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Columna
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El secreto de Rothko

Juan José Millás

COMO LA MUJER de la fotografía, también yo dudaría con cuál de las dos obras quedarme. En el caso, claro, de que tuviera en casa una pared con las dimensiones precisas para colgarla. ¿Pero cuál elegir siendo que, sin comprender ninguna de los dos, ambas logran hipnotizarte por igual? Recuerdo haber visto un rothko en el despacho de un ejecutivo de la serie Mad Men en el que había que entrar sin zapatos. El rothko estaba allí como una demostración de poder, pero no solo de poder económico. Tratándose del despacho de una agencia de publicidad, se suponía que significaba algo más. No sé, buen gusto, afán de vanguardia, quizá una idea de lo que deberían transmitir todos los anuncios. De poseer una pared y dinero, no solo me compraría esos cuadros, sino cualquier producto comercial que los evocara. Me viene a la memoria la última escena de la serie, donde, deslumbrado por un sol de tonalidades estupefacientes, a Don Draper se le ocurre el anuncio histórico de Coca-Cola. Me pregunto si los efectos en su mirada de ese sol le trajo a la memoria el cuadro de Rothko que había en el despacho de su jefe y que yo, como espectador, esperaba que apareciera en cada capítulo. Estas pinturas del artista letón producen en el interior del cerebro unos estallidos de luz semejantes a los del sol intenso de la infancia.

Observen las flores que nacen de uno de los hombros de la espectadora para descender luego por su espalda. ¿Acaso no da la impresión de que han surgido por influencia del cuadro de la derecha? Tal es el secreto de Rothko, lo que consigue que crezca bajo su autoridad.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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