Marchemos
Si el actual equilibrio parlamentario se mantiene durante un plazo suficiente para llegar a un acuerdo, con o sin referéndum, la cordura y la convivencia saldrán ganando
Al final, es lo de siempre. “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. El 10 de marzo de 1820, el nefasto Fernando VII pronunciaba estas palabras al jurar la Constitución de Cádiz. A partir de aquel día, conspiró durante tres años hasta que un ejército extranjero, los franceses Cien Mil Hijos de San Luis, invadió España para ayudarle a traicionar su juramento y reinstaurar la monarquía absoluta. Durante el apasionante siglo XIX, la expresión “marchemos francamente, y yo el primero” sostuvo toda una corriente de cachondeo político. Si los españoles no despreciáramos nuestra historia tanto como la ignoramos, seguiríamos utilizándola, porque ocasiones no nos faltan. La repentina sensibilidad hacia el conflicto catalán que ha florecido milagrosamente en el Gobierno del PP, desde que carece de mayoría absoluta en el Congreso, la ha devuelto a mi memoria. A partir de este momento, quienes asistimos desde la impotencia a la exitosa simbiosis mediante la cual Mas y Rajoy se alimentaron mutuamente durante años, nos hallamos en la misma situación que los liberales de hace dos siglos. Hay que celebrar que Sáenz de Santamaría declare que el Gobierno está dispuesto a marchar francamente, y ella la primera, por la senda del diálogo con Cataluña, pero supongo que nadie es lo suficientemente ingenuo como para aceptar la sinceridad de sus palabras. La clave, una vez más, es el tiempo. Si el actual equilibrio parlamentario se mantiene durante un plazo suficiente para llegar a un acuerdo, con o sin referéndum, la cordura y la convivencia saldrán ganando. De lo contrario, no hará falta invocar a una potencia extranjera. Entre todos nos ahorcaremos con nuestras propias y patrióticas sogas.
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