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Klaus Schwab, el inventor del foro de Davos

El alemán Klaus Schwab se estableció en Suiza, donde ejerció la docencia y fundó el Foro de Davos.

POCAS PERSONAS en el mundo disponen de una red de contactos como la suya. Se codea con líderes económicos, políticos y sociales de los cinco continentes, y entre sus amistades están el expresidente estadounidense Bill Clinton; el dueño de Ali Baba, el gigante chino de comercio electrónico, Jack Ma; los creadores de Google… Klaus Schwab reúne cada año en una estación de montaña suiza a lo más granado de la élite global. Este economista alemán, nacido en Ravensburg en 1938, es el fundador del Foro Económico Mundial de Davos, cuya sede principal es un antiguo hospital para tubercu­losos –escenario de la novela de Thomas Mann La montaña mágica– y donde ahora empresarios, políticos y líderes de opinión discuten los problemas más acuciantes del planeta.

Klaus Schwab impartió durante 30 años la clase de política de negocios en la Universidad de Ginebra. Y cada verano, al terminar el curso académico, preparaba una fiesta para sus alumnos con el objetivo de compartir reflexiones y anécdotas alrededor de un fuego en el que se asaban salchichas. El profesor aprovechaba la hoguera para quemar todos los papeles y apuntes del año que llegaba a su fin. Era su manera de destruir lo viejo, para, desde las cenizas, volver a comenzar de nuevo.

Schwab, en una reunión de la sede de la ONU en Ginebra.

Schwab nunca ha dejado de rodearse de jóvenes, convencido de que son ellos los que enseñan a los mayores. Una de sus últimas iniciativas ha sido la creación, dentro del Foro Económico Mundial, de un grupo de jóvenes talentos, los llamados global shapers. “Cada vez que viajo, no dejo de reunirme con ellos, es muy refrescante”, explica. Reinventarse y adaptarse han sido dos constantes en la vida de Schwab, que ha tenido entre sus principales mentores al excanciller alemán Helmut Kohl. Doctorado en Economía por la Universidad de Friburgo y en Ingeniería por el Instituto Federal Suizo de Tecnología, amplió estudios en Administración Pública en Harvard.

EL propósito inicial DE ESTE PROFESOR DE ECONOMÍA era juntar a políticos CON hombres de negocios.

En una cálida tarde de comienzos de otoño, en Ginebra reina un cielo profundamente azul, y Schwab conversa transmitiendo el entusiasmo y la frescura de un joven emprendedor. Su despacho, en un edificio de alta seguridad del barrio residencial de Cologny, está iluminado por grandes ventanales con vistas al apacible lago Lemán. El profesor acaba de publicar su libro La cuarta revolución ­industrial (Random House), en el que sostiene que con la expansión del mundo digital asistimos a una transformación sin precedentes en la historia de la humanidad. Una auténtica revolución que “tiene el potencial de aumentar los ingresos globales y mejorar la calidad de vida en el mundo”, afirma Schwab, gracias a una mayor eficiencia, más productividad y un abaratamiento del transporte y las comunicaciones. Pero que plantea también problemas como el aumento de la desigualdad por la robotización del trabajo.

Schwab, con su esposa, Hilde, en una imagen de 2015 tomada en el valle del Sertig, en Davos, donde se casaron.

Otro libro suyo –el primero que publicó, en 1971–, Gestión de la empresa moderna en la ingeniería mecánica, está en el origen de la iniciativa que le daría proyección mundial. Aquel texto le abrió grandes puertas en lo académico y lo social porque le convirtió en un invitado de élite de destacados empresarios y políticos que deseaban escucharle. “Querían hablar conmigo, conocer mi punto de vista”, recuerda Schwab. Tras el éxito de aquel libro, y con la idea de ir más allá de la academia, el profesor se preguntó: ¿por qué no crear una ­plataforma donde se reunieran políticos con gente del mundo de los negocios? Una pregunta que rápidamente plantó la semilla en las gélidas montañas de Davos para comenzar la primera cita con 444 participantes, en principio, de ámbito únicamente europeo. En la fundación, desarrollo y consolidación de la iniciativa tuvo –y tiene– un papel de primer orden su esposa, Hilde, a la que conoció cuando entró a trabajar con él como secretaria. Juntos crearon también en 1989 la Fundación Schwab para el Emprendimiento Social, organización sin ánimo de lucro con sede en la misma Ginebra.

Aquel primer foro que echó a andar en 1971 es hoy una de las grandes citas mundiales de cada año. Más de 2.500 participantes se reúnen en la pequeña y nevada localidad de montaña, a 1.560 metros de altitud. Entre ellos, jefes de Estado, banqueros, consejeros delegados, magnates tecnológicos, artistas, gurús de autoayuda, modelos, celebritiesBono, el cantante de U2, o el actor Leonardo DiCaprio son algunos de los asiduos– y hasta algún que otro arzobispo enganchado a las nuevas tendencias globales. Las cuotas de inscripción son astronómicas: pueden llegar hasta 17.000 euros. En un pueblo que engrosa sus arcas durante los días del evento, la noche de hotel sale fácilmente por 500 euros. Si se trata de un tradicional chalet suizo de montaña, la cifra se eleva a unos 140.000 euros por semana. Así que no es ninguna sorpresa que algunas empresas gasten millones en la reunión anual de Davos.

En la primera imagen, con el cantante Bono, asiduo del Foro, y su esposa, Hilde, que le ayudó a fundarlo. En la segunda, los Schwab charlan con el actor Leonardo DiCaprio.

El argumento de la próxima edición del Foro Económico Mundial será Liderazgo sensible y responsable, tras haberse ocupado en la anterior de La cuarta revolución industrial, uno de los asuntos que más ocupan ahora a Schwab. Además de su libro de reciente publicación, el pasado octubre abrió una oficina del Foro dedicada específicamente a esa cuestión en San Francisco, en pleno centro tecnológico del planeta. El profesor alemán describe así la audacia de las compañías de Silicon Valley: “Allí, todo lo que no está prohibido está permitido. En Europa, sin embargo, todo lo que no está explícitamente permitido es prohibido”. Su Foro tiene también otra oficina en Nueva York, dedicada a estudiar la regulación de las nuevas tecnologías. Schwab pone el uso de drones como ejemplo de uno de los asuntos que requieren una normativa para evitar abusos. “Y ya que nosotros no creamos drones, al menos podemos colaborar con los Gobiernos en establecer algunos principios regulatorios”, subraya.

LA INSCRIPCIÓN EN EL FORO LLEGA A COSTAR 17. 000 EUROS. MÁS DE 2. 500 PARTICIPANTES ACUDEN CADA AÑO.

Este es uno de los temas candentes de los que se ocupa en su último libro el profesor alemán. Frente a la revolución tecnológica, “los Gobiernos no son capaces de regular ni de crear estructuras”, apunta. “Y así la gente cree que la tecnología se escapa del control; por ejemplo, el big data o el conflicto entre Apple y el FBI”, señala en referencia a la negativa de la compañía tecnológica a atender un requerimiento del Gobierno estado­unidense para desbloquear el iphone de un terrorista que el pasado febrero mató a 17 personas en la ciudad californiana de San Bernardino.

Otro de los grandes problemas de futuro que barrunta Schwab es la destrucción de puestos de trabajo que provocarán los enormes avances de la robótica. Pone el ejemplo de que en Estados Unidos hay 12 millones de personas que trabajan conduciendo taxis, coches de Uber o camiones, empleos que pueden desaparecer en cuanto se perfeccionen los vehículos automáticos. “Aunque la tecnología también creará nuevos puestos de trabajo”, se apresura a matizar, al favorecer la apertura de nuevos sectores y mercados y el crecimiento económico.

Con Carlos Andrés Pérez, expresidente de Venezuela, en la edición de 1989.

El fundador del Foro de Davos constata además que esta cuarta revolución industrial está transformando la seguridad. Los grandes fraudes se perpetran en la Red. Empresas, Gobiernos e instituciones deben hacer frente a ataques cibernéticos cada vez más masivos.

Schwab es un hombre disciplinado. Se levanta a las seis de la mañana para nadar antes de mirar las noticias, desayunar con su esposa y caminar cinco minutos hasta su oficina. El Foro que ha creado es uno de los grandes eventos sociales del mundo, pero él curiosamente asegura que no le gusta nada la vida social. “Nunca me verás en fiestas ni en cócteles”, afirma. Aunque deje advertir algunas preocupaciones por el futuro, a sus 78 años Schwab sigue derrochando optimismo. Y no abandona el apostolado de las ideas que le han convertido en una figura mundial: “La creatividad, la empatía y el liderazgo podrán elevar a la humanidad”.

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