciudades donde vivió -de Budapest a Nueva York pasando por París- y donde fue formando su mirada de fotógrafo.
Autodidacta, Kértész dedicó esas imágenes de lectores a sus hermanos en un libro mítico, Leer, que vio la luz en 1971 y que ahora, cuando los lectores de libro electrónico parecen haberse estancado en España, han rescatado las editoriales Periférica y Errata Naturae. El escritor Alberto Manguel cuenta en un nuevo prólogo que en Grecia, y después en Roma, el personaje representado con un rollo de papiro o una tablilla de cera encarnaba a un erudito, pero también denotaba una ética.
A la lectura se ha asociado santidad, estudio, sabiduría y rectitud, y Manguel lee en la costumbre de retratarse frente a estanterías una actualización de ese simbolismo.
Nada más lejos de la intención de Kertész que retrata, en las fotografías que contiene este libro, lo que parecen imágenes de la vida cotidiana. "Al borde de lo verdadero", los lectores parecen desaparecer del mundo para escaparse por la ventana que abren los libros.
Por eso de esos libros, además de aflorar conocimiento, parece surgir un componente arquitectónico, el refugio de quien encuentra respuestas, evasión o consuelo en las páginas de un libro. En las fotografías de Kertsész se lee que un libro ofrece silencio en medio del ruido:
Y compañía en medio de la soledad o razones ante la incertidumbre:
Así como es innegable que las lecturas de cada uno, no sus libros, son su patrimonio, está por ver si la generación digital verá lo que los analógicos vemos ante un lector enfrascado en la lectura: un ser dueño de su voluntad, un individuo tranquilo, una persona que sale, y no que entra. La pantalla también atrapa, pero quien sucumbe ante un vídeojuego se antoja más enganchado que relajado. ¿O será esa la última nostalgia de los lectores de libros de papel? El gusto por observar la ensoñación y el descubrimiento ajeno, la necesidad de saber qué está leyendo esa chica del metro ¿tienen traducción digital? Robert Gurbo, el conservador del Estate de André Kertesz cuenta que el anciano fotógrafo solía llevar siempre en el bolsillo un lápiz blando, del número 2. Cuando le pedían que firmara una foto, contaba la historia de la imagen y aprovechaba para retocarla. El mundo digital hace eso ahora innecesario. Paradójicamente, ese avance podría acabar también con el tipo de imágenes que capturó Kertész. O no.
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