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MIRADOR
Columna
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Faralaes

De jueces, policías y periodistas se espera rigor, que cumplan su trabajo sin trampas ni intoxicaciones

David Trueba
Rita Barbera, durante una sesión del Pleno del Senado.
Rita Barbera, durante una sesión del Pleno del Senado.Jaime Villanueva

Si hoy es martes, aún dura el tufo a oportunismo causado por las reacciones a la muerte de la antigua alcaldesa de Valencia, Rita Barberá. Somos un país que aún guarda tal reverencia y temor patológico a la muerte que es habitual que esta se utilice para hacer un negocio indigno y para sepultar la verdad bajo toneladas de falsa piedad. Los faralaes emocionales con que se viste a la desnuda muerte son comprensibles, pero no siempre racionales. El día de la muerte de la senadora Barberá vivíamos en una anomalía que describe de manera perfecta el mal funcionamiento de la política española. Tras ser encausada, la señora Barberá tendría que haber abandonado su cargo público, pero tendría que haber permanecido en su partido. Esa es la lógica, pero sucedía exactamente lo contrario. Era una senadora ausente y desganada, pero estaba fuera del partido al que fue fiel y tremendamente útil.

La lucha contra la corrupción en España ha consistido tan solo en un levantado de alfombra para disimular. Por ello es habitual que los compañeros de partido se desmarquen de quien aún no está condenado mientras ponen todo el empeño en cegar la investigación judicial. Limitan así que el daño les afecte a ellos, pero perjudican a la transparencia en la gestión pública. Acusar a los medios de comunicación y el sistema judicial de ser desalmados es como acusar a los cirujanos de usar el bisturí para cortar la piel. En el razonamiento oblicuo de ciertos políticos, parecería coherente no acusar a nadie de ningún delito que se sospecha que haya cometido no vaya a ser que se lleve un disgusto o se le provoque una crisis de ansiedad. Querer eliminar algunas de las medidas básicas aprobadas en la lucha anticorrupción es utilizar la conmoción en el propio beneficio.

Quienes corrieron a declarar en los medios, tras la muerte de Rita Barberá, que algunos tendrían que hacer examen de conciencia, en realidad habían empezado a blanquear la suya propia, bajo ese pecado tan español de la piedad a destiempo. Porque ser amigo y colaborador de alguien consiste en hacerle ver lo que se niega a ver, convencerlo de que colaborar con la justicia no es humillarse, sino fortalecerse. Y luego está la verdadera y secreta consistencia de la amistad, que es acoger y reconfortar a quien estimas. De jueces, policías y periodistas no se espera cariño, sino rigor, que cumplan su trabajo sin trampas ni intoxicaciones. Es habitual que fallen, claro. Pero es en la esfera íntima donde no le puedes fallar a quien espera algo de ti y solo cuenta contigo.

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