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Tribuna
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Deriva a la confederación

En España el uso del término federal es muy ambiguo; no se distingue de la realidad confederal

Miquel Iceta, primer secretario del PSC.
Miquel Iceta, primer secretario del PSC.ALBERT GARCÍA

La mejor politología (véanse las reflexiones de Juan José Linz al respecto) ha subrayado desde antiguo la importancia que ostenta el tipo de sistema de partidos existente en un Estado multinacional democrático para la conservación de la unidad de ese Estado. Que junto a los partidos de ámbito estrictamente subestatal o nacionalista existan también partidos de carácter estatal y que éstos tengan una presencia significativa en todas las subunidades es uno de los requisitos para que, a la larga, el propio federalismo no lleve al Estado multinacional a la disgregación.

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La razón es sencilla: la implantación territorialmente generalizada de partidos de ámbito estatal, por un lado, integra el escenario político propio de las nacionalidades subestatales en el más amplio del Estado, haciéndole participar en una dinámica centrípeta. Y, por otro, estos partidos enriquecen el juego político incorporando a él otros cleavages distintos de los estrictamente propios del eje nacional, sean los socioeconómicos del eje izquierda/derecha sean otros de tipo religioso o confesional. No es casualidad, desde luego, que Suiza posea un sistema de partidos que es común a todos los cantones, mientras que en un sistema al borde del colapso como Bélgica no exista ni un solo partido de ámbito superior a las subunidades valona o flamenca.

Aunque imperfectamente (nunca la realidad cumple con los tipos ideales), España es un caso de federación multinacional de inspiración remedial, es decir, un Estado anteriormente muy centralizado que adoptó (al constituirse en democracia) una estructura de tipo federal para encauzar las tensiones disgregadoras provocadas por la existencia de varias nacionalidades pujantes en su territorio/población (federalism to keep togheter). Y en lo que se refiere al sistema de partidos políticos, éste cumplió de inicio lo positivo del federalismo: pues junto a fuertes (incluso hegemónicos) partidos nacionalistas, han existido y actuado en las subunidades políticas partidos de ámbito y dirección estatal (tanto de izquierda como conservadores) con una presencia relevante.

Podemos parece seguir el camino práctico del confederalismo; varios partidos, movimientos o mareas de ámbito subnacional se reclaman como estructuras políticas autónomas y soberanas

Sucede, sin embargo, que en el sector que podemos calificar de izquierda se está marcando desde hace unos años en los respectivos partidos una tendencia acusada a organizarse confederadamente, de manera que van apareciendo partidos políticos de ámbito estrictamente subnacional que se dicen federados en uno de ámbito estatal pero que en realidad se sitúan en relación de igualdad (por mucho que “fraterna”) con la dirección estatal correspondiente. Es importante tener en cuenta que en la política española el uso del término federal es muy ambiguo, y no distingue adecuadamente del muy distinto concepto y realidad confederal. Así, en el caso de Izquierda Unida que fue el primero, a la confederación de partidos subestatales por sí mismos soberanos se la siguió calificando alegremente como federalismo.

Podemos parece seguir el mismo camino práctico del confederalismo; varios partidos, movimientos o mareas de ámbito subnacional se reclaman como estructuras políticas autónomas y soberanas en sus decisiones, por mucho que vagamente asociadas en el correspondiente partido de ámbito formalmente estatal. Aunque Podemos no plantea la cuestión territorial como eje fundamental de su política, acepta ya de entrada y en su propia manera de constituirse el confederalismo más absoluto. Previsiblemente, ello repercutirá en una actuación cada vez más particular y diferente en cada ámbito territorial, retórica amorosa aparte.

Y llega ahora la crisis de los socialistas, y con ella aparece pujante la pulsión soberanista en el socialismo catalán (y menos estridente en el vasco): porque eso es actuar políticamente con obediencia exclusiva al propio comité de dirección del PSC. Reclamar la soberanía del propio partido catalán a la hora de tomar decisiones, con independencia de su contenido, excede de la mecánica federal para caer de lleno en la confederal, aunque la retórica fraternalista busque emborronarlo.

Ahora bien, si la izquierda española, en sus diversas versiones, consuma esta deriva hacia la confederalización de sus respectivos partidos se estará instalando en España un fenómeno nuevo que puede tener indirectamente importantes consecuencias para la conservación del Estado. Pues ya solo el partido conservador —y uno de centro con muy irregular implantación en las subunidades— mantendrán una presencia centrípeta en la dinámica política de las naciones que plantean desafíos graves a la permanencia del Estado. Y parece poca cosa para tan ardua tarea.

José María Ruiz Soroa es abogado.

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