El día de mañana
Casi 150 millones de votantes registrados harán caso o no a los indicios de la gran tormenta que se cierne sobre EE UU
El día de mañana es una de esas películas que cuando la pillas un domingo de sofá y mantita, aunque sea empezada, indefectiblemente te quedas a verla/padecerla.
Dennis Quaid es un especialista en cambio climático harto de avisar de que se avecina una gran catástrofe que destruirá el mundo. No hace falta ser el guionista de Instinto básico, Joe Eszterhas, y cobrar a tres millones de dólares el guion para anticipar que nadie le hará caso. El nuevo diluvio se llevará al planeta por delante. Como —no se hagan los intelectuales— sé que la han visto/padecido, también recordarán que se salvan, a la manera clásica, la chica, por supuesto, los protas y sus hijos —que nos tienen en vilo por puñeteros hasta el final—, y una panda de ricos y privilegiados anónimos que pueden pagarse una inditexada para hacerse con un pasaje en una de esas meganavearca de Noé. Navegarán por esos mares tormentosos, entre la esperanza y unos oportunos y cinematográficos rayitos de amanecer, hasta encontrar un pedazo de tierra firme en el que volver a establecerse como buenos salvajes, o como buenos capitalistas salvajes, dependiendo de si van en Primera o son de la (escasa) panda de los idealistas.
El día de mañana casi 150 millones de votantes registrados harán caso o no a los indicios de la gran tormenta que se cierne sobre Estados Unidos y, por ende, en el resto del mundo. Lo mejor que podría pasar es que Roland Emmerich convirtiera a Trump, Putin y los demás en personajes de su próximo blockbuster. Lo peor es difícil de imaginar, porque cine y ficción siempre se quedan cortos frente a la realidad.
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