El disputado apeadero de Otero de Sanabria
Llegue al campo en silencio la alta velocidad, que se mueva el aire y con él las mercancías, el turismo y las gentes. Si no, que sigan cayéndose las iglesias románicas, los puentes romanos y las murallas medievales
Una enorme cicatriz cruza los campos de Otero de Sanabria en la foto aérea de este pueblo en la famosa comarca zamorana. Es fácil imaginar un tren a toda velocidad circulando por ese entorno verde, agreste, rural, vacío. Así será, pero esta vez no pasará de largo. No habrá un paisano sentado al borde del camino, entre las rodillas una cayada y las manos sobre ella; con una gorra que deja los ojos en sombra, la barba rústica, el perro al lado, dormitando. Ese paisano no mirará cómo pasan a toda prisa los que van de Madrid a Galicia. El AVE tendrá un apeadero en esta pedanía que no llega a 30 habitantes, ubicada en una comarca que no alcanza los 7.000. ¿Y qué?
Algunos diputados se han aprestado a criticar esta decisión haciendo uso de un estrecho concepto de rentabilidad, el que solo mide la ecuación entre el dinero y los habitantes. Con esa regla no hay un solo proyecto que salga rentable en el mundo rural; pues hale, a lomos de bestias y todos tan contentos. Quia.
La avanzada despoblación del mundo rural en España amenaza con arrastrar con ella toda una época, una forma de vida, un ecosistema y un rico patrimonio cultural en todas sus manifestaciones. Si esto no se frena pinta muy mal para las rentabilidades. Para la soberanía alimentaria de todo un país, para los pulmones verdes, para las tradiciones y el descanso espiritual de una generación de españoles que todavía tienen un pie en la ciudad y otro en el pueblo. Lean La España vacía, de Sergio del Molino, y verán que el campo no solo da de comer al hambre, también alimenta el espíritu cultural, en mayúsculas. Y a pesar de que cada vez son más los que abandonan, ha crecido en estas décadas el orgullo de los que se quedan, de la permanencia.
¿No tienen ellos también derecho a un apeadero de tren que revitalice una comarca entera, que abra puentes con el país vecino —en este caso, Portugal—, que traiga y lleve un turismo sostenible, que permita el arraigo de industrias —de qué clase, ya se verá— y donde puedan subir o bajar del tren esos disputados votos rurales? ¿No es todo eso rentabilidad?
España no ha hecho los deberes en la ordenación de su territorio como sí hicieron otros países, y las vías de agua en el mundo rural amenazan hundimiento. Urge dar la vuelta a la parábola de san Mateo, esa que dice que al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará lo poco que posea. Así ha venido ocurriendo los últimos años con los recortes en sanidad, en educación. Se han cebado con aquellos que no eran rentables, cuando las políticas deberían ser de discriminación positiva si se quiere que las cuentas, a largo plazo, cuadren.
Mientras tanto, vengan apeaderos, llegue al campo en silencio la alta velocidad, que se mueva el aire y con él las mercancías, el turismo y las gentes de aquí y allá. Puede optarse, si no, por que sigan cayéndose las iglesias románicas, los puentes romanos y las murallas medievales. Que no se escuche el folclore, que se pierda la gastronomía de antaño. Y que los bosques crezcan sin medida y se ceben con ellos los incendios. Quia.
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