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Este pueblo defiende los espíritus de la Amazonía

Los indígenas de Sarayaku, en la selva ecuatoriana, luchan para que se valore su ancestral cosmovisión sobre la vida y la naturaleza

Vídeo: Jaime Giménez
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Son las tres de la madrugada y toda la familia está ya en pie. Los hombres machacan el barbasco, una raíz cuyo jugo funge de veneno paralizador de peces. Las mujeres mascan la yuca para elaborar chicha, la bebida alcohólica energizante más popular de la selva. Las puntas de hierro de los arpones artesanales, que en unas horas servirán para ensartar a los bocachicos que abundan en el agua, resplandecen a la luz de la lumbre. A orillas del río Rotuno, esta familia de Sarayaku, en la Amazonía ecuatoriana, está lista para iniciar el ritual de pesca colectiva junto al resto de su comunidad. Cuando el sol aparece en el horizonte, los hombres suben a las canoas y remontan el río para soltar el barbasco, cuya sustancia blanquecina convierte el agua en leche y adormece a los animales. Mientras, las mujeres aguardan río abajo y machete en mano, dispuestas a llenar de peces las cestas que cuelgan de sus cabezas. La pesca, como llaman en esta comunidad de la suroriental provincia de Pastaza a este ancestral método de captura colectiva para la subsistencia, tiene lugar una vez cada seis meses, aproximadamente. Para garantizar la reproducción de los peces, está prohibido realizar la pesca más a menudo. Como tantos otros pueblos indígenas, los kichwas de Sarayaku han creado normas encaminadas a conservar su medio ambiente y garantizar la sostenibilidad y supervivencia del hábitat amazónico, que según ellos también es morada de espíritus.

“Dentro del bosque existen seres supremos, pequeños y grandes, visibles e invisibles, móviles e inmóviles, que están vivos. Los humanos somos una parte de ellos”, explica Tupak Viteri, uno de los siete kurakas o autoridades tradicionales de Sarayaku. “Aquí existen espíritus, animales, árboles, que tienen energías y a los que estamos conectados a través de los sueños. Ellos conforman la selva viviente”, añade, bastón de mando en mano, este vigoroso kichwa de 32 años. “Ecuador reconoce los derechos de la naturaleza, pero eso solo la considera un simple espacio verde, no como un lugar que alberga a seres que están vivos y que deben ser respetados igual que los humanos. Deben tener derechos jurídicos”, aclara.

FOTOGALERÍA: Ambina, la pesca artesanal de los Kichwa.
FOTOGALERÍA: Ambina, la pesca artesanal de los Kichwa.Esteffany Bravo S.

La Constitución ecuatoriana asevera que la naturaleza “tiene derecho a que se respete integralmente su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivo” y encomienda al Estado la tarea de proteger los bosques y a la población que en ellos habita.

Cumpliendo con su función de kuraka, Viteri recorre su comunidad casa por casa recogiendo las inquietudes de las familias y transmitiendo las decisiones tomadas por el Gobierno autónomo de Sarayaku, una comuna que ha resistido los intentos de explotación petrolera durante tres décadas.

Después de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos fallara a favor de Sarayaku en 2012 tras su demanda contra el Estado ecuatoriano por permitir el ingreso de la petrolera argentina Compañía General de Combustibles a su territorio sin consentimiento previo en 2002, Sarayaku ahora trata de que el mundo reconozca el concepto de Kawsak Sacha, Selva Viviente en kichwa.

“En el bosque existe un equilibrio, una integridad de un ecosistema formado por lagunas y montañas en las que habitan seres que nos protegen”, asegura Félix Santi, presidente de Sarayaku, elegido por el consejo de Gobierno comunitario en 2014. “Queremos que Naciones Unidas incorpore el Kawsak Sacha, que el mundo asuma que la selva está viva y que por tanto debe estar libre de explotación petrolera, maderera, minera y de cualquier otra empresa que pueda atentar contra la integridad de la jungla y de sus habitantes”, reclama Santi, quien acudió a la Cumbre del Clima de París en diciembre de 2015 para dar a conocer al mundo la propuesta surgida de las entrañas de la selva.

Sarayaku también busca que se reconozca el importante papel de los pueblos originarios en la conservación de la naturaleza

A la capital francesa llegó también una canoa tallada a mano en Sarayaku que recorrió 10.000 kilómetros por tierra y aire para poder surcar el Sena y llevar al mundo el mensaje amazónico. Sentado en su casa de madera con un cuenco de humeante guayusa entre las manos, el líder indígena recuerda las palabras que pronunció en aquel viaje a Europa. “Colón con sus carabelas nos trajo muerte, nosotros con esta canoa traemos vida”, sentenció en París un Santi convencido de que el futuro de los pueblos indígenas pasa por el respeto de sus derechos y la incorporación de su visión del mundo a la legislación nacional e internacional.

Regulación para la sostenibilidad

En Sarayaku, como en la mayoría de comunidades indígenas de la Amazonía ecuatoriana, existen normativas locales creadas para asegurar un consumo sostenible por parte de la población. Hace más de una década que Sarayaku dividió su territorio de 135.000 hectáreas en varias zonas, cada una designada para un fin concreto. Este sistema de gestión territorial delimita diferentes áreas destinadas a vivienda, agricultura, cacería y pesca, así como zonas sagradas y de reserva. De esta manera, se busca minimizar el impacto sobre el entorno, limitando la expansión de asentamientos y prohibiendo actividades como la caza en los sectores de reserva o conservación, donde los animales se reproducen y habitan sin intromisiones humanas. Sin embargo, el aumento poblacional constituye un reto para la comunidad, que en los últimos años ha pasado de contar con 1.200 a 1.600 habitantes, según su presidente.

“Comenzamos a regular la caza porque se estaban acabando los animales”, reconoce Carlos Santi, dirigente de territorio y recursos naturales de Sarayaku. Hasta hace unos años, en esta comunidad se realizaba cada mes de febrero una fiesta de cacería, conocida como Uyantza Raymi, en la que los hombres se internaban en la selva durante dos semanas para matar con sus rifles a cientos de monos, tucanes y otros animales. Las presas servían de alimento para toda la comunidad durante los meses siguientes, además de avivar el espíritu guerrero y cazador de los varones de Sarayaku. Ante el menguante número de animales, el consejo de gobierno decidió modificar la periodicidad del festejo, que pasó de ser anual a celebrarse cada dos años. “Ahora se está pensando en hacerlo cada tres años”, afirma Antonio Aranda, coordinador del Plan Atayak, destinado a rescatar la sabiduría ancestral de Sarayaku. “Estamos tratando de compatibilizar la soberanía alimentaria de una población creciente con la sostenibilidad. Para ello tenemos proyectos de piscicultura y avicultura, que reducen la necesidad de salir a cazar”, revela este corpulento joven de larga cabellera negra.

El saber occidental se combina con el acervo indígena

En el río Rotuno, uno de los cientos de vías fluviales que bañan el territorio de Sarayaku, una parte de la población se reúne en las épocas de vacaciones para llevar a cabo la pesca colectiva de subsistencia. Miles de peces son apresados en estas capturas realizadas con barbasco. Los animales, que huyen río abajo de la sustancia narcótica, encuentran su fin al toparse con el dique construido por los indígenas el día anterior a la pesca. Es entonces cuando los habitantes de Sarayaku llenan sus cestos y canoas con decenas de pescados, para más tarde limpiarlos de escamas y vísceras. Finalmente, proceden a ahumarlos para que se conserven durante al menos dos meses, tiempo en el que servirán de alimento para las familias.

“Anteriormente se pescaba mensualmente, pero así los peces no podían reproducirse rápidamente. Analizando, nos dimos cuenta de que era necesario esperar al menos tres meses para que aumentara el número de peces”, relata Aranda. “Entonces, decidimos que durante el año solo se puede pescar con anzuelo, reservando el barbasco para las épocas de vacaciones y las grandes fiestas. Ahora la pesca se hace entre cada cinco y ocho meses”, cuenta.

La propuesta de Kawsak Sacha se enmarca dentro de un esfuerzo de Sarayaku por promover el conocimiento ancestral e inculcar en los más jóvenes las ideas de conservación. La comunidad ha puesto en marcha diversos proyectos dirigidos a resguardar las plantas medicinales, promover las prácticas de salud tradicional y avanzar en la educación intercultural. Todo ello sin menospreciar el saber occidental, que se combina con el acervo indígena.

Dentro del bosque existen seres supremos, pequeños y grandes, visibles e invisibles, móviles e inmóviles, que están vivos. Los humanos somos una parte de ellos Tupak Viteri

Además, en Sarayaku están levantando una Frontera de Vida: un camino de flores formado por varios tipos de coloridos árboles plantados a lo largo de los límites del territorio comunitario. La iniciativa pretende que los viajeros que llegan en avioneta a Sarayaku puedan observar desde el aire los multicolores confines de su territorio. “Es una protección simbólica para que se respete a Sarayaku”, declara Aranda en referencia a las recurrentes violaciones territoriales que ha sufrido la comunidad por parte del Estado y las empresas petroleras.

Pueblos indígenas y conservación

Con su propuesta de Selva Viviente, Sarayaku también busca que se reconozca el importante papel que juegan los pueblos originarios en la conservación de la naturaleza. “Los pueblos indígenas hemos tenido una resistencia durante muchos años y gracias a eso nuestra selva permanece virgen, pero ese esfuerzo no es considerado”, denuncia Viteri. “Ahora el mundo discute cómo mitigar el cambio climático, pero no reconoce que los pueblos indígenas hemos hecho un buen trabajo”, lamenta el kuraka. “Queremos tener el derecho a la administración territorial en función de nuestros conocimientos y principios. Así podríamos ejercer la autodeterminación”, proclama justo antes de beber un trago de chicha.

Con ese punto de vista coincide Leo Cerda, de Amazon Watch. “Los pueblos indígenas representan el 4% de la población mundial y conservan más del 80% de los bosques forestales en el mundo”, expone este representante de la ONG estadounidense que acaba de publicar un informe sobre los impactos del consumo del petróleo amazónico. “Mientras el hombre occidental observa la naturaleza como un recurso material y quiere imponer sus normas sobre ella, el indígena habita en armonía con la naturaleza y acepta sus reglas”, menciona.

Los pueblos indígenas representan el 4% de la población mundial y conservan más del 80% de los bosques forestales en el mundo

Leo Cerda, Amazon Watch

Al vivir en una relación de dependencia con su entorno que se ha prolongado durante siglos, los pueblos indígenas suelen ser los primeros interesados en conservar intacta la naturaleza que los rodea. Para la escritora norteamericana Naomi Klein, estos pueblos “siempre han estado a la vanguardia de la resistencia contra los combustibles fósiles, protegiendo su tierra y su cultura”. Sin duda, Sarayaku es ejemplo de ello.

A pesar de realizar actividades extractivas como la caza o la pesca, el conocimiento ancestral y la necesidad de seguir conviviendo en un ambiente que los provea de comida facilita las prácticas sostenibles. Según un documento de la iniciativa Visión Amazónica, los pueblos indígenas “han ayudado a mantener la biodiversidad desde hace miles de años”.

Decididos a continuar con su emblemática lucha contra la explotación petrolera y a no cambiar el verdor de la inconmensurable vegetación amazónica por el negro del crudo, los habitantes de Sarayaku conservan su territorio del mismo modo que lo hicieron sus bisabuelos. Recurriendo a prácticas sostenibles que permitan a las próximas generaciones mantener el estilo de vida tradicional, esta comunidad de la jungla ecuatoriana no desiste en su empeño de mantener el petróleo bajo tierra, a pesar del avance de la industria en el resto del país. En Sarayaku, los guardianes de la selva viviente saben que el futuro de la Amazonía depende de sus más longevos habitantes: los pueblos indígenas y el resto de seres que la habitan, espíritus incluidos.

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